Diez
Conmoción en la
máquina burocrática sindical: surgen las Comisiones Obreras, espontáneamente
nacidas de las bases, de la manera más simple: porque los obreros de tal
fábrica reclaman una ducha o porque los de tal otra quieren que se cumpla una
ley que su patrón desconoce.
Las Comisiones nacen
bajo el signo de la lucha contra la estructura jerárquica oficial del
movimiento sindical, absolutamente divorciada de la clase trabajadora, sus
preocupaciones y sus intereses. Postulan un claro programa de reivindicaciones
inmediatas y de fondo: sus miembros ganan abrumadoramente las elecciones en los
propios sindicatos de gobierno, en el metalúrgico, en la banca, la electricidad,
el papel, las artes gráficas, la minería. Los vetos interpuestos a algunas
candidaturas, no bastan para contener la avalancha: se niega una, aparece otra.
José Hernando, operario metalúrgico, uno de los principales organizadores de la
gran rebelión que está sacudiendo al aparato sindical franquista, me lo contó
así, en la casa de unos amigos comunes de Madrid: "El pueblo español
estaba futbolizado, no pensaba, en nada pensaba, para qué: ahí estaban Di
Stefano y Manolete, ahí está El Cordobés. Se creyó que con eso bastaba. Las
Comisiones Obreras han venido a demostrar que no, que no bastaba, que el pueblo
español quiere pensar y se dispone a actuar. Y no es como el sifón, vamos, que
hace burbujitas y se le va la fuerza, no".
El régimen reacciona:
evita, por un lado, que la victoria de las Comisiones Obreras se refleje en los
niveles medios y altos de la estructura gremial; por el otro, la nueva
Constitución anuncia cambios, aún no conocidos totalmente, en la organización
sindical tradicional. Algunos de los dirigentes triunfantes van a parar a la
cárcel, de la que entran y salen más o menos habitualmente, y casi todos
figuran en las "listas negras" que las empresas hacen circular en
nombre de la necesaria profilaxis ante la contaminación comunista de sus
obreros. Pero ya se está lejos de los tiempos en que bastaba que un trabajador
fuera dirigente gremial, o que lo hubiera sido, para que se convirtiera en
cadáver ante el pelotón de fusilamiento.
El régimen se
"moderniza", los ojos puestos en el Mercado Común Europeo: los
ministros del Opus Dei saben muy bien que no es con los esclerosados sindicatos
verticales como España podrá alcanzar el "nivel europeo", también
imprescindible en este plano, para su asociación anhelada al MCE.
El ministro Castiella
negocia en Bonn y el ministro López Rodó promete democracia en París, Rumania
establece con España relaciones diplomáticas a nivel consular, nace y se
desarrolla el turismo del Este, crece el comercio con Cuba: la apertura hacia
Europa occidental y los países socialistas, no puede realizarse impunemente.
Cuando España restableció relaciones diplomáticas y comerciales con otros
países de Europa, y pudo ingresar en las Naciones Unidas, fueron los hijos de
los vencedores quienes trajeron en sus maletas, al regreso de becas y viajes
oficiales, los primeros libros "subversivos" que entraron a un país
donde hasta Rousseau estaba prohibido. Ahora, muchos años después, esta segunda
apertura no puede hacerse sin consecuencias, sin que el viento entre por las ya
no tan clausuradas ventanas del régimen. No es sólo por hipocresía que diarios
y ministros hablan, en la España actual, de socialismo y república, llenándose
la boca -ya que no la cabeza- con ideas que la España vencida había levantado
como banderas -tardío homenaje a la gloria de su derrota. La presión interna
del boom económico, la industrialización acelerada, el ascenso de una
"sociedad de consumo" en las ciudades, superpuesta a una sociedad
agraria todavía medieval, obligan al país, por el dinamismo de los cambios que
implican, a entrar también políticamente en nuestro siglo. La derecha
"limpia" su mala conciencia: la monarquía se hace
"popular", la Falange, en los estertores de su agonía,
"democrática" la Democracia Cristiana pasa a ser "social".
Para ubicarse al nivel de aceptación europea que sería menester al desarrollo
interno de la economía española, los mismos que dispusieron la prohibición de
las huelgas y el control de la información, la supresión de los partidos y la
creación de sindicatos verticales, son hoy los "campeones" del
derecho de huelga y la libertad de prensa, los sindicatos democráticos y el
pluripartidismo.
La expansión económica
crea sus propias contradicciones, las estructuras se vuelven contra sí mismas:
las Comisiones Obreras invaden los sindicatos oficiales, y la propia
organización estudiantil del régimen incuba las primeras rebeldías juveniles,
que la hicieron estallar en pedazos. El régimen asimila las tensiones tan
hábilmente como puede, pero se encuentra a cada paso con que el desarrollo del
país choca una y otra vez con los obstáculos que levantan las estructuras
tradicionales a las que debe su propia existencia: la industria no puede crecer
coherentemente en un país donde el campo produce y consume cada vez menos, con
la mitad de las tierras en manos de menos del 1 % de los propietarios, pero,
¿no fue acaso el propio Franco quien abolió la Reforma Agraria, por decreto del
28 de agosto de 1936, en la zona « nacional" ? Del mismo modo, la existencia de sindicatos
independientes y poderosos -una de las condiciones visibles de una sociedad
europea moderna- es incompatible con un sistema que obliga a los obreros a
trabajar doce horas al día, pero, ¿no fueron acaso los patrones quienes ganaron
la guerra? ¿No se levantaron Franco y los suyos en defensa de un
"orden" vulnerado, entre otras cosas, porque el poder sindical
amenazaba dar fuerza de realidad a la ley de ocho horas y otras conquistas
obreras?
Eduardo Galeano
El
reino de las contradicciones. España: de
la guerra civil al referéndum de 1966
Cuadernos de Ruedo
ibérico núm. 10, diciembre-enero 1967
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