Manuel Azaña en el ayuntamiento de Valencia. 21 de enero de 1937 |
El día 21 de enero, en las salas de la Casa
Consistorial de Valencia, ante el Gobierno, el Cuerpo Diplomático y el
Parlamento, habló el Presidente de la República, y sus palabras fueron
retrasmitidas por todas las emisoras leales, lanzadas al aire libre de Europa.
Luego de saludado por el Alcalde de la ciudad en nombre de todos los municipios
libres de España, se levantó el Sr. Presidente y pronunció un largo discurso
memorable. Por lo que representa y vale como definición nacional, como hecho de
volumen suficiente para constituir un hito de nuestra accidentada y compleja
guerra, como aportación humana y documento histórico, nosotros queremos recoger
en estas páginas su vuelo y su destino reacuñando con la más sintética forma de
esta «hora de España» su caudal desbordante de sugerencias y de afirmaciones.
El derecho y el deber de hacer la Guerra
«Cuando se hace la guerra, que es siempre un mal;
cuando se hace la guerra, que es siempre aborrecible, y más si es entre
compatriotas; cuando se hace la guerra, que es funesta incluso para quien la
gana, hace falta una justificación moral de primer orden que sea inatacable,
que sea indiscutible...»
«Hacemos una guerra terrible, guerra sobre
el cuerpo de nuestra propia Patria, pero nosotros hacemos la guerra porque nos
la hacen. Nosotros somos los agredidos; es decir, nosotros, la República, el
Estado, que nosotros tenemos la obligación de defender. Ellos nos combaten; por
eso combatimos nosotros. Nuestra justificación es plena ante la conciencia más
exigente, ante la Historia más rigurosa. Nunca hemos agredido a nadie; nunca
la República ni el Estado, ni sus Gobiernos han podido, no ya justificar, sino
disculpar o excusar un alzamiento en armas contra el Estado».
Con estas precisas palabras situó el Presidente, bajo
la luz más clara, el problema jurídico de la rebelión y de la guerra, disipando
toda niebla en torno a esta cuestión previa, y permitiendo el calar hondo
hasta considerar gravemente el sentido profundo y la entraña misma de la
revolución.
Nosotros somos —vino a decir— hombres de la paz;
defensores de la libertad; la República quiso renovar el aliento de España,
transformando sus viejas y anquilosadas formas de vida, pacíficamente,
respetando la libertad de todos. A nadie le fué negado el derecho de hablar, de
organizar, de dirigir si contaba con la voluntad nacional expresada
democráticamente. En las más difíciles circunstancias, desde la calle, después
de dos años de reacción y de poder anti-republicano, con enemigos al frente del
Estado y del Gobierno, el Frente Popular de la República ganó las elecciones
del 16 de febrero, a las que acudieron (aceptándolas, por consiguiente), con
soberbio orgullo y estrepitosa altanería, los enemigos de la República.
El 18 de julio de 1936 existían en el país
partidos y organizaciones anti-republicanas; los líderes de la reacción
pronunciaban todos los días en el Parlamento violentos discursos contra el
régimen; las empresas económicas y los Bancos funcionaban normalmente y
repartían sus dividendos; en las iglesias se celebraba el culto religioso; el
Gobierno intentaba realizar el programa moderado que había sido la base de la
coalición electoral. En los cuarteles conspiraban los generales mantenidos por
la República. Y, sin embargo, a pesar de todo esto, de este derecho, de este
respeto, de esta moderación, se lanzaron a la rebelión.
Han roto la paz y han secuestrado la libertad.
Tremenda responsabilidad para los que desencadenaron y sostienen la guerra
cruel y destructora. Ellos son los que deben presentar «esas» razones morales
de primer orden, inatacables e indiscutibles, que pueda justificar ante la
conciencia y ante la historia ese robo tremendo de la libertad, esa enorme
catástrofe de la guerra. Nosotros realizamos nuestro derecho y cumplimos
nuestro deber al defendernos.
Por eso dijo el Presidente con la mejor
dialéctica: «para extinguir la guerra nosotros no tenemos más que un
procedimiento, que es continuarla», y a continuación, erguido sobre el más alto
deber :
«No estamos dispuestos a admitir que
se ponga en tela de duda ni caiga la menor sombra sobre la autoridad de la
República, sobre la legitimidad del Régimen, sobre la autoridad del Gobierno
que la personifica y sobre ninguna de las representaciones del Estado Oficial
Español. Sobre eso nada. Primero perecer.»
La definición nacional
Delincuentes contra el Estado y la
ley—ellos, los idólatras de la ley y del Estado—intentan justificar los
sublevados sus monstruosos crímenes como una lucha «nacional» contra la
tiranía marxista, como una salvación de España de «los rojos». La respuesta a
estas afirmaciones conduce necesariamente al fondo del asunto. Naturalmente que
no nos batimos sólo por defender la causa formal del derecho del Estado.
«Hay el contenido apasionante, patético, arrancado del
corazón, que es el objeto de la contienda: nosotros nos batimos por la unidad
esencial de España; nosotros nos batimos por la integridad del territorio
nacional; nosotros nos batimos por la independencia de nuestra Patria y por el
derecho del Pueblo español a disponer libremente de sus destinos. Por eso nos
batimos.»
He aquí la clave del problema español, el sentido de nuestra lucha. Los contingentes armados y el material de guerra enviados a los rebeldes por aquellas potencias europeas que han hecho del imperialismo guerrero un culto nacional dan abiertamente a nuestra lucha un carácter de lucha nacional por la independencia. No quiere decir que haya cambiado radicalmente nuestro movimiento, sino que la revolución popular española, que, al fracasar el método pacífico y moderado de la República el 18 de julio, cuajó violentamente, como necesaria defensa contra el fascismo sublevado y en guerra contra nosotros, ha llegado a coincidir con la causa nacional de España, de su libertad y de su independencia. No es más que el desarrollo de la semilla, la maduración del proceso. Se ha realizado plenamente el destino que latía en la entraña misma de la revolución.
Que esta revolución era necesaria para
resucitar la nación de su letargo y levantar su triste decadencia, lo prueba
que ellos, que son la vieja España de los desastres y de las vergüenzas
responsables de todo el pasado inmediato y de la situación nacional, tengan que
enmarcarse burdamente, precipitadamente en un movimiento fascista, revolucionario.
Pero ellos no son más que la revolución legal, la
rebelión contra la ley. La revolución histórica, ligada a la grandeza de España
y a las necesidades y los anhelos profundos del pueblo, somos nosotros.
Nosotros, la revolución que crea una vida nueva, una nueva Patria, de acuerdo
con la más libre y genuina voluntad nacional. «Nosotros no importamos política
extranjera. Ni admitiríamos la importación, ni nadie nos la ha pedido ni nos la
ha propuesto, ni lo desea, y estoy autorizado por mi función para declarar que
la República española no tiene contraído ninguna especie de compromiso político
con ningún país del mundo.» «No sé cuál será el régimen político español: será
el que el pueblo quiera...»
Y es el pueblo—a través del Gobierno de la
República—quien va creando con su original inspiración la nueva España; es el
pueblo—como siempre—quien sella con su sangre la nueva patria. Es el pueblo
quien alienta con su genio en todas las instituciones y las empresas de la
República.
La guerra ha puesto al descubierto el antinacionalismo
de la reacción española. Casta minoritaria separada por un abismo de
explotación y de odio de su pueblo, a la hora de la verdad—la hora del heroísmo
y de la muerte—sus voces, llamadas pálidas y falsas, se han perdido —sin eco, ni
respuesta—, y sólo les ha quedado un camino: la venta turbia y cenagosa del
país, la traición a la Patria, la servidumbre al Imperialismo extranjero.
«Yo estimo que un movimiento nacional seria
irresistible, en cualquier sentido que se pronunciase..., pero para que haya un
movimiento nacional lo primero que tiene que haber son nacionales libres para
manifestarlo.»
Mussolini e Hitler han subido al poder, sin duda,
sobre una gran marea nacional (no es este el momento de analizar por qué), pero
los rebeldes, aislados por el pueblo, sólo pueden subir empujados por las
fuerzas y las armas extranjeras. Así culmina ya el proceso, y sobre los hombros
populares cae de lleno la ingente y heroica tarea de salvar la Patria de la invasión.
Nuestro movimiento es ya tangible, real, indiscutiblemente el movimiento
nacional. La revolución y la independencia nacional se han identificado.
El problema internacional
El Presidente, en su magno discurso, no podía
mutilar nuestra dramática realidad, amputándola del mundo europeo. No sólo
porque nuestra guerra espiritualmente es un drama universal, sino porque «La
posesión de las riquezas naturales españolas, de sus puertas, de sus bases, que
no necesitan para estar dominadas por el extranjero enarbolar una bandera
extranjera, que no necesita repartirse en provincias el territorio nacional
para estar sometido a un yugo extranjero; la posesión de todo eso mira a un
objetivo superior». El objetivo superior de romper el equilibrio del sistema
occidental europeo a favor del Fascismo y de la guerra, en contra de las
naciones democráticas.
Las palabras del Presidente, serias y dignas, fueron
solamente una advertencia del peligro; lo demás hubiera sido «candor o
impertinencia».
«Corresponde a otros limitar la guerra, corresponde a
otros restablecer la observancia del Derecho Internacional, escandalosamente
violado en nuestro suelo.»
«Espero que la sabiduría de quienes gobiernan y dirigen los destinos de Europa sabrán darse cuenta...»
No puede darse mayor lealtad, discreción y pulcritud
al abordar el problema internacional de la guerra española.
«Nosotros tenemos que conservar en primera línea el
valor nacional de nuestra causa y no envolverlo en ninguna otra causa más... »
Estas fueron sus palabras clarividentes.
La figura del presidente Azaña
Este sumario apuntamiento que hemos realizado quedaría
incompleto sin unas líneas de comentario en torno a la figura de Azaña y a la
parte personal de su discurso, magnífico y definitivo. Para ningún español es
un secreto la alta categoría mental del Presidente. Intelectual de pura cepa,
en ello encuentra su grandeza y su servidumbre. Profundidad y alteza en el
planteamiento; subjetivismo. Llegó a la Presidencia tras una corta y azarosa
lucha política, casi como a un refugio. La tremenda conmoción de España, la
guerra y la revolución— «largo plazo de sufrimientos»—, han madurado su corazón.
Su figura se ha ido agrandando y ennobleciendo.
El día 21, al anochecer, comenzó su discurso
analizando, y allí resplandeció su poderosa y clara inteligencia. Mas a partir
del momento en que Madrid, bañado en sangre y coronado de fuego, atravesó
como una imagen de heroísmo y de tragedia el discurso, su voz se veló de
emoción, y ya hasta el final sus palabras claras se tiñeron de humanidad, y la
voz, las referencias y el sentido fueron cada vez más profundos.
«Y es verdad, Cano; en Madrid, donde nunca había
pasado nada, pasa ahora lo más grande de la Historia Contemporánea de España, y
será menester que transcurra tiempo para que los propios madrileños, todavía no
asesinados, alegremente conformes con su tremendo destino, puedan percibir las
repercusiones que su resistencia sin límite va a tener en los destinos de
España.»
Y más abajo, donde todos los casticismos, las
elegancias y las ironías de su discurso se apagan para dejar levantar una llama
más alta: la expresión suprema de la creación colectiva fundida por el genio
popular en el fuego y la sangre del más tremendo sacrificio.
«...un régimen donde los derechos de la
conciencia y de la persona humana estén defendidos y consagrados por todo el
aparato político del Estado; donde la libertad moral y política del hombre esté
asegurada; donde el trabajo recupere en España lo que quiso hacer de él la
República, la única categoría cualificativa del ciudadano español, y donde esté
asegurada la libre disposición de los destinos del país por el pueblo español
en masa, en su colectividad, en su representación total. Si un día hace falta
volver a combatir contra la tiranía, yo diré: ¡presente! »
Bella y concisa fórmula de la originalidad española.
Y luego estas palabras—ya últimas—colmadas de
admirable emoción :
«Vendrá la paz y espero que la alegría os colme a
todos vosotros. A mí, no, señores. Permitidme decir esta terrible confesión,
que desde el sitio que estoy no se cosechan en circunstancias como ésta más que
terribles sufrimientos, torturas del ánimo de español de mis sentimientos de
republicano. Ninguno de nosotros hemos querido este tremendo destino, ninguno
lo hemos querido; hemos cumplido el terrible deber de ponernos a la altura de
este destino.»
«Vendrá la Paz y vendrá la victoria. Pero la victoria
será una victoria impersonal...»
«No será un triunfo personal, porque cuando se tiene el dolor de español que yo tengo en el alma, no se triunfa personalmente contra compatriotas; y cuando vuestro primer magistrado erija el trofeo de la victoria, seguramente su corazón de español se romperá y nunca se sabrá quién ha sufrido más por la libertad de España.»
Y sobre todos cayó el dolor majestuoso del pueblo
destrozado, de la Patria en escombros. Y todos nos sentimos expresados con
profundidad y elevación, representados plenamente, con toda dignidad. Y
recordando las palabras de uno de nuestros más agudos enemigos, aquel que le
llamó Primer Rey Natural de España, nos pareció que alguien escondido en el
augusto silencio nos gritaba: «¡Españoles, presentad las armas!»
Angel Gaos
Hora de España II
Valencia, Febrero 1937
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