Los monárquicos de Madrid, o por lo menos, un grupo de
ellos, que ha provocado ayer los disturbios causa originaria de las actuaciones
lamentables agitaciones, publican un periodiquín que llaman El
Murciélago. Ese periodiquín, escrito en un lenguaje procaz y tabernario,
dice en su último número, que circuló el sábado pasado, cosas como las
siguientes:
"El rey no puede decir otra cosa; pero los monárquicos
tienen la obligación de no dejar vivir a esta gentuza que cometió las mayores
canalladas para derribar la Monarquía. Si los monárquicos quieren salvar a
España, con la ayuda de todos los buenos españoles, deben hacerle la vida
imposible a esta caricatura de República, sin miedo a que venga el
comunismo".
Y así continúan...
El programa, por lo visto, comenzó a ser puesto ayer en
práctica. Nadie por la mañana pensaba en que pudiera ocurrir nada grave. El
día, espléndido, convidaba a gozar de los placeres del campo. Las gentes
paseaban antes de la hora del almuerzo. Una gran multitud había ido al Retiro a
oír el concierto de la Banda Municipal... Y esa multitud, al volver del Parque
madrileño, fue sorprendida en plena calle de Alcalá por una extraña escena
sintomática. Desde los balcones de un círculo monárquico se daban vivas al rey
y mueras a la República. En la calle, un grupo lanzaba iguales vivas y mueras y
agredía a unos chóferes allí estacionados porque se negaban a repetirlos.
Y los buenos burgueses que con sus mujeres e hijos salían
del Retiro satisfechos se indignaron ante aquella provocación inaudita. ¿Cómo
era posible que a los veintiséis días de República se agrediera por la mañana y
en plena calle Alcalá a unos honrados obreros porque se negaban a vitorear a D.
Alfonso de Borbón? Y esos buenos burgueses, con sus bastones, con los puños, se
lanzaron sobre los imprudentes monárquicos y los encerraron en el local de
donde no debían haber salido...
Así comenzaron los desórdenes, desórdenes que más tarde,
frente a ABC -ese Estado monárquico dentro de un Estado republicano-, tuvieron
una sangrienta continuación, que siguieron por la noche y que hoy han
proseguido, por desgracia...
Tiene la República muchísimos enemigos. Contra ellos ha de
defenderse. Contra ellos ha de actuar. Son unos los monárquicos desenfrenados,
que no acaban de enterarse de que la Restauración es imposible. El plebiscito
del 12 de abril los asombró. El 14 de abril los dejó atónitos. Pero ya vuelven
a recobrarse de su estupor, y creen que pueden, organizando tumultos, buscando
en los bajos fondos sociales agentes provocadores, determinando, con rumores
truculentos, perturbaciones bursátiles, derribar la República...
Locos o malvados, y tal vez ambas cosas, ponen en peligro la
paz social en su insensato afán de volvernos a la Monarquía que derribó el
pueblo. Y no vacilan en aliarse con los otros adversario de la República, con
las demagogias, con los extremismos, con los utopistas delirantes, con todos
los que, consciente o inconscientemente, trabajan por la total subversión...
Maniobra monárquica la de ayer, aprovechada anoche y hoy por
otros elementos tan enemigos del régimen como los monárquicos. Esa es la verdad
de lo que ha sucedido en Madrid. Ciegos serán quienes no lo vean.
Todos los buenos republicanos, todos los obreros
inteligentes y bienintencionados, todos los españoles que amen a su patria,
deben hacer fracasar esa maniobra pérfida, artera y criminal aislando a los
autores y cómplices de ella. Es necesario que se restablezca la normalidad, que
impere el orden republicano, que la nación se agrupe al lado del Gobierno para
defender la República honrada, limpia y noble, que acaba de nacer...
Y también nos dirigimos al Gobierno. Nos dirigimos a él para
decirle que debe mostrar más decisión. Su primera labor es consolidar la
República. Para ello ha de recurrir a todos los medios morales y lícitos. La
salud del pueblo es la ley suprema.
Su misión es muy difícil, ya lo sabemos. Pero sabemos
también que la prudencia no excluye la energía. Y esta energía, desde luego,
debe emplearla con las demagogias ululantes, pero también con las reacciones
francas o encubiertas.
Hay enemigos rojos y urge combatirlos. La República es la
Libertad y el Progreso dentro del orden, regulado por la ley. No es la
anarquía. Pero hay asimismo, y no son los menos peligrosos, enemigos negros,
resueltos a conservar todas las posiciones, ya fingiendo adhesiones que no
sienten, bien tirando contra el régimen desde sus ciudadelas.
Defendamos todos la República, esperanza de España. Y que el
Gobierno la defienda también. Estamos seguros de que quiere y sabe y puede
hacerlo.
Las consecuencias del reto monárquico de ayer dio origen a
incidentes de todas clases, entre ellos el incendio de conventos y casas
religiosas por manifestantes. Por lo que el alcalde republicano de Madrid,
Pedro Rico, a primera hora de la tarde, se vio obligado a emitir un bando desde
la alcaldía:
Bando del alcalde de Madrid, Pedro Rico
"El pueblo, que siempre dio pruebas de la más noble
elevación espiritual, y que en los momentos de más hondas crisis y mayores
perturbaciones supo siempre mantener por encima de dolores e indignaciones la
generosidad de su corazón, no puede olvidar en estos momentos que junto a los
edificios que pretende destruir hay casas donde habitan millares de convecinos,
y que en ellas se albergan ancianos, mujeres, niños y tal vez enfermos, a los
que las llamas, en su inconsciencia devoradora, no podría distinguir ni
respetar. Por ello, si la indignación prendió el fuego, apáguenlo los corazones
generosos de los madrileños protegiendo y ayudando al Servicio de incendios.
Mi ideario político tuvo y tendrá siempre su raíz más firme
en el amor a la soberanía del pueblo, y por ello, en este instante de honda e
intima emoción en que de la noble serenidad del propio pueblo depende a
reafirmación de su poder soberano, yo me limito a aconsejaros que meditéis un
instante si la ingenuidad de vuestra exaltación, llevada a los límites máximos,
no podrá producir gran regocijo a los elementos partidarios del extinguido
régimen monárquico, que, por el contrario, vería disipadas todas sus esperanzas
de restauración ante el espectáculo de un pueblo que, respetuoso con el derecho
y la libertad de todos, fundamentara la República en la reintegración al
trabajo para cimentarla en el esfuerzo productor de cada día".
La Voz, 11 de mayo de 1931
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