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2041. ¿Quién asesinó a Calvo Sotelo?

Asesinato de Calvo Sotelo. Foto: Alfonso Sánchez Portela


(...) el 12 de julio, se produjo un hecho preocupante. Habiendo sido asesinado en la calle un teniente de las guardias de asalto, los hombres de su compañía atribuyeron el crimen a elementos fascistas y, para vengarse, se presentaron aquella misma noche, oficialmente, uniformados, en el coche de su unidad y acompañados por un teniente de la Guardia Civil, única fuerza pública en la que confiara la derecha, en casa del Sr. Calvo Sotelo, diputado a Cortes, antiguo ministro de la dictadura de Primo de Rivera y uno de los prohombres de la derecha.

Los guardias de asalto traían con ellos una orden de arresto contra el diputado, dada por la Dirección de Seguridad, de la que nunca se podrá comprobar la autenticidad. El diputado derechista, que era un jurista, se negó primero a entregarse invocando la inmunidad parlamentaria y, luego, en un gesto que le costaría caro, aceptó seguir aquellos guardias «poniendo su confianza en el honor de un oficial de la Guardia Civil» que les acompañaba. Poco después el cadáver de Calvo Sotelo, con una bala en la cabeza, fue abandonado en el depósito del cementerio municipal por los mismos guardias de asalto que presentaban aquella acción como si de un acto de servicio se tratara.

La opinión pública quedó aterrada. El golpe no sólo había alcanzado al diputado de la derecha, también había matado la confianza y el respeto que todo ciudadano tiene o debe tener por la fuerza pública colocada bajo el control del gobierno.

Éste no daba pie con bola. Cierto es que aquel acontecimiento lo estremeció.

A pesar de los rumores que corrieron, no se trataba de un crimen de Estado. Sólo al odio y a la imprudencia se deben atribuir las frases pronunciadas tras el discurso del Sr. Calvo Sotelo por los Sres. Casares Quiroga y Galarza cuando declararon, el uno que «Calvo Sotelo sería responsable de todo lo que ocurriría» y el otro que «un atentado contra él estaría perfectamente justificado». Pero el gobierno, desbordado ya por sus colaboradores de extrema izquierda acababa de serlo también por la fuerza pública a sus órdenes. Los guardias de asalto, ganados en gran parte por la propaganda de los partidos obreros en los cuarteles (el teniente de la Guardia Civil, Condés, que los acompañaba y a quien ingenuamente se había entregado Calvo Sotelo era también un miembro militante del Partido Socialista, como se supo más tarde), habían actuado por iniciativa propia.

El gobierno no tenía más que una salida si quería lavarse de la imputación de crimen de Estado que se le hacía además de restablecer la disciplina entre los guardias de asalto: tenía que aplicar rápidamente las sanciones que el crimen exigía.

Ni siquiera lo intentó. Temiendo un motín de los guardias de asalto, el gobierno permaneció indeciso e inactivo. Pasaron los días. Madrid se escandalizaba de ver a Moreno, el teniente de los guardias de asalto que asesinaron a Calvo Sotelo, así como a Condés, paseándose libremente por las calles.

Una parte de los oficiales de asalto hicieron saber al ministro del Interior y presidente del Consejo, Sr. Casares Quiroga, que el Cuerpo no toleraría que se castigara a los autores del asesinato. Otros oficiales, al contrario, pidieron el retiro al estimar que su Cuerpo quedaba deshonrado.

Las sesiones de las Cortes, suspendidas para evitar el escándalo que el asunto levantaría, no impidieron la reunión de la Diputación Permanente, que debe convocarse durante la suspensión de las sesiones. El Sr. Gil Robles, jefe de la derecha, se hizo escuchar. Pronunció allí un discurso que ha sido considerado como la señal de la sublevación contra el gobierno.


Clara Campoamor
La revolución española vista por una republicana - Capítulo III







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