Sección de propaganda. Valencia, 1937 |
Escribir objetivamente de política, en estos días de pasión española, no es tarea fácil. Quien más, quien menos siente embebido su ser en la actitud política que cuadra a sus simpatías y no puede, sin trabajo, desasirse de la subjetividad. Vamos a intentar un esquema de la actual política española, confiándonos a la mesura del lector, agente, como nosotros, del proceso emocional de la guerra.
Dos modos de política conviene discriminar: la
política determinada por la guerra, y la política que determinan los partidos y
las organizaciones obreras. Son términos distintos de un problema, que si se
convirtieran en uno sólo darían ya el problema resuelto. La guerra, por
ejemplo, accede a una política exclusiva: organizar el Estado y disciplinar la
sociedad, de manera que ajusten sus funciones al interés de la Milicia, esto
es, a conseguir la victoria. Lo mismo persiguen, sin duda, las organizaciones y
partidos, pero con procedimientos radicalmente diferenciados, en muchos casos,
y siendo, quizá, el único valor pragmático de la política el procedimiento, se
corre el riesgo de sacrificar a las interpretaciones peculiares, el interés
esencial de la guerra.
¿Qué política satisface a la guerra? Es bien sencillo
definirla: la que sepa dejar en suspenso la disciplina particular en beneficio
de la disciplina general. Se ha venido repitiendo que la guerra y la revolución
eran indivisibles y este supuesto lógico ha engolosinado a las entidades
políticas y sindicales. Cada una de ellas ha dirigido sus actividades, mediante
un error de primacía, a hacer de la revolución "su revolución". En
algunas, la revolución no era ni siquiera evolución, pero las circunstancias le
prestaban generosamente el substantivo a quien quisiera usarlo en sus obras, o
en sus exhibiciones. Hubiera sido más útil para España que todas las
organizaciones políticas y sindicales acordaran, en principio, hacer de la
guerra "su" guerra, con lo cual la revolución sería la consecuencia
natural y universal de la guerra.
Al detenernos, ex profeso, en esta disyuntiva, es que
la consideramos manadero de cuantas dificultades políticas puedan producirse.
La guerra, como suceso vital del país, hace excusables todas las precauciones,
y no estaría mal revisar el sentido de la guerra para referirlo a la conducta
de los partidos y sindicatos.
El movimiento de julio fué un alzamiento para rescatar
de manos de los militares sublevados la Constitución. Indudablemente las masas
populares no se sentían ufanas en un estado de cosas que las obligaba a
convivir constitucionalmente con los reaccionarios. Pero por primera vez,
acaso, nuestra historia, huera de política, había tenido un rasgo de gran
intuición: el Frente Popular, cuyos principales artífices fueron Azaña y
Prieto; es decir, un republicano, hoy Presidente de la República, y un
socialista, hoy Ministro de la Defensa Nacional.
El pueblo, y muy expresivamente las organizaciones
obreras, supieron asestar con el instrumento político recién creado, un mazazo
electoral a la reacción en el mes de febrero de 1936. La España adocenada y
recalcitrante, que vivía en la órbita del dinero y del Cristo, no quiso
reducirse, ni ante la Constitución, y tomó del fascismo la audacia precisa para
acabar con la libertad y con la Ley. Por todo ello, el movimiento de julio es
típicamente constitucional, y lo prueba la subsistencia del Estado con sus
jerarqujas, instituciones y prerrogativas, pese a haber asaltado las esclusas
populares y haberlo anegado todo la justicia iracundia de las masas.
Claro está que la guerra abría anchas brechas al ansia
de renovación de la vida española. El pueblo presentía que le era dable
aprovechar la coyuntura y transformarse social y políticamente. De aquí que las
organizaciones trabajadoras, las más necesitadas de recreación, se apresurasen
a interpretar la guerra como un accidente revolucionario, cuando en puridad
venía a ser la revolución un accidente de la guerra. Era forzoso combinar las
dos velocidades. Y ésta fué y sigue siendo la misión del Frente Popular y de
sus Gobiernos. Cualquier observador circunspecto admitirá que de todo el
proceso político adosado a la guerra, el Frente Popular es el factor más
extenso e intenso, a despecho de los intereses de partido o sindicales que
presuman próxima la ocasión de suceder le. Recordemos a este efecto, que no
hace mucho quedó sobre el papel una coyunda táctica proyectada nada menos que
para oponer la obra del sindicato a la obra de la política, sin contar con el
Frente Popular. La operación, hecha "ad captandum vulgus" fué
censurada severamente por los partidos revolucionarios, que vieron comprometido
el programa del Frente Popular y su parte más imperativa: la formación del
Ejército.
Hubo también contra el Frente Popular y su Gobierno
genuino, algunos ensayos livianos. Intrigas de pacotilla, sin otra trascendencia
que revelar viejas taras y provocar algunas refutaciones periodísticas.
Tales maniobras carecían de sazón para trascender al
público. Apenas obedecían a reconcomios de figuras y figurantes insatisfechos.
Sin embargo, es interesante anotar que el mero episodio de manifestarse en el
subsuelo político el espíritu de maniobra, poseía un cierto valor saludable.
¿Cómo sin tenerse la certidumbre de que la vida española había conseguido un
grado apetecible de normalidad para soportar los escarceos de los ambiciosos,
iban éstos a montar sobre la arisca experiencia española sus desvencijados
tingladillos?
La política de atemperar la revolución a la guerra, es
decir, la labor del Frente Popular, sigue prosperando y no vemos el alcance de
nuestro juicio la posibilidad mediata de sustituirla. Algún lector quizá se
extrañe de que hayamos examinado la divergencia entre los intereses de las
familias políticas y sindicales y el interés imperativo de la guerra, sin
establecer que el Frente Popular implica también la renuncia de gran parte de
aquellos intereses secundarios en favor del interés primordial. En efecto, vale
este reparo dialéctico, pero se aclara con el carácter objetivo y permanente
que le adjudicamos a la conducta política, referida a la guerra. El Frente
Popular es exactamente un esfuerzo para que la política determinada por la
guerra y la política que los partidos y las organizaciones determinan sean una
misma cosa indivisible. En cuanto esfuerzo y propósito son óptimos los frutos
del Frente Popular, en tal medida que no podemos oponerles otro. Por lo tanto,
contraemos la crítica a esta experiencia, a fin de que se sobreestime como una
concepción sólida, no adjetiva, del pueblo. Eli Frente Popular se basa en la
continuidad del Estado democrático y constitucional, pero además entraña el
designio —y ello es lo más original de nuestra revolución— de que los partidos
y organismos sindicales dispongan de un margen suficiente para experimentar sus
propias concepciones, confrontándolas con la lección de los días.
La toma de Teruel ha permitido descubrir la ventaja de
que los dones de la revolución, y el más aquilatado de ellos, en las presentes
circunstancias, la prestación militar, sean sistematizados por el Gobierno del
Frente Popular, con un estilo riguroso de mando. A raíz de este éxito de la
preparación concienzuda y técnica, en el Extranjero ha derivado simpáticamente
hacia nuestra causa la aguja magnética. Debemos darnos por satisfechos, ya que
después de unos meses de trabajo silencioso e inteligente, esta política nos
brinda los primeros laureles y digamos con palabras de Hesiodo, que el laurel
proporciona la mejor madera para el timón.
Fernando Vázquez
Hora de España núm. XIII
Valencia, enero de 1938
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