Entre el 17 de julio y el 2 de agosto de 1945 se celebró
en Potsdam un encuentro entre los líderes de las tres grandes potencias
vencedoras de la Segunda Guerra Mundial: Unión Soviética, Reino Unido y Estados
Unidos. Apenas habían transcurrido nueve semanas desde la rendición
incondicional de Alemania, pero la guerra aún no había finalizado. Dos bombas
atómicas apuntaban a Japón, que no se rendiría hasta el 15 de agosto.
Los tres líderes no sólo se repartieron el mundo y reordenaron el mapa del continente europeo. También sentenciaron el destino de España y el de los españoles que se encontraban dentro y fuera de su territorio.
Una de las propuestas de Stalin era la necesidad de
debatir qué hacer con España: «Es necesario
examinar la cuestión del régimen de España. Nosotros los soviéticos
consideramos que el presente régimen de Franco en España fue impuesto por
Alemania e Italia y que entraña grave peligro para las naciones unidas amantes
de la libertad. Opinamos que será bueno crear condiciones tales que el
pueblo español pueda establecer el régimen que elija».
En la tercera sesión plenaria del 19 de julio Iósif Stalin planteó la viabilidad de eliminar el régimen impuesto por el general Franco. Truman tibiamente y Churchill de forma enérgica, rechazaron cualquier intervención contra el dictador.
Truman: ¿Desea el generalíssimo hablar sobre la
cuestión?
Stalin: Se han distribuido copias de la propuesta.
No tengo nada que añadir a lo que allí se expresa.
Churchill: Señor
presidente, el gobierno británico siente odio contra Franco y su gobierno.
Donde veo alguna dificultad en adoptar el borrador propuesto por el
Generalísimo es su punto primero que trata de la ruptura de toda relación con
el gobierno de Franco, que es el gobierno de España. Creo que, considerando que
los españoles son orgullosos y más bien sensibles, semejante medida causaría el
efecto de unir a los españoles en torno de Franco, en vez de apartarlos de él.
[…] Por lo que toca a los países que han sido liberados en el curso de la
guerra, no podemos permitir que se establezca en ellos un régimen fascista o
tipo Franco. Pero aquí tenemos un país que no tomó parte en la guerra, y por
eso es por lo que soy contrario a interferir en sus asuntos internos. El
gobierno de su Majestad necesitará debatir muy detenidamente esta cuestión
antes de decidir romper relaciones con España.
Truman: No tengo ninguna simpatía al régimen de
Franco, pero no deseo tomar parte en una guerra civil española. Ya estoy harto
de guerra en Europa. Nos alegraríamos mucho de reconocer otro gobierno en
España en vez del gobierno de Franco, pero pienso que es una cuestión que ha de
resolver la propia España.
Stalin: ¿Es decir que no habrá cambios en España? […]
No estoy proponiendo ninguna intervención militar, ni que desencadenemos una
guerra civil en España. Deseo solamente que el pueblo español sepa que
nosotros, los dirigentes de la Europa democrática, adoptamos una actitud
negativa respecto al régimen de Franco. A menos que lo declaremos así, el
pueblo español tendrá motivo para pensar que no somos contrarios al régimen de
Franco. Podrán decir que, dado que hemos dejado en paz al régimen de Franco,
esto significa que lo apoyamos. La gente entenderá que hemos aprobado, o dado
nuestra bendición tácita, al régimen de Franco. Esto constituye un grave cargo
contra nosotros. No me agrada estar entre los acusados.
Churchill: Ustedes ya no tiene
relaciones diplomáticas con el gobierno español y nadie podrá acusarle de lo
que dice.
Stalin: Pero lo que si tengo es el derecho y la
posibilidad de plantear la cuestión y resolverla. Todo el mundo cree que los
tres grandes pueden resolver estas cuestiones. Yo soy uno de los tres grandes
¿Es que no tengo derecho a decir nada sobre lo que está pasando en España
acerca del régimen de Franco y el grave peligro que representa para el conjunto
de Europa? Cometeríamos una grave falta si ignorásemos esta cuestión y no
dijéramos nada sobre ella.
Churchill: Todo gobierno es dueño
de expresar sus ideas por su cuenta. Nosotros tenemos antiguas relaciones
comerciales con España, que nos proporciona naranjas, vino y otros productos a
cambio de nuestras propias mercancías. Si nuestra intervención no diera los
frutos deseados, yo no querría que este comercio padeciera daño. Pero, al
propio tiempo, comprendo totalmente la actitud adoptada por el Generalissimo
Stalin. Franco tuvo el valor de enviar su división azul a Rusia, y entiendo muy
bien la posición rusa. España, empero, no nos ha hecho nada a nosotros, ni
siquiera cuando podía hacerlo en la bahía de Algeciras. Nadie duda que el
Generalissimo Stalin odia a Franco y opino que la mayoría de los británicos
comparte su pensar. Sólo deseo subrayar que nosotros no hemos sido perjudicados
por él por ningún concepto.
Stalin: No es cuestión de perjuicios. Por lo demás,
creo que Inglaterra también ha sido perjudicada por el régimen de Franco.
Durante mucho tiempo, España puso su costa a la disposición de Hitler para que
la usasen sus submarinos. Puede usted decir, por tanto, ha sufrido daños
causados por el régimen de Franco en una forma u otra. Pero no deseo que este
asunto se valore desde el punto de vista de algún perjuicio. Lo que importa no
es la división azul, sino el hecho de que el régimen de Franco es una amenza
grave para Europa. Por eso es por lo que creo que se debe hacer algo contra ese
régimen. Si no es adecuada la rotura de relaciones diplomáticas, no insistiré
en ella. Pueden encontrarse otros medios. Sólo tenemos que decir que no
simpatizamos con el régimen de Franco y que consideramos justa la exigencia de
democracia por parte del pueblo español; sólo tenemos que indicarlo y no
quedará nada del régimen de Franco. Yo se lo aseguro. Propongo que los
ministros de asuntos exteriores debatan si se puede encontrar otra forma más
suave o flexible para hacer patente que las grandes potencias no apoyan al
régimen de Franco.
Truman: Me parece bien. Convengo en
pasar el asunto a los ministros de asuntos exteriores.
Churchill: Debo oponerme a esto.
Creo que este es un asunto que debe ser resuelto en esta reunión.
Stalin: Claro que lo resolveremos aquí, pero que los
ministros puedan examinarlo antes.
Truman: Yo tampoco me opongo a pasar el tema a los
ministros para su examen preliminar.
Churchill: No lo considero
conveniente, porque es un asunto de principios, es decir, de interferencia en
los asuntos internos de otros países.
Stalin: Esto no es un asunto
interno. El régimen de Franco es una amenaza internacional.
Churchill: Todo el mundo puede
decir esto del régimen de cualquier otro país.
Stalin: No, no hay ningún régimen en país alguno
como el de España. No queda régimen como ése en país alguno de Europa.
Churchill: Portugal también
podría ser condenado por tener un régimen dictatorial.
Stalin: El régimen de Franco fue
instaurado desde el exterior, por medio de la intervención de Hitler. Franco se
comporta de manera provocadora y da asilo a nazis. Yo no planteo ningún problema acerca de Portugal (..)
El asunto se zanjaría con la oposición a la entrada de España en la O.N.U, acuerdo recogido en la declaración final de la Conferencia de Potsdam, en la que se especificaba la imposibilidad de admitir en las Naciones Unidas a un gobierno como el español.
En febrero de 1946 la Asamblea General de Naciones Unidas
a través de la resolución núm. 32 condenó al régimen franquista y el 12 de
diciembre de 1946, la resolución núm. 39 establecía: «La Asamblea hace
constar que en la Conferencia de Potsdam, los Gobiernos del Reino Unido, de los
Estados Unidos de América y de la Unión Soviética declararon que no apoyarían
una solicitud de admisión como Miembro de las Naciones Unidas hecha por el
actual gobierno español, el cual, habiendo sido establecido con ayuda de las
potencias del Eje, no reúne por razón de su origen, de su naturaleza, de su
historia y de su íntima asociación con los Estados agresores, las cualidades
necesarias para justificar su adhesión».
La condena fue efectiva en un primer momento con el
aislamiento político, económico y diplomático. La fuerza a la que se alude en la resolución para «remediar tal situación» nunca se produjo. La resolución en el último apartado
apuesta por una España de «libertad de expresión, de religión y de reunión» y
aspira a «celebrar cuanto antes elecciones en las que el pueblo español pueda
expresar su voluntad, libre de coacción y de intimidaciones».
Diez años después, España ingresaría la Organización de
Naciones Unidas. Franco seguía gobernando con mano de hierro los destinos del
pueblo español, que habría de esperar casi treinta años para la celebración de
las primeras elecciones democráticas.
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