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2034. Discurso de Nordahl Grieg en el II Congreso Internacional de Escritores

Nordahl Grieg en España en 1937 junto con la periodista Gerda Grepp y escritor Ludwig Renn, comandante del Batallón Thälmann 
de las Brigadas Internacionales 

Un escritor antifascista que, desde su país apacible y neutral, llega a la España en lucha, siente la necesidad de probarse a sí mismo y de probar su obra. Su propia insuficiencia le causa entonces un sentimiento de vergüenza. Ve a los hombres en las trincheras que lo dan todo, que viven en un mundo de acción y de muerte, y no puede dejar de pensar que él se ha quedado lejos del peligro con las palabras y la vida.

En España sentirá constantemente lo que seguramente ya ha sentido en otros momentos llenos de amargura y de reproches, que su contribución debe ser infinitamente más grande y más infatigable. Lo que ha visto aquí será como una llaga abrasadora en su conciencia. Cada día que no aporte todas sus fuerzas a la lucha contra el fascismo, tendrá el sentimiento de traicionar a estos hombres que le han entusiasmado con su heroísmo y, en su país neutral, se sentirá un desertor del frente español.

Es el derecho a llamarnos camaradas y hermanos de los combatientes el que nosotros, escritores de los países democráticos, debemos conquistar.

Que nuestras palabras vuelvan a ser eficaces, como lo han llegado a ser en España y en la literatura constructiva de la Unión Soviética. Allí, la palabra se ha convertido en acción.

Frente a Madrid, en las trincheras de las primeras líneas de la República, hemos visto escuelas y bibliotecas a cien metros del frente fascista. Las ametralladoras de los moros tiran por encima de las trincheras, mientras que los jóvenes soldados van a la escuela. Es el símbolo del fascismo querer arrebatar al pueblo la posibilidad de una vida más bella. Pero en esas clases ahondadas en la tierra, la palabra desarrolla al hombre, la palabra le hace más fuerte, más consciente, la palabra le abre un porvenir mayor. Y todas las noches el coche del altavoz sale para el frente, las palabras se oyen a tres kilómetros, los fascistas deben escuchar la verdad. Tiran sobre el altavoz, tiran sobre la verdad. Pero las palabras llegan a muchos de los suyos, les obligan a pensar y frecuentemente les hacen deponer las armas. Las palabras pueden dar la fe al hombre y sembrar la duda entre el enemigo, pueden aproximar la victoria sobre el fascismo. He aquí lo que son las palabras eficaces y es esto lo que debemos aprender en las democracias de la Europa occidental.

Una de las tareas de este Congreso es la de definir el terreno de uuestra actividad, hacer ver lo que podemos hacer en la lucha contra el fascismo y, ante todo, lo que podemos hacer por la República española.

Para que una palabra tenga potencia, no es preciso que se exprese, sino que llegue a aquellos a quienes puede servir. Nosotros, los escritores antifascistas de los países democráticos, sabemos, o deberíamos saber, que nuestras palabras no van hasta aquellos que deberían servirse de ellas. La mayoría de nuestros lectores son burgueses en quienes nuestras palabras, todo lo más, despiertan algunos pensamientos que inmediatamente vuelven a amodorrarse. Un artífice busca los mejores materiales para su trabajo, pero nosotros, los escritores, ¿lo hacemos? ¿Vamos hasta la parte más maleable, la más prometedora de nuestro pueblo: hasta las masas ? La respuesta es que no.

Voy a tomar un ejemplo preciso. La organización internacional de marinos no ha decidido aún el bloqueo de Franco. Algunos países han intentado declarar el bloqueo, pero, por ejemplo, en Noruega las autoridades han declarado ilegal el bloqueo de los puertos franquistas. Es, pues, ilegal obrar humanamente. El argumento burgués contra el bloqueo es que no hay ninguna acción internacional, lo que no sería más que un golpe de espada en el mar, puesto que las organizaciones de marinos en la mayor parte de los países, y particularmente en Inglaterra, se mantendrían apartadas. En general nosotros acusamos a los jefes de los sindicatos. Bien. Pero no es interesante acusar a los demás. Lo que nos interesa a nosotros, escritores antifascistas, es hacer la pregunta así: Nuestra palabra, nuestra lucha contra el fascismo, por una España libre, ¿ha llegado a los trabajadores, a los marinos, los ha estimulado? Los hechos prueban que no los hemos estimulado.

Entre los marinos se encuentran los mejores hombres del proletariado; tienen una profunda facultad de solidaridad; ayudan con abnegación y heroísmo a camaradas desconocidos que peligran en la tempestad; pero la solidaridad con los camaradas en peligro en una democracia amenazada no se ha realizado aún. Un esteta burgués dirá que esta cuestión estaría en su lugar en un congreso de trabajadores de transportes y no en una reunión de escritores. Pero nosotros estamos mejor informados: nuestros intereses, nuestra lucha, son los mismos. Se trata, para nosotros escritores, de hacernos escuchar por las masas trabajadoras, de decirlas en un lenguaje que comprendan, que es aquí y ahora cuando debe influir su solidaridad. Cada día que se retrase el bloqueo de Franco, mueren hermanos suyos, mujeres y niños son asesinados.

Es preciso que nuestros esfuerzos para hacerlo comprender a los marinos estén guiados por un plan internacional: los escritores de América, de Inglaterra, de Escandinavia, de Holanda, de Bélgica y de Francia deben actuar al mismo tiempo y unánimemente. Debemos encontrar la palabra que cree la acción. He aquí dónde están nuestras responsabilidades, nuestro deber. He mencionado este caso particular y concreto, porque ante todo este Congreso debe ocuparse de cuestiones concretas. Otros escritores de miras más elevadas y más vasta experiencia suscitarán otros problemas. Aquí en España nuestra voluntad, ardiente y constante de participar en la lucha antifascista, habrá recibido tareas precisas y una nueva fuerza.


Nordahl Grieg (Noruega)
Julio 1937

Publicado en Hora de España VIII
Valencia, Agosto 1937












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