Dolores Ibárruri regresa a España el 13 de mayo de 1977 |
La despedida no fue fácil. En el aeropuerto de Sheremietevo se
habían concentrado multitud de amigos, de camaradas. Allí estaban mis nietos.
Me era difícil separarme de ellos y de todas aquellas personas con las que
había convivido y trabajado tantos años.
Llegaron los camaradas Suslov y Ponomariov de la dirección del
PCUS para reiterarme su afecto y desearme éxitos y suerte. Expresé a ellos y a
los pueblos de la URSS, mi agradecimiento por su amistad, por su ayuda a
nuestro pueblo y a nosotros, los exiliados en su país.
Subí al avión con el corazón encogido. Casi la mitad de mi vida
había transcurrido entre aquel heroico y admirable pueblo soviético, en
aquellas tierras lejanas y frías, pero cálidas y acogedoras para los amigos.
Sin apenas percibir el correr del tiempo aterrizamos no en España,
sino en Luxemburgo. Se trataba de una escala habitual.
Pero lo que para nosotras constituyó una sorpresa fue la aparición
de decenas de periodistas de diferentes países que se agolparon ante la
escalerilla del avión. Reclamaban una rueda de prensa.
Opté por no moverme de mi asiento. Irene, Amaya y Carmen trataron
de convencer a los periodistas de que me dejaran tranquila. Se indignaron.
—¿Y para eso hemos venido hasta aquí? ¡Diremos que va enferma!
— ¡Digan ustedes lo que quieran!... Pero Dolores goza de excelente
salud.
Continuamos el vuelo. ¿Qué ocurriría en Barajas?
Yo había comunicado a los camaradas mi deseo de entrar en España
tranquilamente como cualquier ciudadana española, sin recibimientos
multitudinarios. Era mi sincera voluntad.
Intuyo que tal deseo mío coincidía con el de las autoridades
españolas, que tanto temían la llegada de Pasionaria...
Al fin, Barajas, España. Mi España. Era imposible contener la
emoción. ¡Por fin! ¡Por fin iba a pisar mi suelo patrio, fundirme nuevamente
con mi pueblo, con los trabajadores de mi tierra!
Al pie de la escalerilla nos esperaban rostros conocidos: Ignacio
Gallego y Juan Antonio Bardem.
Allá lejos, en una terraza, acertamos a ver banderas y a escuchar
voces de bienvenida. Pero con discreción. Nos invitaron a subir a una furgoneta
de Iberia, acompañados de nuestros camaradas y de la policía —me acordé de
Fraga— con el fin de trasladarnos sin ser descubiertas a nuestra nueva
residencia en el Barrio del Pilar—Nadie conoce tu nuevo domicilio —me aseguraron.
Pero no contaron con la profesionalidad de los medios de
información. Nuestra vivienda —un primer piso en la calle de Sanjenjo— se vio
rápidamente cercada de fotógrafos, periodistas, equipos de cine.
Federico Melchor logró lo que parecía imposible: convencer a sus
colegas de prensa de que no me cansaran demasiado. Entraron en la casa, me
fotografiaron, me saludaron. Y surgieron las preguntas:
—¿Qué puedo decirles? Que los saludo a todos. Que me alegra
enormemente estar de nuevo en mi país. Que vengo a vivir en paz y a trabajar en
el partido como se trabaja en un país normal. No a resucitar historias. Vengo a
defender nuestras ideas, a propagarlas. Pero es el pueblo quien tiene que decir
cómo se van a resolver los problemas que se presenten...
Me preguntan qué siento en mi primera hora en España.
—Emoción, alegría... y también nostalgia. Estoy muy contenta y, al
tiempo, triste. Porque allí he dejado a mis nietos... y una parte de mi vida.
Es humano, ¿no? Nosotros somos comunistas, porque somos humanos, porque
queremos que la gente viva feliz, sin angustias.
Fueron llegando mis camaradas: Santiago, que estaba de viaje
cuando yo aterrizaba; Sánchez Montero y Carmen; Romero Marín y Antonia y muchos
más, jóvenes y veteranos, a quienes abracé con cariño. ¡Ya estaba en España!
Mi primer deseo era viajar a mi País Vasco. Y después a Asturias,
a iniciar la campaña electoral.
Porque los camaradas asturianos deseaban, por segunda vez, que yo
fuera diputada suya.
Esa tarde recorrimos Madrid. Visitamos algunas calles que tantos
recuerdos nos traían: Francos Rodríguez, donde nació el V Regimiento; Galileo,
donde yo residí y trabajaba en la redacción de Mundo Obrero; Blasco de
Garay, mi antigua calle, allí habité con mis hijos en un piso interior... Y
luego, la Puerta del Sol, la Plaza de España, el Retiro... ¡Qué maravilla pisar
las calles de Madrid, estar en España...!
Porque, durante cuarenta años de mi vida, ¡me faltaba España!
Dolores Ibárruri
Memorias de Pasionaria 1939 - 1977
No hay comentarios:
Publicar un comentario