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2222. España continúa siendo para nosotros una herida

Albert Camus
(Dréan, Argelia, 7 de noviembre de 1913 - Villeblevin, Francia, 4 de enero de 1960)


Quedo un poco sorprendido, pues Camus en persona está frente a mí con el teléfono en la mano. Fino, el rostro alargado, los cabellos en desorden y la mirada de una extraordinaria vivacidad en este París de las grandes distancias y de la vida complicada.

Es posible que sea esta vida misma la que ha impregnado a Camus, pues no son sólo sus ojos luminosos, sino también su sonrisa, sus mismas frases y sus manos, siempre en movimiento.

Camus ha tenido una juventud difícil. Para hacer sus estudios ha trabajado en las más diversas profesiones: vendedor de accesorios de auto, comisionista marítimo, burócrata y actor, hasta llegar a su condición actual. Como tal ha viajado mucho.

Una vida así bastaría para dar personalidad a un hombre, si no llevara en sí su propia luz.

Camus ha sido, además, una de las figuras representativas de la Resistencia de Francia.

Como puede ser considerado camarada por todos los españoles, y todos los que sufren al otro lado de los Pirineos pueden llamarle su defensor. Es lo uno y lo otro, con toda cordialidad, con una magnifica espontaneidad, sin la menor afectación.

Los problemas de España son para él problemas propios.

– Esto no es nada extraordinario -nos declara-, mi madre es española, de Baleares.

Camus conoce nuestro idioma, nuestros autores, nuestros grandes problemas de emigrados.

Hay muy pocas publicaciones sobre España que, de lejos o de cerca no están más o menos inspiradas por Camus. Es incansable para hablar y escribir en favor nuestro. A pesar de sus actividades aún le queda tiempo y amor para ayudarnos y preparar la edición de nuestros grandes poetas y escritores.

Camus no es solamente un gran escritor que ha triunfado, sino un gran escritor en toda la línea. Calígula es la obra teatral que más puede impresionar a un público. El Extranjero es uno de los libros que más hacen pensar en nuestros profundos problemas sicológicos. El Mito de Sísifo es uno de los ensayos que más pueden iluminarnos sobre los problemas del hombre.

Pero la gran obra de Camus es su cordialidad, nacida, como toda obra de arte, de la comunidad de sentimientos con los hombres. Por ello nuestra charla ha sido extensa y provechosa. Camus, que no es un optimista ve nuestras cosas con una clarividencia que asombra.

– Desde hace nueve años los hombres de mi generación viven la vida de España. Es como una herida que no se cierra. Por España hemos aprendido que puede tenerse toda la razón y ser vencidos. Por ello la guerra de España fue nuestra guerra, pues fue una guerra por la libertad.

Camus se expresa con frases tajante que sus manos subrayan como signos de admiración:

– Aunque muchas de las crueldades de Franco nos hayan llegado a parecer como cosas naturales, después de lo que hemos visto y sufrido los franceses, hay, además, el espectáculo de una justicia sin reparación, el de la pasión de todo un pueblo. Por esto España continua  siendo para nosotros una herida sangrante que nos recuerda nuestra equivocación cuando pensamos que la guerra ha terminado, como nos equivocábamos en 1936 al no querer ver que la verdadera guerra comenzaba entonces.

– En lo que hace referencia a España nuestra indiferencia sería menos reprobable si tuviéramos la conciencia más tranquila. Franco mató a García Lorca, pero Francia dejó morir a Machado a la salida de un campo de concentración. Hasta que esa gran injusticia sea reparada los que hemos sufrido tanto por el asesinato de García Lorca y la muerte de Machado, no podremos recobrar la paz.

– Evidentemente tengo razones personales para esto. España es mi segunda patria por la sangre, pues mi madre es española. En esta Europa avara, en este París en que la pasión es  tenida por una idea ridícula, la mitad de mi sangre sufre por el exilio de la ha sido impuesto desde hace siete años y aspira a recobrar la sola tierra donde me siento plenamente yo mismo, el único país que sabe vivir una existencia superior al amor de vivir, a la desesperación de vivir.

– Pero no es por reacción personal por lo que España me interesa. Toda la inteligencia de Europa se interesa por España. Parece que Europa se da cuenta de que ese país está en posesión del secreto de una gran aspiración que se esfuerza por alcanzar a través de sus guerras y de sus revoluciones.

– ¿Qué sería de la prestigiosa Europa sin la pobre España? Las síntesis y las fórmulas que el Occidente trata de descubrir, desgarrándose. España las produce sin esfuerzo, pero no puede comunicarlas sin el drama de sus insurrecciones. Patria de las sublevaciones, sus grandes obras son grandes gritos desesperados hacia lo imposible. Cada una de sus obras acusa al mundo tanto como la glorifica.

– Pero el mundo, que no puede prescindir de España, la ignora de tal manera que apenas si queda lugar para el asombro. ¿Cómo aceptaríamos, si no el recibir de España solamente lo grotesco? Además, no solamente soportamos lo que es grotesco, sino que firmamos con ella tratados comerciales.

Camus sigue hablando con frases sincopadas. En este momento nos recuerda cuando hace poco tiempo lanzaba sus anatemas a los franceses que cambiaban su horror por algunos kilos de naranjas.

– Las gentes realistas nos dicen que eso no nos importa que no es cosa nuestra, que la democracia consiste en no ocuparse de los otros. Pues, bien, ¡no! Nosotros hemos aprendido que la democracia no tiene fronteras y conocemos mejor que ellos las realidades por las cuales hemos combatido. Hemos combatido para que los hombres libres puedan mirarse sin avergonzarse, para que cada uno pueda ser feliz, sin verse forzado a llevar la pesada carga de la humillación de los otros. ¿Qué hombre podrá sentirse libre mientras que esa tierra de libertad que es España continúe sojuzgada por la arbitrariedad?

– La libertad ha de ser para todos o para nadie. Cada vez que en cualquier parte del mundo se le carga a un hombre de cadenas, nos sentimos nosotros un poco encadenados.

– ¿El porvenir? No lo veo sonriente, pero lo veo seguro. España será libre. ¿Y, entretanto? Entretanto hay que demostrar, sobre todo a los americanos y a los realistas de todos los países que el único orden posible en España es el orden suyo, el orden republicano: y que la sola forma de terminar con los extremismos que les asustan tanto, es que en España y en otros países las gentes puedan ocuparse de su propia felicidad en lugar de acumular el odio y el rencor contra sus gobiernos fascistas y contra los que los toleran. Quiero, simplemente, volver a España, donde me sentiría en mi propia casa más que en parte alguna, pero adonde no iré hasta que el dominio de Franco haya desaparecido.

Evidentemente Camus puede tener la seguridad de que cuando Franco haya desaparecido de España los españoles que tanto le amamos haremos lo necesario para que se encuentre “como en su casa”. Y esto lo comprende él muy bien.


P.E.
España Republicana, 29 de diciembre de 1945









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