¿Qué se hubiera dicho
de la insensatez, de la locura, de la decencia de un Ministro socialista que en
aquellas circunstancias, al hacerse cargo de la Cartera de Hacienda, destruyese
toda la obra que en siete años había realizado la Dictadura? Eso era una
insensatez, que no suscribí: ésa era una locura, en la cual no quise incurrir.
Y digo ahora a su
señoría que, a poco de llegar al Ministerio de Hacienda, llovieron sobre mí las
sugestiones, algunas verdaderamente tentadoras, para resolver el problema
angustioso creado por la deuda de la Nación en el extranjero, a base de
deshacer el Monopolio de Petróleos: y no deshice el Monopolio de Petróleos.
Diré a su señoría íntegramente mi pensamiento sobre el Monopolio de Petróleos.
Si nosotros, desde un punto de vista socialista, alimentados por la esperanza,
más o menos vana, de ocupar el poder en fecha próxima, encontramos como
antecedentes en nuestro camino una serie de Gobiernos burgueses que monopolicen
ramos de la industria y ramos del comercio, nosotros no los destruiremos. ¿No
comprendéis que para nuestra organización social habréis forjado vosotros en
ese caso instrumentos insuperables de socialización? El Monopolio de Petróleos
es uno.
Llovieron sobre mí,
digo, las sugestiones de poderosas casas petroleras que ofrecían al Estado
divisas extranjeras en cantidad suficiente para deshacer aquel nudo gordiano de
los 12 y medio millones de libras esterlinas que la nación española debía al extranjero.
Y yo me negué, y me resistí. ¡Ah! Pero, señor Calvo Sotelo, si su señoría
quiere presentar como modelo de su gestión administrativa la creación del
Monopolio de Petróleos, yo tendré que hacer a esos títulos que exhibe su
señoría, a cuenta de tales actos, reparos muy considerables, partiendo de la
forma en que el Monopolio se adjudicó.
No quiero distinguir
ahora, y fácil me sería hacerlo, si eran más beneficiosas ciertas ofertas que
la del grupo al que otorgó su señoría la concesión; pero quiero resaltar esto,
señor Calvo Sotelo: y es que el Gobierno de la Dictadura otorgó el Monopolio de
Petróleos a un grupo de entidades bancarias, en condiciones que hubieron de
modificarse para que resultaran parejas a las de otra oferta, solamente bajo
este título: que aquel grupo aseguraba de modo efectivo el abastecimiento del
petróleo al Monopolio que creaba el Estado. Y aquel grupo -la realidad lo
demostró- no tenía absolutamente ninguna base de abastecimiento, y su señoría,
en disposiciones que llevan su firma, hubo de aceptar la responsabilidad, que
se ha traducido, como su señoría sabe bien, en una sentencia ya firme y
cumplida de los altos Tribunales franceses: hubo de aceptar como
responsabilidad para la Renta y para el Estado las contingencias de un pleito,
si el Sindicato de la Nafta rusa suministraba petróleo a una entidad que no
fuese Porto Pi, con la cual tenía contrato de exclusividad: y eso lo sabe su
señoría perfectamente. Esta impremeditación, esta ligereza de su señoría le ha
costado a la Renta española, que es de tener sea la que acabe por pagarlo, 35
millones de francos, ya satisfechos por Campsa.
Yo no puedo suscribir
tampoco los actos de la Dictadura (y ahí tengo el estado), en que el Consejo de
Ministros, sin razones, que todo el mundo desconocía y que seguirá
desconociendo hasta que las revele su señoría, saltaba por encima de las cifras
señaladas por los Jurados de valoración, algunas veces incluso más que
duplicándolas, sin razón, sin fundamento, al menos externo y francamente
legible, y entregaba a puñados los millones sobre las valoraciones acordadas.
¡Ah! Y su señoría, en aquel optimismo -yo no niego que fuera un optimismo de
juventud patriótica-, viéndose sin trabas de ninguna clase y con alientos
constantes de superiores y de compañeros de Gobierno que creían iban a labrar
en plazo breve la felicidad de España, cuando debía liquidar esas
indemnizaciones a Compañías extranjeras que tuvieron instalaciones en España,
abrigó la esperanza de que el cambio mejorara en virtud de los continuos cantos
de ruiseñor que la Dictadura trinaba constantemente en sus notas oficiosas. (El
señor Calvo Sotelo: ¿No se acuerda
su señoría del canto de ruiseñor que entonó al tomar posesión de la cartera de
Hacienda...?) Yo no he sido nunca ruiseñor: póngase en jilguero, y basta. (Risas)
Con objeto de pagar
las indemnizaciones convenidas a la Shell por las instalaciones de su filiar en
España, fiando que el cambio iba a mejorar merced a sus artes de Gobierno,
contrató con la Casa Rothschild un empréstito de 1.100.000 libras esterlinas.
Sucedía esto, señores Diputados, en 1º de enero de 1929; la libra se cotizaba
entonces a 29,23 pesetas; constante deseo de la Dictadura era ponerla a la par,
creyendo, con error muy humano, disponer de facultades cuasi providenciales, y
cuando hubo de liquidar este crédito, el 24 de diciembre de 1930, la libra
había saltado a 46,25, y esta operación realizada bajo la égida del optimismo
de su señoría, le costó al Estado, por diferencia en la cotización de la libra,
18.722.000 pesetas, y por intereses 2.690.111 pesetas; en total, señores
Diputados, 21.412.000 pesetas sobre la cantidad fijada. Esto lo ha pagado la
Renta, lo ha soportado el Estado español porque su señoría, en su nombre, se
comprometió a ello. Pues bien, cuando a su señoría le ha acompañado en forma
tan continua la desventura, ¿cómo siente el arrebatado valor de levantarse aquí
a doctrinarnos a todos? Lo que le sucedió no lo atribuyo yo a falta de
voluntad, de empeño gestor; lo atribuyo al ánimo juvenil demasiado impulsivo y
harto audaz de su señoría. ¡Ah! Pero en la historia financiera de su señoría el
yerro le ha acompañado con tanta frecuencia que, francamente, un acto de
arrepentimiento hubiese señalado en este instante en su señoría una magnífica
virtud. (El
señor Calvo Sotelo: También yo soy soberbio, señor Prieto; no tengo nada de que
arrepentirme.)
Y últimamente, ¿no es
público, señor Calvo Sotelo, un acuerdo del Consejo de Ministros, a virtud del
cual se repartieron entre sus miembros y los banqueros, consejeros de la
Campsa, las delegaciones de Petróleos en provincias? ¡Ah!, señores Diputados,
éste es uno de los aspectos del desenfado escandaloso de aquella gestión. Si
nosotros fuéramos a recorrer la nomenclatura de las personas a quienes se
asignaron estas delegaciones, pronto descubriríamos, a través de testaferros,
figuras muy bien vistas de la Dictadura, caudillos militares, glorificados
entonces, y deudos, parientes y amigos de los señores Ministros de la
Dictadura. Y se trataba de puestos totalmente innecesarios, cuyas ganancias se
cifraban en cientos de miles de pesetas anuales. Fue la República la que
suprimió esas delegaciones y estableció la venta directa de los productos de un
Monopolio que no necesita ninguna gestión excepcional, porque no tiene competencia.
Aquí tiene su señoría la
cifra de lo que en abril de 1931 suponía la nómina y las comisiones que abonaba
la Campsa, cifra que se eleva a 7.409.000 pesetas, y que en nuestro tiempo se
redujo a 5.965.400 pesetas. La economía obtenida sólo por este concepto fue de
pesetas 1.443.600 actuales.
No es mi propósito rebajar
la categoría de esta polémica; pero si yo quisiera ahora vindicarme y vindicar
a mi partido de todas estas campañas difamatorias de los “enchufes”, ¿no
encontraría, incluso en el mismo banco en que se sienta su señoría, algún
hombre que hubo de permitirse la licencia desde su puesto de mando de conceder
un cargo magníficamente retribuido en la Campsa a un hermano suyo? ¡No, no
merece la pena! Aquel instrumento del Monopolio de Petróleo nosotros no lo
destruimos, lo perfeccionamos; éste era nuestro deber. Dice su señoría que
dejemos para otra ocasión el examen de este problema. Yo me holgaré mucho de
que ese examen sea a la mayor brevedad posible, no ya, señor Calvo Sotelo, para
ahondar en las críticas a la gestión de su señoría, sino para defender mi
gestión y para comparar los actos más culminantes de la administración del
Monopolio de Petróleos realizados por los Ministros de la República con los
realizados por la Dictadura.
Indalecio Prieto, 18 de mayo de 1934
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