En marzo de 1942, cuando las durísimas batallas de la segunda guerra mundial tensaban al máximo el esfuerzo del pueblo soviético, artífice principal de la gran coalición democrática antihitlerina, perdimos a nuestro secretario general, José Díaz.
Sufría desde hacía años de una dolencia intestinal, probablemente
incurable, contraída en cárceles y presidios de España. Había sido trasladado
con su familia lejos de los campos de batalla, a la capital de Georgia, Tbilisi
(antes Tiílis), ciudad favorecida por un clima benigno y dulce. Le atendían
eminentes doctores soviéticos. Su mujer, la abnegada e inteligente Teresa
Márquez, hacía milagros por aliviar su enfermedad. Pero su situación era
dramática. Tanto la física como la moral. Hallarse tan alejado del partido, de
la vida política, de la guerra, de su pueblo, no podía dejar de imprimir sus
huellas negativas en el ánimo de un dirigente revolucionario de 47 años, del
temple de nuestro Pepe Díaz.
José Díaz nos abandonó, puso fin a su breve y heroica vida, dejando
un vacío que se nos antojaba insalvable en momentos tan sumamente sombríos. Los
principales dirigentes de nuestro partido se hallaban dispersos por varios
continentes. En España se torturaba, se fusilaba a nuestros militantes.
Todos éramos conscientes —cierto es— de que José Díaz se hallaba
enfermo, incapacitado para el trabajo. Pero le habíamos sentido hasta el último
instante entre nosotros, con su ejemplar historia revolucionaria, con su
talento natural, su lucidez y su valentía.
Su última carta
Me dejó una carta, unas líneas trazadas a mano sobre una hoja de
papel. Decía:
“Querida camarada Dolores: El fin de mi vida se acerca y no quiero
que pase sin que recibas unas líneas mías. Dolores, saluda en mi nombre al
pueblo español, al partido y a toda su dirección.
Nuestro partido ha crecido y se ha desarrollado en la guerra, en
la cual hemos sido derrotados. Pero a pesar de eso nuestro partido ha mantenido
su unidad. La unidad de nuestro partido es para nosotros como el agua para
vivir."
Añadía José Díaz la necesidad de que los comunistas estudiaran,
conocieran la teoría marxistaleninista. Y terminaba:
"Abrazos para todos, Dolores, tú recibe un profundo abrazo de PEPE”
Éste era su mandato: El mandato del admirable revolucionario,
dirigente comunista José Díaz. Ante su tumba, así lo dije:
“El partido que tú forjaste y educaste y que lucha sin desmayo en
el interior del país, manteniendo viva la llama de la resistencia, cumplirá tu
último mandato, conservando su unidad y creando la unidad nacional como base
para la conquista de nuestra España, de la España a la que tú dedicaste
íntegramente tu vida.”
Yo me había trasladado de Ufa a Tbilisi en un avión militar, único
transporte posible en aquellas condiciones, para asistir al entierro de José
Díaz y acompañar a su mujer e hija en su dolor.
El mal tiempo nos obligó —Irene me acompañaba— a hacer escala en
Stalingrado, batido por un viento helado. Y como la URSS es tan inmensa, al día
siguiente aterrizábamos en la capital de Georgia, intocada por la guerra, soleada,
maravillosa, que parecía hallarse en otro hemisferio. Pero nuestra visita era
triste, desgarradora.
No pudo acompañar a Pepe Díaz a su última morada el pueblo
sevillano. Pero lo hicieron, en homenaje solidario, miles de hombres y mujeres
georgianos, de tez morena y ardiente corazón, como los andaluces.
Sobre la tumba de nuestro inolvidable Pepe se eleva una bella
escultura, obra de un artista georgiano, donada por el pueblo de Tbilisi.
Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria 1939-1977
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