Amigos
y compañeros todos en el recuerdo de nuestro Miguel. Entre los esbozos que hoy
podríamos hacer de su persona los que le conocimos, a mí siempre me parece
estarle viendo en el retrato físico de sus tiempos de la guerra española.
Unas
botas recias. Un viejo pantalón pasado por tierra y por agua, una camisa caqui
y, si hacía frío, un cuero. Nada sobre la cabeza. Venía hacia Madrid o se
encaminaba a su destino, y parado en medio de la carretera, esperaba a que
alguien le condujese. A veces pasaba un camión lleno de hombres de varias
condición: todos combatientes. Miguel levantaba la mano. El vehículo se
detenía: “Sube, amigo”. Un salto y Miguel quedaba mezclado entre todos.
Como
lo que parecía y era: uno de ellos.
Cuando
él en la intimidad decía sus versos, se le notaba la voz clara. Lo primero en
que pensaba era en el sonido del arroyo. Los arroyos de su Levante. Tenía una
voz nunca oscura, porque hasta en los acentos dramáticos podrá sonar claramente
herida, pero no sepultada. Recitaba con sobriedad, vivaz más que lento, brioso,
sí, como exigía tantas veces su obra. Y empezaba quieto, altos los ojos,
mirando allá al fondo, la mano aún caída, y cuando la temperatura había
calentado no sólo su garganta, sino todo su cuerpo, entonces miraba a su
interlocutor (nunca como en Miguel se sentía que poesía es diálogo),
individualizando la comunicación, pronunciándola a cada uno de los que le
escuchaban: Juan, Juan, Roque, Manuel, con sus nombres distintos.
Cuando
los oyentes eran muchos, el proceso era el mismo. “!Amigos!” o “¡Hermanos!”.
El vocativo era para cada cual, y cada cual se sentía mirado y hablado, yo
diría caminado y vivido, unido en un largo intercambio que había empezado mucho
antes y que no podría terminar al cerrarse la boca.
Había
que ver a Miguel con su tez propagada, el ocre de sus pómulos, subido un
punto de su color, nunca rojo, porque la tierra no arde pero guarda el fuego,
exhalar sus palabras, tenso el brazo, la voz más clara que nunca, y ya no con
el son del arroyo, sino con la voz del hombre cuando sale del pecho
Henchido
pecho y voz en él.
He
oído a muchos poetas decir sus versos. Pocos me han dado esa sensación tan
completa del hombre expresado, en acto, desde la desnuda garganta.
Vicente
Aleixandre
Homenaje de los pueblos de España a Miguel Hernández, 1976
UN PRIVILEGIO ESCUCHAR SUS POEMAS EN SU PROPIA VOZ!! CUANTO PERDIÓ ESPAÑA AL MATAR SUS POETAS O ECHARLOS AL EXILIO POR LA BRUTALIDAD DE SU CLASE DOMINANTE! QUE DESOLADA QUEDÓ !!!!
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