Sr. D. Alfredo Vicenti
Mi
querido amigo: Teniendo que ausentarme de Madrid, espero de su buena amistad
que me preste su voz y su corazón para expresar a los republicanos de ese
distrito lo que mi voz y el corazón mío no pueden hoy manifestarles. Lo primero
es que de mi amor entrañable al pueblo de Madrid dan testimonio treinta y cinco
años de trato espiritual con este noble vecindario. No necesito decir cuánto me
enorgullece ostentar un lazo de parentesco ideal con el estado llano
matritense, en quien, desde principio del pasado siglo, se vincularon
el sentimiento liberal y la función directiva: lazo de parentesco también con
las muchedumbres desvalidas y trabajadoras. La acción de éstas se ha
manifestado en la Historia, como acreditan páginas inmortales; se manifiesta
siempre en la vida común del pueblo, como atestiguan su tenaz lucha por la
existencia y su constancia en el sufrimiento.
Diga
usted también que he pasado del recogimiento del taller al libre ambiente de la
plaza pública, no por gusto de ociosidad, sino por todo lo contrario. Abandono
los caminos llanos y me lanzo a la cuesta penosa, movido de un sentimiento que
en nuestra edad miserable y femenil es considerado como ridícula antigualla: el
patriotismo. Hemos llegado a unos tiempos en que al hablar de patriotismo
parece que sacamos de los museos o de los archivos históricos un arma vieja y
enmohecida. No es así: ese sentimiento soberano lo encontramos a todas las
horas en el corazón del pueblo, donde para bien nuestro existe y existirá
siempre en toda su pujanza. Despreciemos las vanas modas que quieren mantenemos
en una indolencia fatalista: restablezcamos los sublimes conceptos de Fe
nacional. Amor patrio y Concordia pública, y sean nuevamente bandera de los
seres viriles frente a los anémicos y encanijados.
Jamás
iría yo adonde la política ha venido a ser, no ya un oficio, sino una carrerita
de las más cómodas, fáciles y lucrativas, constituyendo una clase, o más bien
un familión vivaracho y de buen apetito que nos conduce y pastorea como a un
dócil rebaño. Voy a donde la política es función elemental del ciudadano con
austeras obligaciones y ningún provecho, vida de abnegación sin más recompensa
que los serenos goces que nos produce el cumplimiento del deber.
A
los que me preguntan la razón de haberme acogido al ideal republicano, les doy
esta sincera contestación: tiempo hacía que mis sentimientos monárquicos
estaban amortiguados; se extinguieron absolutamente cuando la ley de
Asociaciones planteó en pobres términos el capital problema español; cuándo
vimos claramente que el régimen se obstinaba en fundamentar su existencia en la
petrificación teocrática. Después de esto, que implicaba la cesión parcial de
la soberanía, no quedaba ya ninguna esperanza. ¡Adiós ensueños de regeneración,
adiós anhelos de laicismo y cultura! El término de aquella controversia sobre
la ley Dávila fue condenamos a vivir adormecidos en el regazo frailuno, fue
añadir a las innumerables tiranías que padecemos el aterrador caciquismo
eclesiástico.
En
aquella ocasión crítica sentí el horror al vacío, horror a la asfixia nacional,
dentro del viejo castillo en que se nos quiere tapiar y encerrar para siempre,
sin respiro ni horizonte. No había más remedio que echarse fuera en busca del
aire libre, del derecho moderno, de la absoluta libertad de conciencia con sus
naturales derivaciones, principio vital de los pueblos civilizados. Es ya una
vergüenza no ser europeos más que por la geografía, por la ópera italiana y por
el uso desenfrenado de los automóviles.
Al
abandonar, ávido de aire y luz, el ahogado castillo, veo en toda la extensión
del campo circundante las tiendas republicanas. Entro en ellas; soy recibido
por sus moradores con simpatía como un combatiente más, y al mostrarles mi
gratitud por su fraternal acogimiento, les digo.: ‘Sitiadores: agrandad
vuestras tiendas, que tras de mí han de venir muchos más. Muchos vendrán
conforme se vayan recobrando de la pereza y timidez que entumecen los ánimos.
Las deserciones del campo monárquico no tendrán fin: los desaciertos de la
oligarquía serán acicate contra la timidez; sus provocaciones, latigazos contra
la pereza.
Vuestra
legión, ya muy crecida, será tan grande que para rendir el castillo no
necesitará emplear las armas. Triunfará con un arma más fuerte que la fuerza
misma, con la lógica formidable, que siempre, en la debida sazón, engendra los
derechos históricos’.
Para
concluir, recomiendo al amigo otra manifestación que debe hacer en mi nombre.
Ingreso en la falange republicana, reservándome la independencia en todo lo que
no sea incompatible con las ideas esenciales de la forma de Gobierno que
defendemos. Coadyuvaré en la magna obra con toda mi voluntad. No me arredra el
trabajo. Cada cual tiene su forma personal de transmitir las ideas. La forma
mía no es la palabra pronunciada, sino la palabra escrita, medio de corta
eficacia, sin duda, en estas lides. Pero como no tengo otras armas, éstas
ofrezco, y éstas pongo al servicio de nuestro país.
Identificado
con mis dignísimos compañeros de candidatura, iré con ellos y con toda la inteligente
y entusiasta masa del partido, a las batallas que hemos de sostener para
levantar a esta nación sin ventura de la postración en que ha caído. Sin tregua
combatiremos la barbarie clerical hasta desarmarla de sus viejas argucias; no
descansaremos hasta desbravar y allanar el terreno en que debe cimentarse la
enseñanza luminosa, con base científica, indispensable para la crianza de
generaciones fecundas; haremos frente a los desafueros del ya desvergonzado
caciquismo, a los desmanes de la arbitrariedad enmascarada de justicia, a las
burlas que diariamente se hacen a nuestros derechos y franquicias a costa de
tanta sangre arrebatadas al absolutismo. Y por fin acudiremos al socorro de la
nacionalidad, si, como parecen anunciar los nubarrones internacionales, se
viera en peligro de naufragio total o parcial, que nada está seguro en estos
tiempos turbados, y en los más obscuros y tempestuosos que asoman por el
horizonte. Salud a todos, y unión y firmeza.
De
usted invariable amigo,
Benito Pérez Galdós, Madrid 6 de abril de 1907
El Liberal y El País, 6 de abril de 1907
Galdós demócrata y republicano (escritos y
discursos 1907-1913). Secretariado de publicaciones de la
Universidad de La Laguna y el Cabildo Insular de Gran Canaria, 1982, (págs.
51-53)
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