En el frente de Teruel, vía Madrid, 23 de septiembre
Avanzamos a gatas por la fragante paja de trigo de la oscura trinchera cubierta
de primera línea. Un hombre invisible dijo: «Allí, donde está el retículo del
foco, ¿lo ves?».
Mirando con gemelos desde el puesto de observación
hacia la soleada llanura de color tostado, se detectaba una colina amarilla,
chata y de laderas abruptas, con una proa parecida a la de un barco que se
elevaba del llano para proteger a la ciudad construida con ladrillos
amarillos, apiñada sobre la margen del río. Cuatro torres de catedral
sobresalían de la ciudad. Partían de ella tres carreteras bordeadas de árboles
verdes. A su alrededor había verdes campos de remolacha. Se veía bonito,
pacífico e indemne y su nombre era Teruel. Los rebeldes lo habían tenido en su
poder desde el comienzo de la guerra y detrás se levantaban peñascos rojizos
esculpidos como columnas por la erosión, columnas parecidas a caños de órgano,
y detrás de los peñascos, a la izquierda, se extendía el Patio del Diablo,
tierras baldías, rojizas y sin agua.
—Lo ves, ¿verdad? —preguntó el hombre en las
tinieblas.
—Sí —dijo este corresponsal y, desviando la vista de
la guerra para mirar el paisaje, dirigí el periscopio hacia el montecillo
solitario y estudié las cicatrices blancas y las erupciones de su superficie,
que mostraban el grado de su fortificación.
—Es el Mansueto. Por eso no hemos tomado Teruel
—explicó el oficial.
Al estudiar aquella fortaleza natural, guardiana de la
ciudad por el este, flanqueada por varios altozanos en forma de dedal que
surgían de la llanura como conos de geyser, se comprendía el problema que
representaba Teruel para cualquier ejército que intentase tomarlo desde
cualquier dirección excepto el noroeste.
Mientras las columnas anarquistas yacían durante ocho
meses en las colinas que lo dominaban, el problema les inspiró tanto respeto
que evitaron todo contacto con el enemigo en muchos lugares vimos viejas líneas
a una distancia de uno a tres kilómetros de las alambradas enemigas, con zanjas
ante las líneas del frente que se consideraban un refugio, y el único contacto
con el enemigo era sobre una base puramente amistosa, según el oficial leal al
gobierno que ahora mandaba esta parte del sector, llegando los anarquistas a enviar a las fuerzas rebeldes invitaciones a partidos
de fútbol. Según este mismo oficial, hasta que la célebre Columna de Hierro
anarquista fue desarmada y retirada del frente de Teruel, los fines de semana
enviaban de excursión a Valencia una columna de camiones, dejando las líneas
prácticamente sin defensa.
Todo ha cambiado ahora desde la supresión del ejército
de Teruel y la formación del nuevo ejército de Levante bajo el mando del
coronel Hernández Sarabia, antiguo oficial de artillería del ejército regular y
republicano convencido, que está poniendo al ejército sobre una base de
estricta disciplina y adelantando todas las líneas del gobierno
hasta establecer contacto con el enemigo.
Durante la ofensiva de Aragón, el ejército de Levante
adelantó veinticinco kilómetros a una división en un frente de unos 39
kilómetros, capturando más de dos mil toneladas de trigo en lo que era
prácticamente tierra de nadie, ocupando importantes colinas sobre la carretera
principal de Teruel a Calatayud, según manifestó el coronel Hernández Sarabia.
Este fue el primer avance del gobierno en el sector de Teruel desde su fracaso
en abril pasado al atacar a Teruel desde el norte y su desastrosa retirada de
Albarracín a los montes Universales, cuando un batallón anarquista se rindió y huyó bajo el
fuego a esas altas montañas, dejando que los rebeldes penetraran y avanzaran
hasta sus posiciones actuales en las sierras, al norte de la carretera de
Cuenca.
Durante los tres últimos días trepamos por escarpadas
sendas de montaña, circulamos en camiones y jeeps por carreteras militares
recién abiertas a través de un terreno montañoso lleno de precipicios;
visitamos las posiciones más elevadas a caballo, con una escolta de caballería,
en un esfuerzo por estudiar este frente perdido donde Herbert Matthews y yo
éramos los únicos corresponsales de Estados Unidos a quienes se permitió realizar un
examen minucioso y completo. Nos autorizaron a visitar todas las partes del
frente y cualquier puesto de observación de primera línea que solicitamos ver.
La única dificultad era la comida y el alojamiento,
que resolvimos viajando en un camión abierto, comprando colchones y mantas en
Valencia, llevando nuestra propia comida y usando el camión como base a la que
volvíamos desde las líneas. Dormíamos por la noche en el camión, cocinábamos
nuestra comida en los hogares de las casas de pueblo y posadas ocupadas por el
estado mayor y recibíamos vino y pan de los campesinos que tenían demasiado poco que vender
pero nunca demasiado poco para dar a los desconocidos. De noche dormíamos en la
parte posterior del camión en patios cubiertos, junto al ganado, rediles de
ovejas, mulos y asnos. Es una buena vida, pero los asnos se despiertan
demasiado temprano, haciendo demasiado ruido, y los pollos no saben dejar en
paz a los corresponsales dormidos.
Yo quería ver todo el frente a fin de decidir sobre la
posibilidad de que Franco iniciara una ofensiva importante hacia la costa a
través de Teruel, en un intento de cortar la carretera entre Valencia y
Barcelona. Esto ha sido sobre el mapa la gran amenaza constante. Después de
observar todo el terreno y calcular las posibilidades defensivas, parece una
operación extremadamente peligrosa y difícil. Aunque con un empujón lo bastante
fuerte pudieran cruzar el paso que domina la ciudad en la carretera principal
de Teruel a Valencia, no podrían desplegarse y, después de avanzar por un
terreno relativamente fácil, tendrían que detenerse ante una serie de
cordilleras y colinas escarpadas que forman unas líneas de resistencia fáciles
de defender para el ejército republicano. He sabido durante meses que Teruel
debía de ser un mal lugar para que Franco intentase avanzar hacia la
costa, pues de lo contrario los rebeldes lo habrían hecho hace tiempo. Después
de andar y cabalgar por el terreno se comprende el peligro que entrañaría semejante
operación.
Otra limitación para una campaña a gran escala contra
Teruel es el invierno, que cerrará los pasos de mil a mil trescientos metros
por los que deberían transitar las columnas rebeldes en una operación a escala
medianamente grande. Dadas las habituales condiciones de la nieve en las
sierras que se levantan al este y oeste de Teruel, estos pasos estarán cerrados
desde mediados de noviembre a finales de abril. En invierno los rebeldes solo podrían intentar
el avance de columnas por la carretera principal de Teruel a Valencia y de
Teruel a Cuenca. El avance por Cuenca podría ser peligroso y cualquier columna
que 1o intentase sería extremadamente vulnerable en muchos puntos. No es
imposible que los rebeldes lancen una ofensiva a gran escala contra Teruel,
pero a la vista de los peligros, este corresponsal no cree que esto ocurra una
vez comenzado el invierno, y a juzgar por el viento glacial que soplaba en la
parte trasera del camión hace dos semanas en el frente aragonés y la vista de
la primera nevada caída en los Pirineos, el invierno está cada día más cerca.
Ernest Hemingway
Ernest Hemingway
Despachos de la Guerra civil española (1937-1938)
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