Concepto que las mujeres del porvenir tienen de sí mismas, de los hombres y de la vida en general.
Hace unos cuantos años una maestra de las escuelas de Madrid,
curiosa del corazón humano, tuvo el que pudiéramos llamar capricho
psicológico de preguntar á sus discípulas: "¿Estáis contentas de ser
mujeres ó preferiríais ser hombres? ¿Por qué?» Sabía la maestra que en otros
países de Europa, en Inglaterra y Alemania por ejemplo, se habían hecho
preguntas análogas: sabía que casi todas las niñas, con precoz descontento de
la vida y de su condición de mujeres, habían respondido con el ansia de trocar
su condición femenina por la suerte del hombre libre y feliz: harto feminista,
esperaba y temía en la menuda humanidad femenina una respuesta análoga: pero su
sorpresa fué grande y grata: de ciento veinte criaturas, más de ciento
respondieron orgullosamente: ¡Prefiero ser mujer! Repetido el experimento en
otras varias escuelas, el resultado general fué el mismo; es de advertir que la
orgullosa afirmación de feminidad adquiría carácter de convencimiento
apasionado en las hijas del pueblo, y que todas las mujeres futuras que
anhelaban ser hombres, pertenecían a la angustiada clase media consumida de
tedio y de mal disimulada miseria.
Los motivos de la preferencia son curiosos y dejan harto mal
parada la soberbia masculina: tengo á la vista multitud de “planas” en las
cuales con letra vacilante y ortografía caprichosa, las muñecas de siete a
catorce años hacen su profesión de fé. Copiaré a continuación unas cuantas, no
precisamente de las más pintorescas, sino de las que reflejan con más fidelidad
el sentir general. Dicen así.
«A mí me gusta ser mujer, porque es la que manda en una
casa, y el oficio que más me gusta es el de sombrerera. A mí no me gusta ser
hombre, porque se va por la mañana y no vuelve hasta por la noche, y muchos se
van á la taberna. Me llamo Ángela y tengo nueve años».
«A mí me gusta ser mujer, porque la mujer es más útil que el
hombre. La mujer es la que cuida la casa y avía á los niños, y
porque la mujer siempre es más instruida que el hombre y porque una mujer
vale más que un hombre, y además porque me gusta más ser mujer. No me gusta ser
hombre, porque los hombres son muy malos. A mí me gustaría ser profesora de
piano. — Josefina. —Tengo diez años».
«A mí me gusta ser mejor mujer que hombre, y si fuera hombre
aprendería la carrera de médico, y la carrera que me gusta mejor es la de
maestra de niñas. Me gusta ser mujer porque es la que cuida toda la
familia. No me gusta ser hombre porque no me gusta la cara que tienen, y si yo
fuera hombre tenía que ser marido ¡y eso no! — Dolores. — Tengo trece
años».
«Me gusta más ser mujer que hombre, porque me gustan más los
oficios de las mujeres, y hombre no me gusta, porque no me gustan los oficios
de hombre como carpintero y pintor, que van todos sucios de la pintura. Me
gusta ser modista. — María.— Nueve años».
«Yo prefiero ser mujer porque así juego con la muñeca, y haré de
mayor las cosas de la casa; yo, para ser mayor, escogería ser maestra ó modista
de sombreros. Yo no quiero ser hombre, porque no son tan buenos como las
mujeres y tienen mucho que trabajar. — Natividad. — Tengo doce años».
«Estoy muy contenta de ser mujer para ser mujer de mi casa. Cuando
sea mujer quisiera tener el oficio de sombrerera. No me gusta ser hombre,
porque no me gustan los pantalones ni los oficios de los hombres, como el ser
empleado. — Emilia. —Trece años». «A mí me gusta más ser mujer, porque
las mujeres hacen las cosas de su casa, pero me gustan más las mujeres que se
dedican al estudio: aunque los hombres también estudian, me gustan más las
mujeres y estoy muy contenta de ser mujer. Siendo mujer, la profesión que más
me gusta es la de maestra, para cuando tenga mi título, tener una clase en la
Normal ó un colegio; estas son todas mis aspiraciones siendo mujer. Si
fuera hombre seguiría la carrera de médico porque es la mejor: me gustaría ir á
San Carlos, practicar, y cuando fuera doctor, tener una cátedra en la
Universidad de Madrid; pero á pesar de todo, me gusta doble ser mujer. — Pilar.
— Catorce años».
«Me gustan más las mujeres porque trabajan. — Amelia. —Doce años».
«A mí me gusta ser mujer por los quehaceres de la casa y por ser
modista. A mí no me gusta ser hombre, porque siempre andan por la calle. —
Manuela. —Trece años. »
«A mí me gusta ser mujer por ser la que cuida á la familia y hace
la ropa, y porque me gustan más las faldas que los pantalones, y el oficio que
más me gusta es la carrera de comercio. ¿Que por qué no me gusta ser hombre?
Porque llevan pantalones, y son muy feos, y porque no tienen pelo largo y
porque el hombre es el amo en una casa, y siempre está riñendo y eso á mí
no me gusta, La carrera que tendría yo siendo hombre es la de médico.
— Margarita. —Doce años. »
«Yo prefiero ser mujer, porque la mujer siempre está cosiendo o
haciendo algo. La carrera que me gustará seguir es la de tenedora de libros,
por saber el francés y otros idiomas. ¿Por qué no me gusta ser hombre? Porque
los hombres no pueden ser buenos aunque quieran. — Antonia. — Ocho años.»
¿Qué les parece á ustedes? Estas muñecas que empiezan á vivir,
desdeñan á los hombres desde lo alto de su feminidad, y les consideran
moralmente inferiores, vagos, callejeros, inútiles, de mal carácter... y
feos por añadidura. Huelgan comentarios. Y no es capricho de imaginación: estas
chiquillas hablan aleccionadas por lo que ven en su casa, por lo que oyen decir
á la madre. Terribles han de ser las feministas que han de darnos batalla
dentro de media docena de años; terribles, porque son muy mujeres, porque están
orgullosas de serlo, porque no quieren dejarlo de ser, porque nos desdeñan
compasivamente, considerándonos como artículo de lujo ó ser decorativo, aunque
perjudicial: «Tendría que ser marido, ¡y eso no!» es un grito del alma; y
porque muy resueltas á seguirnos cosiendo los calcetines y arreglando la casa,
parecen decididas también á ganarse la vida con un oficio. Maestras por esencia
y constructoras de nacimiento, sueñan con la escuela o con el taller: si
piensan en carrera de hombre, se fijan en la Medicina, porque es de utilidad
evidente, caritativa y práctica; enamoradas de lo eficaz y lo posible, se
burlan por adelantado de los que nos burlamos de sus sueños locos. Las mujeres
de hoy, como Argos, si cierran cincuenta ojos para dormir, abren otros
cincuenta para vigilar. Mucho tenemos que apretar, amigos, si no queremos
llegar á ser en breve para ellas un «mero objeto de placer». A defenderse,
pues, con buenas obras, que ellas ya no se fían de palabras bonitas.
María Lejárraga
Publicado en Nuevo Mundo con la firma de Gregorio Martínez Sierra
¿Podríais dar algún detalle de la foto?
ResponderEliminarLas mujeres se llamaban María Telo (la que está subida en la escalera), Goya y Pilar Alonso, y colocaron ese cartel el 1 de mayo de 1936 en Cantalpino.
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