En
este Congreso Internacional de Escritores hay docenas de problemas literarios
cuya discusión yo desearía escuchar. Por ejemplo, yo querría oír las opiniones
de mis colegas con respecto al nacionalismo en la literatura, hasta qué
magnitud es valioso y hasta qué magnitud es peligroso para la Humanidad entera.
Yo querría escuchar sus ideas sobre literatura proletaria; cómo se ha
desenvuelto durante los últimos siete años, y por qué sus resultados han
defraudado esperanzas en ciudades como Francia y los Estados Unidos, y cómo hay
escritores que nunca pensaron de ellos mismos como proletarios. Yo querría oír,
discutir antiguos problemas, tal como el de la función de la crítica y las
relaciones entre la literatura y la sociedad.
Espero
que otros podrán llevar adelante esta discusión. En otro tiempo, en otros
sitios, yo podría contribuir con mis propias ideas. Pero aquí, en Valencia, me
encuentro en la imposibilidad de decir lo que yo había pensado escribir en
Nueva York. Aquí, en Valencia, lo único que sustrae mi atención, con exclusión
de cualquier otra idea, es la guerra contra el fascismo español, alemán,
italiano, internacional. Y cuando observo la lucha magnífica que sostiene el
pueblo español, cuando veo las penalidades y bombardeos que soporta a cientos
de kilómetros del frente, y cómo este pueblo se está incorporando a una nueva
vida, creando una nueva disciplina y organización desde abajo, en una nación
donde antes todas las órdenes venían de arriba, entonces yo no puedo hablar
sobre cuestiones literarias. Y, en realidad, soy demasiado modesto para hablar
de nada. Camaradas españoles, hemos venido aquí todos nosotros no para
advertiros, sino para ser advertidos; no para enseñar, sino para aprender.
Pero
también cada uno de nosotros ha venido aquí con un claro cuadro de condiciones
en su propio pueblo y de la actitud hacia la República española. Y me parece
que el único servicio que hoy puedo prestar es presentar un franco informe de
la opinión pública en los Estados Unidos. Esta se halla engañada; es la única
opinión general que se puede dar sobre ella. Se la engañó al principio con la
propaganda fascista, y al cabo de un año sigue engañada. Pero empiezan a
notarse señales de creciente hostilidad contra Alemania e Italia, y una
simpatía también creciente hacia la República española.
En
julio de 1936, la tendencia natural del pueblo americano era simpatizar con un
Gobierno democrático, atacado por terratenientes y militares. Pero el pueblo
americano tenía que sacar sus informaciones de lo que le decía la prensa, y una
parte de esta prensa, al principio, era violentamente fascista. Esto es
particularmente verdad, por lo que se refiere a William Randolph Hearst,
dueño de periódicos en más de veinte ciudades americanas.
El
19 de julio, todos estos periódicos iniciaron una campaña en favor de Franco.
Campaña tan furiosa y tan bien preparada, que parece poderse decir que Hearst
debía haber tenido conocimiento de antemano de la rebelión. Ha mantenido
siempre estrechas relaciones con Mussolini y con el Gobierno alemán, el cual
adquiere sus informaciones de los Estados Unidos por Hearst, y le paga por ello
medio millón de dólares al año.
Muchos
de los otros periódicos americanos no simpatizan con los fascistas; pero
estuvieron tan pésimamente informados sobre los asuntos españoles, que muchos
de ellos siguieron el ejemplo de Hearst. Aparecían llenos de grabados y cuentos
sobre sacerdotes asesinados y monjas raptadas. Su noticiario de España daba la
convicción de que Franco era un verdadero caballero cristiano que iba a
salvar a España de la anarquía roja. En muchos casos, la impresión era dada sin
malicia, a causa, sencillamente, de la ignorancia de los hechos. Era más fácil,
al principio, obtener noticias de los rebeldes que del Gobierno. Había pocos
corresponsales en Madrid, y la censura gubernamental era más estrecha de lo
necesario.
Desearía
tener tiempo para deciros cómo ha ido cambiando gradualmente esta situación.
Ello ha sido debido, en parte, a la acción de Bates y de Malraux. Considerable
fué también la acción de los periodistas americanos, que trataron de obtener
noticias sobre la verdadera situación en España. Jay Alien, que pertenecía
entonces a la Chicago Tribune, estaba en Badajoz cuando Franco tomó la
ciudad. Con peligro considerable para su persona telegrafió a los Estados
Unidos la Verdad sobre la matanza.
Hay
otros muchos corresponsales americanos que han realizado una obra excelente
comunicando noticias del lado republicano. Minifie, del Herald Tribune;
Mattews, del New York Times; Mowrer, del Chicago News; Luis Fischer, de la
Naiion, así como escritores transformados en Corresponsales de guerra, tales
como Ernest Hemingway, Ana Louise Strong, George Seldes. Escribiendo
sencillamente la verdad sobre la guerra, estos hombres y mujeres contribuyeron
a cambiar la actitud de ios periódicos que representaban.
En
abril de 1937, los filofascistas de América se quejaban de que la prensa era
parcial, de que no presentaba las cosas vistas desde el lado de Franco. Creo
que su queja estaba justificada. En realidad, hay muchos periódicos
filofascistas en los Estados Unidos. Hay muchos más —la gran mayoría— que
tratan de ser estrictamente imparciales. Pero la verdad no es imparcial y la
prensa americana está ahora reflejando apenas una parte de la verdad.
Especialmente
a partir de la destrucción de Guernica y del bombardeo de Almería, no hay ya
que preguntar cuáles son las simpatías predominantes entre el público
americano. Cuando yo salí de Nueva York el 9 de junio, creo poder decir con
seguridad que los únicos buenos amigos de Franco que quedan en los Estados
Unidos eran católicos. La Iglesia había estado llevando a cabo una gran campaña
secreta, pero violenta, contra la España republicana. Todos los altos
dignatarios de la Iglesia intervenían en ella —especialmente el cardenal Hayes,
de Nueva York—, pero se encontraron con una inesperada resistencia entre las
masas católicas. Y después del ataque a Bilbao, ya no pueden pretender que
todos los católicos españoles están combatiendo de un solo lado.
¿Qué
podremos decir sobre los intelectuales americanos y especialmente sobre los
escritores? Con ellos no se ha producido una confusión semejante a la que
existía entre el público en general. Creo que se puede afirmar que desde el
principio sabían perfectamente que aquí en España estabais luchando no sólo
contra la tiranía política, sino también contra el analfabetismo y la
superstición. Han seguido vuestra lucha con una tensión sostenida y continua.
No pocos de ellos han pasado el tiempo leyendo periódicos, velando hasta muy
tarde en espera de las últimas noticias de la Radio, y han pasado en sus camas
la noche, pensando en combinaciones militares o políticas capaces de provocar
una rápida victoria. Han trabajado por España, han escrito artículos, traducido
poemas, formado Comités, organizado mítines, reunido dinero, y, sin embargo, no
han considerado esto suficiente y se han sentido contristados al pensar qué
suerte se estaba decidiendo en tierras lejanas, durante el transcurso de
una lucha, en la que apenas podían tomar una parte mínima.
Y
así, el mensaje que traigo de los Estados Unidos no es tanto una «oferta» de
ayuda como una «petición» de ayuda. Escritores españoles, compañeros españoles: os ruego que nos habléis de vuestras propias luchas, de lo que habéis hecho
en el frente y en la retaguardia, de cómo habéis contribuido para levantar la
moral y a construir una nueva sociedad, mientras continuabais escribiendo
poemas, de algunos de los cuales podemos apreciar, en nuestras defectuosas
traducciones, su alto valor. Decidnos cómo os podemos ayudar, qué podemos
escribir en vuestro favor, qué auxilios os podemos enviar, iCompañeros: el
mensaje importante no es el que yo traigo aquí, sino el que espero poder
llevarme a mi país!
Malcolm
Cowley (EE.UU)
Valencia, Julio
1937
Publicado
en Hora de España núm. VIII
Valencia, Agosto 1937
Valencia, Agosto 1937
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