Albert Einstein
(Ulm, Imperio alemán, 14 de marzo de 1879 - Princeton, EE.UU, 18 de abril de 1955)
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¿Debe quién no
es un experto en cuestiones económicas y sociales opinar sobre el socialismo?
Por una serie de razones creo que si.
Permítasenos
primero considerar la cuestión desde el punto de vista del conocimiento
científico. Puede parecer que no hay diferencias metodológicas esenciales entre
la astronomía y la economía: los científicos en ambos campos procuran descubrir
leyes de aceptabilidad general para un grupo circunscrito de fenómenos para
hacer la interconexión de estos fenómenos tan claramente comprensible como sea
posible. Pero en realidad estas diferencias metodológicas existen. El
descubrimiento de leyes generales en el campo de la economía es difícil por que
la observación de fenómenos económicos es afectada a menudo por muchos factores
que son difícilmente evaluables por separado. Además, la experiencia que se ha
acumulado desde el principio del llamado período civilizado de la historia
humana --como es bien sabido-- ha sido influida y limitada en gran parte por
causas que no son de ninguna manera exclusivamente económicas en su origen. Por
ejemplo, la mayoría de los grandes estados de la historia debieron su
existencia a la conquista. Los pueblos conquistadores se establecieron, legal y
económicamente, como la clase privilegiada del país conquistado. Se aseguraron
para sí mismos el monopolio de la propiedad de la tierra y designaron un
sacerdocio de entre sus propias filas. Los sacerdotes, con el control de la
educación, hicieron de la división de la sociedad en clases una institución
permanente y crearon un sistema de valores por el cual la gente estaba a partir
de entonces, en gran medida de forma inconsciente, dirigida en su
comportamiento social.
Pero la
tradición histórica es, como se dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado
realmente lo que Thorstein Veblen llamó "la fase depredadora" del
desarrollo humano. Los hechos económicos observables pertenecen a esa fase e
incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son aplicables a otras fases.
Puesto que el verdadero propósito del socialismo es precisamente superar y
avanzar más allá de la fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia
económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre la sociedad
socialista del futuro.
En segundo
lugar, el socialismo está guiado hacia un fin ético-social. La ciencia, sin
embargo, no puede establecer fines e, incluso menos, inculcarlos en los seres
humanos; la ciencia puede proveer los medios con los que lograr ciertos fines.
Pero los fines por si mismos son concebidos por personas con altos ideales
éticos y si estos fines no son endebles, sino vitales y vigorosos son
adoptados y llevados adelante por muchos seres humanos quienes, de forma
semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la sociedad.
Por estas
razones, no debemos sobrestimar la ciencia y los métodos científicos cuando se
trata de problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los únicos
que tienen derecho a expresarse en las cuestiones que afectan a la organización
de la sociedad. Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la sociedad
humana está pasando por una crisis, que su estabilidad ha sido gravemente
dañada. Es característico de tal situación que los individuos se sienten
indiferentes o incluso hostiles hacia el grupo, pequeño o grande, al que
pertenecen. Como ilustración, déjenme recordar aquí una experiencia personal.
Discutí recientemente con un hombre inteligente y bien dispuesto la amenaza de
otra guerra, que en mi opinión pondría en peligro seriamente la existencia de
la humanidad, y subrayé que solamente una organización supranacional ofrecería
protección frente a ese peligro. Frente a eso mi visitante, muy calmado y tranquilo,
me dijo: "¿porqué se opone usted tan profundamente a la desaparición de la
raza humana?"
Estoy seguro
que hace tan sólo un siglo nadie habría hecho tan ligeramente una declaración
de esta clase. Es la declaración de un hombre que se ha esforzado inútilmente
en lograr un equilibrio interior y que tiene más o menos perdida la esperanza
de conseguirlo. Es la expresión de la soledad dolorosa y del aislamiento que
mucha gente está sufriendo en la actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una
salida?
Es fácil plantear
estas preguntas, pero difícil contestarlas con seguridad. Debo intentarlo, sin
embargo, lo mejor que pueda, aunque soy muy consciente del hecho de que
nuestros sentimientos y esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que
no pueden expresarse en fórmulas fáciles y simples.
El hombre es, a
la vez, un ser solitario y un ser social. Como ser solitario, procura proteger
su propia existencia y la de los que estén más cercanos a él, para satisfacer
sus deseos personales, y para desarrollar sus capacidades naturales. Como ser
social, intenta ganar el reconocimiento y el afecto de sus compañeros humanos,
para compartir sus placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar
sus condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos diferentes, y
frecuentemente contradictorios objetivos por el carácter especial del hombre, y
su combinación específica determina el grado con el cual un individuo puede
alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al bienestar de la sociedad.
Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos pulsiones esté, en lo
fundamental, fijada hereditariamente. Pero la personalidad que finalmente
emerge está determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se
encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad en la que
crece, por la tradición de esa sociedad, y por su valoración de los tipos
particulares de comportamiento. El concepto abstracto "sociedad"
significa para el ser humano individual la suma total de sus relaciones directas
e indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas de generaciones
anteriores. El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y trabajar por si
mismo; pero él depende tanto de la sociedad -en su existencia física,
intelectual, y emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del
marco de la sociedad. Es la "sociedad" la que provee al hombre de
alimento, hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento, y la
mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es posible por el trabajo y
las realizaciones de los muchos millones en el pasado y en el presente que se
ocultan detrás de la pequeña palabra "sociedad".
Es evidente,
por lo tanto, que la dependencia del individuo de la sociedad es un hecho que
no puede ser suprimido exactamente como en el caso de las hormigas y de las
abejas. Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de las abejas está
fijada con rigidez en el más pequeño detalle, los instintos hereditarios, el
patrón social y las correlaciones de los seres humanos son muy susceptibles de
cambio. La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el regalo de la
comunicación oral ha hecho posible progresos entre los seres humanos que son
dictados por necesidades biológicas. Tales progresos se manifiestan en tradiciones,
instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las realizaciones
científicas e ingenieriles; en las obras de arte. Esto explica que, en cierto
sentido, el hombre puede influir en su vida y que puede jugar un papel en este
proceso el pensamiento consciente y los deseos.
El hombre
adquiere en el nacimiento, de forma hereditaria, una constitución biológica que
debemos considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales que
son característicos de la especie humana. Además, durante su vida, adquiere una
constitución cultural que adopta de la sociedad con la comunicación y a través
de muchas otras clases de influencia. Es esta constitución cultural la que, con
el paso del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy importante
la relación entre el individuo y la sociedad como la antropología moderna nos
ha enseñado, con la investigación comparativa de las llamadas culturas
primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede diferenciar
grandemente, dependiendo de patrones culturales que prevalecen y de los tipos
de organización que predominan en la sociedad. Es en esto en lo que los que se
están esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus esperanzas:
los seres humanos no están condenados, por su constitución biológica, a
aniquilarse o a estar a la merced de un destino cruel, infligido por ellos
mismos.
Si nos
preguntamos cómo la estructura de la sociedad y de la actitud cultural del
hombre deben ser cambiadas para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea
posible, debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay ciertas
condiciones que no podemos modificar. Como mencioné antes, la naturaleza
biológica del hombre es, para todos los efectos prácticos, inmodificable.
Además, los progresos tecnológicos y demográficos de los últimos siglos han
creado condiciones que están aquí para quedarse. En poblaciones relativamente
densas asentadas con bienes que son imprescindibles para su existencia
continuada, una división del trabajo extrema y un aparato altamente productivo
son absolutamente necesarios. Los tiempos -que, mirando hacia atrás, parecen
tan idílicos- en los que individuos o grupos relativamente pequeños podían
ser totalmente autosuficientes se han ido para siempre. Es sólo una leve exageración
decir que la humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de
producción y consumo.
Ahora he
alcanzado el punto donde puedo indicar brevemente lo que para mí constituye la
esencia de la crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del individuo
con la sociedad. El individuo es más consciente que nunca de su dependencia de
sociedad. Pero él no ve la dependencia como un hecho positivo, como un lazo
orgánico, como una fuerza protectora, sino como algo que amenaza sus derechos
naturales, o incluso su existencia económica. Por otra parte, su posición en la
sociedad es tal que sus pulsiones egoístas se están acentuando constantemente,
mientras que sus pulsiones sociales, que son por naturaleza más débiles, se
deterioran progresivamente. Todos los seres humanos, cualquiera que sea su
posición en la sociedad, están sufriendo este proceso de deterioro. Los presos
a sabiendas de su propio egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del
disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida. El hombre sólo puede encontrar
sentido a su vida, corta y arriesgada como es, dedicándose a la sociedad.
La anarquía
económica de la sociedad capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la
verdadera fuente del mal. Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de
productores que se están esforzando incesantemente privándose de los frutos de
su trabajo colectivo no por la fuerza, sino en general en conformidad fiel
con reglas legalmente establecidas. A este respecto, es importante señalar que
los medios de producción -es decir, la capacidad productiva entera que es
necesaria para producir bienes de consumo tanto como capital adicional- puede
legalmente ser, y en su mayor parte es, propiedad privada de particulares.
En aras de la
simplicidad, en la discusión que sigue llamaré "trabajadores" a todos
los que no compartan la propiedad de los medios de producción aunque esto no
corresponda al uso habitual del término. Los propietarios de los medios de
producción están en posición de comprar la fuerza de trabajo del trabajador.
Usando los medios de producción, el trabajador produce nuevos bienes que se
convierten en propiedad del capitalista. El punto esencial en este proceso es
la relación entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos medidos
en valor real. En cuanto que el contrato de trabajo es "libre", lo
que el trabajador recibe está determinado no por el valor real de los bienes
que produce, sino por sus necesidades mínimas y por la demanda de los
capitalistas de fuerza de trabajo en relación con el número de trabajadores
compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en teoría el
salario del trabajador no está determinado por el valor de su producto.
El capital
privado tiende a concentrarse en pocas manos, en parte debido a la competencia
entre los capitalistas, y en parte porque el desarrollo tecnológico y el
aumento de la división del trabajo animan la formación de unidades de
producción más grandes a expensas de las más pequeñas. El resultado de este
proceso es una oligarquía del capital privado cuyo enorme poder no se puede
controlar con eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente de
forma democrática. Esto es así porque los miembros de los cuerpos legislativos
son seleccionados por los partidos políticos, financiados en gran parte o
influidos de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos los
propósitos prácticos, separan al electorado de la legislatura. La consecuencia
es que los representantes del pueblo de hecho no protegen suficientemente los
intereses de los grupos no privilegiados de la población. Por otra parte, bajo
las condiciones existentes, los capitalistas privados inevitablemente
controlan, directamente o indirectamente, las fuentes principales de
información (prensa, radio, educación). Es así extremadamente difícil, y de
hecho en la mayoría de los casos absolutamente imposible, para el ciudadano
individual obtener conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus
derechos políticos.
La situación
que prevalece en una economía basada en la propiedad privada del capital está
así caracterizada en lo principal: primero, los medios de la producción
(capital) son poseídos de forma privada y los propietarios disponen de ellos
como lo consideran oportuno; en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre.
Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en este sentido. En
particular, debe notarse que los trabajadores, a través de luchas políticas
largas y amargas, han tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de "contrato
de trabajo libre" para ciertas categorías de trabajadores. Pero tomada en
su conjunto, la economía actual no se diferencia mucho de capitalismo
"puro". La producción está orientada hacia el beneficio, no hacia el
uso. No está garantizado que todos los que tienen capacidad y quieran trabajar
puedan encontrar empleo; existe casi siempre un "ejército de
parados". El trabajador está constantemente atemorizado con perder su
trabajo. Desde que parados y trabajadores mal pagados no proporcionan un
mercado rentable, la producción de los bienes de consumo está restringida, y la
consecuencia es una gran privación. El progreso tecnológico produce con
frecuencia más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo para todos.
La motivación del beneficio, conjuntamente con la competencia entre
capitalistas, es responsable de una inestabilidad en la acumulación y en la
utilización del capital que conduce a depresiones cada vez más severas. La
competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme de trabajo, y a ése
amputar la conciencia social de los individuos que mencioné antes.
Considero esta
mutilación de los individuos el peor mal del capitalismo. Nuestro sistema
educativo entero sufre de este mal. Se inculca una actitud competitiva
exagerada al estudiante, que es entrenado para adorar el éxito codicioso como
preparación para su carrera futura.
Estoy
convencido de que hay solamente un camino para eliminar estos graves males, el
establecimiento de una economía socialista, acompañado por un sistema educativo
orientado hacia metas sociales. En una economía así, los medios de producción
son poseídos por la sociedad y utilizados de una forma planificada. Una
economía planificada que ajuste la producción a las necesidades de la
comunidad, distribuiría el trabajo a realizar entre todos los capacitados para
trabajar y garantizaría un sustento a cada hombre, mujer, y niño. La educación
del individuo, además de promover sus propias capacidades naturales, procuraría
desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para sus compañeros-hombres
en lugar de la glorificación del poder y del éxito que se da en nuestra
sociedad actual.
Sin embargo, es
necesario recordar que una economía planificada no es todavía socialismo. Una
economía planificada puede estar acompañada de la completa esclavitud del
individuo. La realización del socialismo requiere solucionar algunos problemas
sociopolíticos extremadamente difíciles: ¿cómo es posible, con una
centralización de gran envergadura del poder político y económico, evitar que
la burocracia llegue a ser todopoderosa y arrogante? ¿Cómo pueden estar
protegidos los derechos del individuo y cómo asegurar un contrapeso democrático
al poder de la burocracia?
Albert Eisntein
Monthly
Review, Nueva York, mayo de 1949
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