Madrid,
6 de octubre
En otoño la llanura castellana tiene el color del león y está tan
desnuda como un perro trasquilado. Mirando hacia el llano amarillento desde la
cumbre de una colina por donde pasaba la vieja línea del frente, se veían
cuatro pueblos y una ciudad lejana. La ciudad era Navalcarnero, en la carretera
de Extremadura, el objetivo final de la gran ofensiva gubernamental de julio.
Se veía azul en la distancia y los campanarios de sus
iglesias se elevaban sobre la llanura amarilla donde ochenta mil hombres
lucharon en la batalla más encarnizada de la guerra española.
La
carretera de Navalcarnero estaba defendida por los cuatro pueblos que se veían
abajo. Se hallaban casi en las posiciones los defensas de un equipo de fútbol
americano preparados para recibir el balón que inicia el juego. Villanueva del
Pardillo era el zaguero derecho, Villanueva de la Cañada el defensa, y Quijorna
el zaguero izquierdo. A medio camino de Navalcarnero estaba Brunete, defensa
central. Todos los pueblos habían sido fortificados por los rebeldes y todos fueron
conquistados por el gobierno, pero el juego no tenía fluidez. El momento era
inoportuno.
Las
tropas del gobierno penetraron con facilidad por el centro, tomaron Villanueva
de la Cañada y se aprestaron para tomar Brunete, con solo sesenta bajas la
primera mañana de la ofensiva. Habrían seguido adelante y explotado su ventaja,
pero Quijorna, a la derecha, protegida por eminencias fortificadas, detuvo el
avance durante tres días y Villanueva del Pardillo no fue tomada hasta el
quinto día. Se formó un peligroso saliente con Brunete en la punta y por el
momento pareció indefendible en el caso de una contraofensiva.
La toma de la posición de zaguero derecho de Villanueva del Pardillo y las
cumbres a sus espaldas hicieron posible defender el saliente y, cuando liego la
contraofensiva, el gobierno conservó todas sus posiciones durante cinco días de
la batalla más sangrienta de la guerra, exceptuando la propia ciudad de Brunete
y una estrecha franja de la parte delantera de su saliente. La línea del
frente, según vimos ayer, está ahora justo a medio camino entre Villanueva de
la Cañada y Brunete.
Las
carreteras sin árboles y la total ausencia de protección expusieron a las
tropas de ambos bandos a un terrible castigo de fuego de artillería y ataques incesantes
de la aviación enemiga. Ayer descubrimos lo visible que resulta cualquier
movimiento en una llanura desnuda cuando Herbert Matthews de The New York
Times, Sefton Delmer del Daily Express y yo visitamos el frente de Brunete en
el Ford de Delmer, con las banderas británica y americana en los guardabarros.
Habíamos mirado la ciudad de Brunete desde las alturas y visto a soldados
rebeldes caminar por las calles y observado con sorpresa el campanario todavía
erguido y muchas casas moderadamente intactas en una ciudad que se creía
convertida en polvo. Volvimos a pie a la carretera y al Ford y seguimos a un
vehículo del estado mayor del
gobierno que corría a toda velocidad por la surcada carretera de asfalto negro
hacia Villanueva de la Cañada. Allí un oficial salió al encuentro del coche y
nos detuvo, diciendo: «No pueden continuar. Han visto su vehículo con las
banderas y están bombardeando la carretera». Se oyó un fuerte estallido y una
nube de humo negro se elevó ante nosotros a cien metros de distancia, donde
había caído junto a la carretera una granada de seis pulgadas, de explosión
instantánea; Nos apeamos del coche y vimos caer media docena de bombas en la
encrucijada de Quijorna, mientras el oficial explicaba que el puesto de
observación rebelde en el campanario
de Brunete debía de haber tomado al Ford abanderado por una especie de coche de
alto estado mayor. Sugerí que nos fuéramos, si estábamos atrayendo el fuego,
pero el oficial dijo; «Ni pensarlo. Nos encanta que desperdicien bombas». Ser
blanco de bombas de seis pulgadas, es un cumplido que los periodistas reciben
con muy poca frecuencia, pero en realidad fue un alivio oír caer las bombas
sobre la tierra y explotar con un decente surtidor de barro, lanzadas hacia un
objetivo concreto, después de lo que uno siente sobre el bombardeo
indiscriminado en las calles empedradas de Madrid.
Tras
explorar la ruinosa desolación de Villanueva de la Cañada, fuimos en un coche
camuflado del estado mayor a Villanueva del Pardillo y examinamos las
fortificaciones y trincheras con las que los rebeldes habían transformado dicha
ciudad en una verdadera fortaleza. Al ver el círculo de defensas/fue fácil
comprender por qué se había detenido allí el avance del gobierno y pudimos apreciar
las lecciones aprendidas por el nuevo ejército en Brunete y que había aplicado
en Aragón. Brunete no fue el último desesperado esfuerzo del gobierno para
aliviar el asedio de Madrid, sino la primera de una serie de ofensivas lanzadas
sobre la base realista de
que la guerra podía durar dos años. Para comprender la guerra española es
necesario tener en cuenta que los rebeldes no mantienen una única; y continua
línea de trincheras en un frente de mil trescientos kilómetros, sino ciudades
fortificadas, sin comunicación con ninguna defensa, pero que dominan el campo
circundante como lo hacían los castillos en la antigua época feudal. Estas
ciudades han de ser sobrepasadas, rodeadas, asediadas y asaltadas como los
castillos en otros tiempos. Las tropas que habían estado a la defensiva durante
nueve meses en espera de atacar, aprendieron sus primeras lecciones en abril en
la Casa de Campo: los ataques frontales
en una guerra moderna contra buenas posiciones de artillería son suicidas. El
único sistema de ataque que puede vencer la superioridad que la artillería da a
la defensa si el bombardeo aéreo no infunde pánico a los defensores, es por
sorpresa, oscuridad o maniobra. El gobierno empezó a maniobrar en la
contraofensiva que venció a los italianos en Guadalajara. En Brunete no tenían
la experiencia suficiente para tomar sus objetivos al mismo tiempo a fin de que
todo el frente pudiese avanzar. Sin embargo, lanzaron una contraofensiva que
costó a los rebeldes más hombres de los que podían perder. Las bajas de los leales
al gobierno se estimaron en quince mil, y la contraofensiva rebelde en el
terreno baldío carente de todo elemento de sorpresa debió de costarles mucho
más.
Ahora,
mientras las tropas de Franco avanzan en Asturias, el gobierno acaba de
completar otra cautelosa ofensiva en el extremo norte de Aragón que los conduce
a una distancia estratégica de Jaca, la misma a que están de Huesca, Zaragoza y
Teruel. Pueden luchar de este modo indefinidamente, mejorando sus posiciones
mientras forjan a sus tropas en un ejército de ataque en una serie de pequeñas
ofensivas con objetivos limitados, destinadas a ser realizadas con
un mínimo de bajas mientras enseñan a un ejército a maniobrar en preparación
para operaciones a gran escala.
Entretanto,
Franco se ve constantemente obligado a distraer tropas para hacer frente a
estas pequeñas ofensivas. Franco solo tiene dos alternativas. Puede seguir
tomando ciudades «de nombre», sin verdadera importancia estratégica, avanzando
por la costa y mejorando así su posición internacional con éxitos obvios y
rentables, o enfrentarse con la inevitable y amarga necesidad de atacar
nuevamente Madrid y sus líneas de comunicación con Valencia.
Personalmente,
creo que al avanzar hacia Madrid y fracasar en su conquista se metió en un lío
del que aún no ha podido salir. Tarde o temprano tendrá que arriesgarlo todo en
una gran ofensiva en la meseta castellana.
Mientras
volvía a casa ayer noche, sin luces y en el asiento trasero del Ford de Delmer,
observando la Osa Mayor y la Estrella Polar y oyendo a Matthews hablar de la
Cruz del Sur, pensé que la impresión más viva del día no era el bombardeo.
Todas las bombas se parecen y si no te aciertan, no hay historia y si te
aciertan, no tienes que escribirla. Era el hecho de que en aquel llano
amarillento y baldío habían surgido
alfombras de flores púrpuras como flores de azafrán donde los proyectiles
incendiarios habían prendido fuego a los trigales. En la oscuridad recordé un
jardín de Key West y pensé que si Franco va a tomar la ofensiva, que lo haga
pronto y acabemos con esto de una vez.
Ernest Hemingway
Despachos de la Guerra civil espñaola (1937-1938)
No hay comentarios:
Publicar un comentario