Ya no vive Policarpo Candón. Gentes que le vieron muerto sobre el mismo campo de batalla lo atestiguan. Ha quedado rota prematuramente una existencia preciosa, una energía entera y osada, una fuerza llamada a grandes destinos. Con esta muerte queda quebrado el más singular ligamen entre la España y la Cuba populares. Porque Candón era al morir el cubano de mayor graduación y autoridad en el Ejército Popular y él significaba y exaltaba como nadie una profunda identificación entre masas lejanas en la geografía y cercanísimas en la avidez de la justicia.
Candón era nuestro pueblo valeroso y alerta unido con la España universal de ahora. Pero era esa unidad en su mejor significado, en su más hondo sentido. Porque Policarpo Candón era raigalmente hombre-pueblo y su carrera de superaciones múltiples señalaba un caso ejemplar. Nacido en la invalidez y la miseria, acechado por todas las tentaciones, víctima de todas las injusticias, fué ascendiendo en sí mismo hasta ver claro su camino, hasta descubrir una verdad que sólo el pueblo puede imponer. La gran lucha española lo encontró ya soldado del pueblo. Eso ha sido hasta su muerte, de modo insuperable. Ese será su recuerdo trascendente. Así, soldado del pueblo gustaba mucho de llamarse el mismo. Soldado del pueblo en la más honda y lata significación: hombre venido de la masa, —en Cuba, en España, en China, en la India... fiel a su origen y a su destino; hombre lo bastante fuerte para desembarazase de un peso de siglos y lo bastante libre para llegar a sus hermanos y quitarles de los hombros el mismo peso. Pueblo vencedor por su dolor claro, por' su impulso insobornable al mal y a la violencia. Pueblo salvador de su fuerza y dueño de ella.
Yo no puedo imaginar inerte, ni aún en la tierra ensangrentada de su gloria, a Policarpo Candón. Su recuerdo me llega siempre cargado de impetuosa y vigilante actividad. Cierto que lo vi en días duros y grandes del Madrid insuperable, al frente de sus muchachos prodigiosos. Abrazó al Comandante Candón, jefe de la Primera Brigada Móvil de Choque, en un cuartel modelo que llevaba, por razones de justicia y de amistad fiel, el nombre de Pablo de la Torriente Brau. Todo un día pasamos juntos, andando y hablando; andando por entre los pabellones relucientes del cuartel; hablando sobre los rumbos de la guerra española y el presente cubano. Confortaba y mejoraba oír a Policarpo Candón. Era la fe que no confía demasiado, el optimismo lastrado de preocupaciones, el impulso audaz, rico de recelos útiles. Parecía, por todo ello, hecho para mucho tiempo, nacido para dominar y mandar en firme, para apuntalar de cautelas defensivas lo que ganase su mano de héroe. Por ninguna parte sé le veía el fracaso ni el filial anticipado. Y ha muerto en la plenitud de sus potencias, —a la misma edad que Pablo de la Torriente Brau, su gran amigo entrañable - el primero entre sus soldados de choque. Muerte de sesgo irónico, vencedora de la fuerza y de la astucia, del arrojo y de la ciencia, del cuidado y del descuido. Sólo una muerte así pudo contra tal hombre.
Llegará el día en que haya de escribirse largo y bien de Policarpo Candón. Entonces será un capítulo obligado el que diga su camaradería con Pablo de la Torriente. Tengo en mi poder un cuaderno íntimo de Pablo, sus notas de cada día, de cada hora, de cada minuto. El nombre de Candón salta por todas las páginas como el de un hermano admirado y querido. Se anotan sus frases, sus hazañas, sus gestos. Hay una devoción entrañada, unísona, por el Jefe amigo. Candón era para Pablo un pedazo de Cuba dando un ejemplo de valor y calidad guerrera, un aliento cubano anticipado a su rol isleño. En mis largas conversaciones con Candón sólo se le ensombrecía el rostro y se le alteraba la voz dura cuando recordaba a Pablo. De él supe mil cosas sobre la acción de nuestro gran camarada y los detalles precisos de su muerte en acción dirigida por Candón sobre las nieves ingratas de Romanillos. La memoria de Pablo era un culto enérgico y vivaz en el cuartel que llevaba su nombre. Como para que todos lo supieran, Candón había hecho pintar en la alta tapia que miraba hacia Alcalá el nombre del amigo en enormes letras rojas. A sus tres mil muchachos heroicos (Brigada de choque en la División de choque del "Campesino") se les hablaba de Pablo y de sus hechos diariamente. Pablo era para ellos la representación perfecta, ejemplar, de la ayuda, internacional a España, de la solidaridad popular con el gran pueblo en armas. Candón era aquella misma ayuda, aquella solidaridad cálida, por el costado guerrero. En aquella gran casa de la justicia, sus tres mil habitantes vivían con la mente en una isla lejana que había dado a su obra una gran pluma y una gran espada. Ser cubano allí, en medio de aquellos leones adolescentes, era una gloria y un orgullo.
Ahora la gran espada duerme junto a la pluma poderosa. Para hablar de la vida y de la muerte del soldado sólo era buena aquella pluma ennoblecida en igual obra y quebrada por la misma injusticia. Ella está muerta también, como la mano pura que la empuñaba. Callemos la nuestra. Callémosla en el dolor de su pobreza y de su infidelidad. Y reposémolas en el orgullo de aquella sangre y de esta, de la de Pablo, de la de Policarpo, pioneros de una unidad superior, de una justicia cabal que ganó en ellos, por aquella pluma, por aquella espada, la más ilustre hazaña.
Juan Marinello
Candón era nuestro pueblo valeroso y alerta unido con la España universal de ahora. Pero era esa unidad en su mejor significado, en su más hondo sentido. Porque Policarpo Candón era raigalmente hombre-pueblo y su carrera de superaciones múltiples señalaba un caso ejemplar. Nacido en la invalidez y la miseria, acechado por todas las tentaciones, víctima de todas las injusticias, fué ascendiendo en sí mismo hasta ver claro su camino, hasta descubrir una verdad que sólo el pueblo puede imponer. La gran lucha española lo encontró ya soldado del pueblo. Eso ha sido hasta su muerte, de modo insuperable. Ese será su recuerdo trascendente. Así, soldado del pueblo gustaba mucho de llamarse el mismo. Soldado del pueblo en la más honda y lata significación: hombre venido de la masa, —en Cuba, en España, en China, en la India... fiel a su origen y a su destino; hombre lo bastante fuerte para desembarazase de un peso de siglos y lo bastante libre para llegar a sus hermanos y quitarles de los hombros el mismo peso. Pueblo vencedor por su dolor claro, por' su impulso insobornable al mal y a la violencia. Pueblo salvador de su fuerza y dueño de ella.
Yo no puedo imaginar inerte, ni aún en la tierra ensangrentada de su gloria, a Policarpo Candón. Su recuerdo me llega siempre cargado de impetuosa y vigilante actividad. Cierto que lo vi en días duros y grandes del Madrid insuperable, al frente de sus muchachos prodigiosos. Abrazó al Comandante Candón, jefe de la Primera Brigada Móvil de Choque, en un cuartel modelo que llevaba, por razones de justicia y de amistad fiel, el nombre de Pablo de la Torriente Brau. Todo un día pasamos juntos, andando y hablando; andando por entre los pabellones relucientes del cuartel; hablando sobre los rumbos de la guerra española y el presente cubano. Confortaba y mejoraba oír a Policarpo Candón. Era la fe que no confía demasiado, el optimismo lastrado de preocupaciones, el impulso audaz, rico de recelos útiles. Parecía, por todo ello, hecho para mucho tiempo, nacido para dominar y mandar en firme, para apuntalar de cautelas defensivas lo que ganase su mano de héroe. Por ninguna parte sé le veía el fracaso ni el filial anticipado. Y ha muerto en la plenitud de sus potencias, —a la misma edad que Pablo de la Torriente Brau, su gran amigo entrañable - el primero entre sus soldados de choque. Muerte de sesgo irónico, vencedora de la fuerza y de la astucia, del arrojo y de la ciencia, del cuidado y del descuido. Sólo una muerte así pudo contra tal hombre.
Llegará el día en que haya de escribirse largo y bien de Policarpo Candón. Entonces será un capítulo obligado el que diga su camaradería con Pablo de la Torriente. Tengo en mi poder un cuaderno íntimo de Pablo, sus notas de cada día, de cada hora, de cada minuto. El nombre de Candón salta por todas las páginas como el de un hermano admirado y querido. Se anotan sus frases, sus hazañas, sus gestos. Hay una devoción entrañada, unísona, por el Jefe amigo. Candón era para Pablo un pedazo de Cuba dando un ejemplo de valor y calidad guerrera, un aliento cubano anticipado a su rol isleño. En mis largas conversaciones con Candón sólo se le ensombrecía el rostro y se le alteraba la voz dura cuando recordaba a Pablo. De él supe mil cosas sobre la acción de nuestro gran camarada y los detalles precisos de su muerte en acción dirigida por Candón sobre las nieves ingratas de Romanillos. La memoria de Pablo era un culto enérgico y vivaz en el cuartel que llevaba su nombre. Como para que todos lo supieran, Candón había hecho pintar en la alta tapia que miraba hacia Alcalá el nombre del amigo en enormes letras rojas. A sus tres mil muchachos heroicos (Brigada de choque en la División de choque del "Campesino") se les hablaba de Pablo y de sus hechos diariamente. Pablo era para ellos la representación perfecta, ejemplar, de la ayuda, internacional a España, de la solidaridad popular con el gran pueblo en armas. Candón era aquella misma ayuda, aquella solidaridad cálida, por el costado guerrero. En aquella gran casa de la justicia, sus tres mil habitantes vivían con la mente en una isla lejana que había dado a su obra una gran pluma y una gran espada. Ser cubano allí, en medio de aquellos leones adolescentes, era una gloria y un orgullo.
Ahora la gran espada duerme junto a la pluma poderosa. Para hablar de la vida y de la muerte del soldado sólo era buena aquella pluma ennoblecida en igual obra y quebrada por la misma injusticia. Ella está muerta también, como la mano pura que la empuñaba. Callemos la nuestra. Callémosla en el dolor de su pobreza y de su infidelidad. Y reposémolas en el orgullo de aquella sangre y de esta, de la de Pablo, de la de Policarpo, pioneros de una unidad superior, de una justicia cabal que ganó en ellos, por aquella pluma, por aquella espada, la más ilustre hazaña.
Juan Marinello
Facetas de Actualidad Española núm. 12, año 1, abril de 1938, Habana, Cuba.
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