Miguel Gila Cuesta
(Madrid, 12 de marzo de 1919 - Barcelona, 13 de julio de 2001)
|
"Con
la mano izquierda se sujeta el fusil a la altura de la cintura, se tira del
cerrojo hacia arriba, después se corre hacia atrás, se coloca el cargador, se
empuja el cerrojo hacia adelante, se gira hacia abajo y ya tenemos una bala en
la recámara. Después se apoya la culata contra el hombro, aseguraos de que la
culata esté bien apoyada en el hombro, porque si no lo hacéis así, el retroceso
del fusil puede romperos la clavícula. Se apunta con un solo ojo, observando
que esta ranura de arriba coincida con el punto de mira, se aprieta el gatillo
y de esta forma se dispara. El gatillo tiene dos tiempos, uno que prepara el
percutor y otro que golpea en el casquillo de la bala. Cada vez que se termina
el cargador, se vuelve a hacer la misma operación. Es muy conveniente durante
el combate tener la bayoneta calada por si tenéis que entrar en el cuerpo a
cuerpo. ¿Enterados? Bien. ¡Rodilla en tierra! ¡Carguen! ¡Apunten!
¡Fuego!"
"Para
lanzar las granadas de mano se aprieta esta palanca, se saca el seguro tirando
de la anilla y una vez quitado el seguro, siempre con la palanca apretada, se
espera el momento de lanzarla; cuando llega ese momento, antes de arrojarla se
suelta la palanca abriendo la mano, contáis diez segundos y la lanzáis. No lo
hagáis antes de contar diez segundos porque os la pueden devolver".
Estas
fueron todas las instrucciones que recibimos durante cinco días; después, con
tres cartucheras llenas de balas, un fusil Mauser con su machete y dos granadas
de mano, nos subieron a los camiones. Yo buscaba a Pedro Tabares. No lo veía
por ninguna parte.
Adelante milicianos
a
luchar con el valor
que
nos da nuestro coraje
empujando
el corazón.
A
aplastar a los fascistas,
la
canalla sin igual,
que
por no ceder sus fueros
quiere
ahogar la libertad.
Camaradas,
camaradas,
todos
juntos a luchar
en
la vanguardia.
Venceremos,
venceremos,
que
es de acero el Regimiento Pasionaria.
venceremos,
venceremos,
nuestra
consigna es aplastar,
a
traidores y a fascistas,
que
jamás han de pasar.
Y
me preguntaba yo: si me he alistado en el 5º Regimiento de Líster, ¿qué hago en
el Regimiento Pasionaria? ¡Qué más da! Lo importante es luchar contra los
fascistas. Hacía mucho calor por aquella carretera en la que apenas había
árboles, pero en el camión, con el aire, ni se notaba. Y seguí cantando como
todos los demás:
¡Ay, ay, ay tirano burgués!
¡Ay,
ay, ay, qué mal te vas a ver!
¡Ay,
ay, ay, que viva nuestra unión
que
somos comunistas
hasta
el corazón!
O
sea, que por lo que cantábamos, yo no era socialista, era comunista. Pero,
pensaba yo, si pertenezco a las Juventudes Socialistas, ¿quién me ha hecho
comunista? En fin, tampoco era momento de cuestionarme si era comunista o era
socialista. Ni siquiera sabía cuál era la diferencia entre una cosa y
otra.
Y así, subidos a los camiones, íbamos hacia el frente. Ese frente que iba a ser
nuestro bautismo de fuego.
Yo
seguía tratando de encontrarme con Pedro Tabares, pero alguien me dijo que lo
habían destinado al Batallón Alpino. Lo mismo que me pasaba con lo del
comunismo y el socialismo, no tenía ni idea de qué quería decir lo de
"batallón alpino", si le habían destinado a un pinar o a los
Alpes.
Cuando llegamos a Sigüenza, nos dividieron en pelotones y cada pelotón en
escuadras de cinco individuos. Vimos gente corriendo de un lado a otro
alocadamente. Algunos hombres llevaban escopetas de caza y otros esgrimían
armas rudimentarias, sables, hoces, horquillas de hierro de las usadas para
recoger las parvas, hachas, azadones, piquetas. Nos dijeron que estaban
buscando fascistas. Aquello parecía la escenificación de algún cuadro de
El Bosco. Mi escuadra la componíamos Fernando, Fraguas, Medrano, Cabral y yo.
Llegamos hasta una casa en la que había un gran revuelo, se oían gritos de
mujeres. Entramos, cruzamos el comedor y fuimos hasta la cocina. En la cocina
había una puerta trasera que daba a un pequeño campo mezcla de huerta y corral.
En el suelo, en un gran charco de sangre, dos cuerpos tendidos, uno de ellos
llevaba puesto el uniforme de la Guardia Civil, el otro una camisa y un
pantalón, habían sido abatidos a tiros de escopeta; la cara del guardia civil
era un amasijo irreconocible, la del otro, la del que vestía camisa y pantalón,
tenía el espanto en sus ojos desmesuradamente abiertos, había recibido los
disparos en el vientre y sobre la camisa se podían ver sus intestinos. Los
hombres que los habían matado estaban con sus escopetas bajo el brazo y una
sonrisa en el rostro. Nos recibieron en actitud de héroes, con su cara, su
boina o su gorra quemadas de sol. Nos miraban a nosotros y a los dos hombres
que yacían en aquel charco de sangre, y sujetaban sus escopetas bajo el brazo
sin dejar de sonreír, solamente les faltaba poner un pie sobre cada uno de los
muertos para hacerse una fotografía, como si hubieran ido a un safari y
hubiesen capturado dos leones. Unas mujeres, con los ojos cegados por el
llanto, contemplaban a aquellos dos hombres caídos, mientras daban gritos
desgarradores. Unos niños se abrazaban a las piernas de las mujeres, en sus
caras se reflejaban el terror y la incomprensión.
Uno,
nos dijeron los de las escopetas, era el boticario y se llamaba Betegón, el
otro era un teniente de la Guardia Civil, los habían cazado, ésa fue la palabra
que utilizaron, cuando trataban de huir por la parte trasera de la casa. Eran,
nos dijeron, dos fascistas.
La
visión de los intestinos del hombre con camisa y pantalón y la cara del guardia
civil completamente destrozada me provocaron un vómito que no pude evitar.
Comencé a sospechar que la guerra iba a ser dura y sangrienta. Cuando tomé la
determinación de alistarme como voluntario no supuse que esa guerra civil iba a
ser aprovechada por muchos para realizar una serie de venganzas llevadas a cabo
con la disculpa de estar del lado de la derecha o del lado de la izquierda.
Si
dijera que al enrolarme lo hice apoyado en un profundo conocimiento de la
política o de la ideología, estaría faltando a la verdad. A pesar de mi
escuchar, de mi leer y de mi preguntar, tanto mis conocimientos ideológicos
como políticos eran muy limitados, tan limitados que no sabía distinguir entre
el comunismo y el socialismo, lo único que tenía claro, porque así me lo habían
explicado en mi casa, era que los trabajadores corrían el riesgo de perder los
derechos conseguidos gracias a la República, y que por eso había que defender
la República, aunque para ello fuese necesario jugarse la vida.
Mi ideología se iría formando más adelante, durante los primeros meses de vivir
la guerra con todos sus horrores, después de que me llegara la noticia de los
fusilamientos de Badajoz, después del bombardeo de Guernica por la aviación
alemana, después de los continuos bombardeos de Madrid, donde las mujeres
aterrorizadas corrían con sus hijos en los brazos a buscar refugio en las
estaciones del metro, y se afirmaría algunos meses antes de terminar la guerra,
después de ser testigo directo del cruel comportamiento de los mercenarios
traídos por Franco de África, después de las humillaciones que padecí y vi
padecer a otros hombres jóvenes como yo en los campos de prisioneros y en las
improvisadas cárceles de la dictadura. Porque aunque algunos traten de negarlo,
la posguerra fue muchísimo más cruel que la guerra misma. Si durante la guerra
hubo muchas venganzas personales, la posguerra la superó con creces en ese tipo
de ajuste de cuentas.
Yo,
a mis diecisiete años, pensaba que la guerra, aun tratándose de una guerra
civil, iba a ser una lucha limpia entre dos bandos con distinta ideología o con
distinta forma de pensar. Y de lo que estaba plenamente convencido era de que
el levantamiento de Franco contra la República iba a ser cuestión de
días.
Miguel
Gila
Entonces
nací yo. Memorias para desmemoriados
Esa guerra de mi padre, de Gila y de los 500 mil vencidos no se me acaba nunca. Los pequeños relatos me la hacen de cada día más cruel. Está viva en el trauma de mi padre "rojo" y en el mío, heredado.
ResponderEliminarDanielle Triay Royo.
Así es Danielle. No sé acabará nunca. Es un pozo sin fondo en el que cada vez que miramos nos encontramos nuevos testimonios, nuevas infamias. En cuanto al trauma, no cabe duda que lo hemos heredado. Un abrazo.
Eliminar