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2575. El reino de las contradicciones. España: de la guerra civil al referéndum de 1966 - Diez



Diez

Conmoción en la máquina burocrática sindical: surgen las Comisiones Obreras, espontáneamente nacidas de las bases, de la manera más simple: porque los obreros de tal fábrica reclaman una ducha o porque los de tal otra quieren que se cumpla una ley que su patrón desconoce.

Las Comisiones nacen bajo el signo de la lucha contra la estructura jerárquica oficial del movimiento sindical, absolutamente divorciada de la clase trabajadora, sus preocupaciones y sus intereses. Postulan un claro programa de reivindicaciones inmediatas y de fondo: sus miembros ganan abrumadoramente las elecciones en los propios sindicatos de gobierno, en el metalúrgico, en la banca, la electricidad, el papel, las artes gráficas, la minería. Los vetos interpuestos a algunas candidaturas, no bastan para contener la avalancha: se niega una, aparece otra. José Hernando, operario metalúrgico, uno de los principales organizadores de la gran rebelión que está sacudiendo al aparato sindical franquista, me lo contó así, en la casa de unos amigos comunes de Madrid: "El pueblo español estaba futbolizado, no pensaba, en nada pensaba, para qué: ahí estaban Di Stefano y Manolete, ahí está El Cordobés. Se creyó que con eso bastaba. Las Comisiones Obreras han venido a demostrar que no, que no bastaba, que el pueblo español quiere pensar y se dispone a actuar. Y no es como el sifón, vamos, que hace burbujitas y se le va la fuerza, no".

El régimen reacciona: evita, por un lado, que la victoria de las Comisiones Obreras se refleje en los niveles medios y altos de la estructura gremial; por el otro, la nueva Constitución anuncia cambios, aún no conocidos totalmente, en la organización sindical tradicional. Algunos de los dirigentes triunfantes van a parar a la cárcel, de la que entran y salen más o menos habitualmente, y casi todos figuran en las "listas negras" que las empresas hacen circular en nombre de la necesaria profilaxis ante la contaminación comunista de sus obreros. Pero ya se está lejos de los tiempos en que bastaba que un trabajador fuera dirigente gremial, o que lo hubiera sido, para que se convirtiera en cadáver ante el pelotón de fusilamiento. 

El régimen se "moderniza", los ojos puestos en el Mercado Común Europeo: los ministros del Opus Dei saben muy bien que no es con los esclerosados sindicatos verticales como España podrá alcanzar el "nivel europeo", también imprescindible en este plano, para su asociación anhelada al MCE.

El ministro Castiella negocia en Bonn y el ministro López Rodó promete democracia en París, Rumania establece con España relaciones diplomáticas a nivel consular, nace y se desarrolla el turismo del Este, crece el comercio con Cuba: la apertura hacia Europa occidental y los países socialistas, no puede realizarse impunemente. Cuando España restableció relaciones diplomáticas y comerciales con otros países de Europa, y pudo ingresar en las Naciones Unidas, fueron los hijos de los vencedores quienes trajeron en sus maletas, al regreso de becas y viajes oficiales, los primeros libros "subversivos" que entraron a un país donde hasta Rousseau estaba prohibido. Ahora, muchos años después, esta segunda apertura no puede hacerse sin consecuencias, sin que el viento entre por las ya no tan clausuradas ventanas del régimen. No es sólo por hipocresía que diarios y ministros hablan, en la España actual, de socialismo y república, llenándose la boca -ya que no la cabeza- con ideas que la España vencida había levantado como banderas -tardío homenaje a la gloria de su derrota. La presión interna del boom económico, la industrialización acelerada, el ascenso de una "sociedad de consumo" en las ciudades, superpuesta a una sociedad agraria todavía medieval, obligan al país, por el dinamismo de los cambios que implican, a entrar también políticamente en nuestro siglo. La derecha "limpia" su mala conciencia: la monarquía se hace "popular", la Falange, en los estertores de su agonía, "democrática" la Democracia Cristiana pasa a ser "social". Para ubicarse al nivel de aceptación europea que sería menester al desarrollo interno de la economía española, los mismos que dispusieron la prohibición de las huelgas y el control de la información, la supresión de los partidos y la creación de sindicatos verticales, son hoy los "campeones" del derecho de huelga y la libertad de prensa, los sindicatos democráticos y el pluripartidismo.

La expansión económica crea sus propias contradicciones, las estructuras se vuelven contra sí mismas: las Comisiones Obreras invaden los sindicatos oficiales, y la propia organización estudiantil del régimen incuba las primeras rebeldías juveniles, que la hicieron estallar en pedazos. El régimen asimila las tensiones tan hábilmente como puede, pero se encuentra a cada paso con que el desarrollo del país choca una y otra vez con los obstáculos que levantan las estructuras tradicionales a las que debe su propia existencia: la industria no puede crecer coherentemente en un país donde el campo produce y consume cada vez menos, con la mitad de las tierras en manos de menos del 1 % de los propietarios, pero, ¿no fue acaso el propio Franco quien abolió la Reforma Agraria, por decreto del 28 de agosto de 1936, en la zona « nacional" ?  Del mismo modo, la existencia de sindicatos independientes y poderosos -una de las condiciones visibles de una sociedad europea moderna- es incompatible con un sistema que obliga a los obreros a trabajar doce horas al día, pero, ¿no fueron acaso los patrones quienes ganaron la guerra? ¿No se levantaron Franco y los suyos en defensa de un "orden" vulnerado, entre otras cosas, porque el poder sindical amenazaba dar fuerza de realidad a la ley de ocho horas y otras conquistas obreras?


Eduardo Galeano
El reino de las contradicciones.  España: de la guerra civil al referéndum de 1966
Cuadernos de Ruedo ibérico núm. 10, diciembre-enero 1967










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