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2604. El reino de las contradicciones. España: de la guerra civil al referéndum de 1966 - Quince

Equipajes de emigrantes españoles en la estación del Norte en 1966


Quince

El soldadito escucha con brillo en los ojos, los relatos de dos obreros españoles que vuelven de Lausanne y Stuttgart, respectivamente: "Allá te pagan 130 pelas la hora, y siempre andan con prisa. Trabajas tus ocho horas y después puedes trabajar las que quieras y las ganas aparte". Uno de los dos emigrados, tiene la mirada clavada en el paisaje al otro lado de la ventanilla: de las altas montañas bajan riachuelos y burritos agobiados por las alforjas, fragmentos de mar y cielo asoman entre los Cantábricos, grupos de casas van anunciando una parada, otra, él descubre construcciones que no conocía. Le han cambiado el país: "Hace tres años y medio que salí de Durango y desde entonces no me tomaba vacaciones. Vengo por un mes. Después, me vuelvo a Alemania siete años". Se queja de la comida y de los alemanes, "que se te ofenden por cualquier cosita", pero a la vez estimula el entusiasmo del soldadito gallego: "Tú encontrarías trabajo fácil, hombre, porque allá necesitan mucho a los carpinteros. Los tejados los hacen de madera, sabes, no como acá que te ponen cemento y esas cosas. Pero sin una contrata no puedes ir. Antes sí, iba cualquiera, cualquiera podía ir sin contrata ni nada. Mientras gobernaba aquel Adenauer, las cosas marchaban bien".

Entramos a España por Irún; saldremos por Port-Bou. A la vuelta, el ferrocarril vendrá repleto de andaluces que se marcharán de sus tierras, con sus valijas de madera hechas por ellos mismos, mal atadas con cualquier cordel, arrastrando niños de todas las edades. No todos los niños, claro: ha sido preciso desprenderse de algunos hijos. Yo miraré a las mujeres que intercambiarán fotografías y comentarios, hablarán sin cesar de los que se han quedado, llorarán y se consolarán entre sí, a lo largo de las interminables horas de viaje, apagadas aquí y allá las voces por el estrépito de la máquina y los berridos de los chiquilines que les han cabido entre los brazos. Pensaré en los millones de niños y adolescentes españoles a los que se  enseña en las escuelas y liceos que Franco salvó a la familia, que los comunistas "querían introducir la lucha de clases en los hogares españoles y se proponían desintegrar la familia". Echaré una ojeada al diario, mientras el tren atraviesa los Pirineos, leeré los titulares: "No hay todavía despidos en masa de españoles en Alemania", leeré las noticias: "en los nuevos planes del gabinete germano, entra la posibilidad de prescindir de un número superior al de los 250 000 obreros extranjeros que se dice han sido despedidos antes de Navidad... Pero no se ha producido todavía un número alarmante de despidos de trabajadores españoles... » Pensaré que estos trabajadores que abandonan sus tierras agotadas, dejando los campos poblados por niños y viejos, no saben, en su mayoría, leer ni escribir. No hay peligro: ni se inquietarán ni se consolarán leyendo los diarios. Harán sus trámites en Port-Bou, donde los "gestores" les arrancarán el poco dinero que puedan haberse llevado, y de allí irán a parar a ciudades que no conocen, donde se habla un idioma que ignoran y se vive una vida que nada tiene que ver con la suya. Pensaré que según datos oficiales, que se quedan cortos, sòlo en 1965 emigraron 227.000 trabajadores como éstos de España; pensaré que al precio de alejarse de su gente, su sol y sus canciones, su comarca, al precio, en fin, de alejarse de sí mismos, también estos contribuirán a nivelar la balanza de pagos del país, aunque casi ninguno sepa qué quiere decir eso y muy pocos tengan conciencia de que los 300 millones de dólares enviados a sus familias desde el exterior, ayudan a que se amortigüe parte de los 2.300 millones de dólares de pérdida de la balanza comercial.

España exporta españoles e importa turistas: son dos fuentes de divisas. Me vendrá a la memoria una de las canciones prohibidas de Raimon, dedicada "al que se queda", al que no sube al autobús que cada día parte del pueblito de Oliva rumbo a Francia:

"Que hace el cielo con nosotros,
Pobres hombres de hambre y carne?
Y llueve, 
cinco días que llueve,
cinco días que vivimos
sin sueldo.
Y llueve.
Pero yo no quiero las fábricas,
las extranjeras fábricas
donde mueren más que viven
tantos amigos que yo tengo:
tantos amigos que se han ido.
Y llueve.
Cinco días que llueve
y no se puede trabajar.
Y llueve, y llueve, y llueve.
("I plou, i plou, i plou").


Eduardo Galeano
El reino de las contradicciones.  España: de la guerra civil al referéndum de 1966
Cuadernos de Ruedo ibérico núm. 10, diciembre-enero 1967








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