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2643. Heroísmo y grandeza de Tui

Dotación del Cabo Fradera en los tiempos de la II República. Foto cedida a Levada Libre por Alberto Estévez Piña


«El episodio de Tuy es el más brillante de la lucha contra el fascismo en el noroeste de la península. En Tuy se obtuvo y conservaron la victoria. Los republicanos tudenses supieron organizarse y supieron combatir. Si la resistencia se hubiera firmado en otros pueblos de los provincia, las fuerzas de Tuy habrían conquistado Vigo.

La ciudad episcopal y fronteriza estaba guarnecida con fuerzas de carabineros al mando de un capitán faccioso; una lancha  guardacostas; tropas de infantería de marina, cuyo comandante también se hallaba comprometido con los rebeldes, y un buen golpe de guardias civiles con un jefe de la misma categoría que los anteriores. En Tuy residía el Obispo de la Diócesis, que meses antes de la sublevación anduvo de gira pastoral y recaudatoria a beneficio de los bribones. Los canónigos se hacían lenguas del desprendimiento de Avelino, propietario del hotel de su nombre en Mondariz, que cotizó para esa suscripción de 12.000 pesetas.

Tuy era la sede del agrarismo de la provincia, con el recuerdo de los sucesos de Sobredo, en el que la Guardia Civil disparó sus máuseres contra los que pedían la redención de foros. El movimiento agrario, anterior a la dictadura de Primo de Rivera, se continuó durante ella,  y la República atenuó lo que tenía que protestar al decretar la redención obligatoria de la gabela feudal.

Un hombre había en Tuy de gran temple: Gumersindo Rodríguez, cenetista, obrero panadero. Gumersindo, no se colgaba de los flecos de la fanfarronada revolucionaria a destiempo y a toda hora; Tras las elecciones de 1936, persuadió a la CNT-F.AI. [1], para que ingresara en el Frente Popular y aceptara las responsabilidades de la administración. Con este objeto se produjeron unas vacantes de concejales que pasaron a desempeñar los confederales.

Los rebeldes y las derechos conocían esa unidad y en el mes de junio se llevaron las municiones que había en los polvorines.

El día 18 de julio, el Frente Popular creó una Junta de Defensa. Figuraban en ella, el Alcalde Guillermo Vicente, el médico Hermenegildo Losada, el diputado agrario Alfonso Ríos organizador de las agrarios y carabineros de Forcadela, Tomiño y La Guardia, Romero,  Ulpiano, Piña y Gumersindo. Se nombró presidente de la Junta a Hermenegildo Losada, que se presentó en los cuarteles y llevóse consigo al Ayuntamiento a los jefes militares.

Quiero que me acompañes ustedes para darle al pueblo una sensación de seguridad.

Renovados los mandos, se intervinieron las comunicaciones, se confinó a los fascistas en sus hogares y se recogieron los aparatos de radio de las casas particulares y de los cuarteles. En el Ayuntamiento, funcionaba una radio que transmitía las emisiones republicanas. Se pusieron guardias en los Bancos y establecióse un cuartel general en el seminario. A los seminaristas se les envió a sus pueblos y lo mismo a los canónigos que no quisieron permanecer en la ciudad.

El señor Obispo llamó a la Junta de Defensa y le ofreció su colaboración.

¿Cree usted que deben cerrarse las iglesias?- preguntó.

De ninguna manera, señor Obispo. El orden es completo. Opino, por el contrario, que conviene mantenerlas abiertas. De este modo, las personas demasiado significadas pueden celebrar en ellas sus cultos en lugar de andar por la calle.

El obispo contestó dando las gracias. No había por qué. Lo cierto es que el Obispo, si olvida su gira pastoral y recaudatoria, se condujo correctamente. No se sabe que agravase los peligros que corrieron los republicanos tudenses al ser vencidos, y aún hay quien asegura  que fueron suyas unas declaraciones publicadas en un periódico portugués en las que se elogiaba la conducta humana de los defensores de la legalidad mientras duró la lucha.

En la ciudad y en los alrededores hubo que lamentar la barrabasada de un clérigo montaraz, que mató a un miliciano comisionado para registrar su casa y la detención de otro clérigo, al que se le descubrieron armas en la rectoral. Los dos sacerdotes fueron entregados a la jurisdicción ordinaria y puestos a disposición del juez.

Procedióse seguidamente a concentrar a los carabineros centrarse de la orilla del río Miño, desde Arbo a Tuy, y se movilizaron las fuerzas de marinería, con un total de sesenta hombres, y las de la guardia civil formadas por diez parejas, a las que se mezcló con tropas milicianas. Se reunieron cerca de doscientos fusiles.


El día 19, el gobernador de Pontevedra informó que Sanjurjo se disponía a repasar la frontera. En la plaza portuguesa de Valencia de Miño, advirtióse una aglomeración de autos, que se acercaron al Puente Internacional, dieron media vuelta y se dirigieron a Monzon. La vigilancia que se ejercía en el río no les permitió pasar, si es que tenían ese propósito. Más tarde se supo que Sanjurjo debía trasladarse de Portugal a España en avión. Si no era él la causa de la alarma, el movimiento de coches en la zona fronteriza y su viaje a Monzon fueron ciertos.

El mismo día aterrizó en La Guardia una avioneta pilotada por el  representante de una casa comercial catalana. La Junta de Defensa se incautó del aparato y lo envió sobre Vigo. La avioneta arrojó cincuenta mil hojas intimando a la guarnición a rendirse. A la mañana siguiente, los hidros de Marín se presentaron sobre el campo de aterrizaje de La Guardia y la destruyeron con bombas incendiarias.


La avioneta sirvió para dar a conocer el grado de amistad de los gobernantes del país vecino hacia la República española. Valencia se había convertido en plaza de armas de los falangistas, probablemente obedeciendo un proyecto del "Chipé" de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, quien planeaba la invasión de España por sus pistoleros si la revuelta militar se aplazaba. La Junta de Defensa presumió que si se autoriza el acuartelamiento de falangistas en Portugal, ella podría pretender la adquisición de un poco de gasolina. Pronto se convenció de que su pretensión era una disparatada. No solamente se negaron las autoridades portuguesas a facilitar la gasolina, sino que se apresuraron a hacer saber al Frente Popular que, si alguno de sus miembros se atrevía a pasar a Valencia, se proporcionarían la satisfacción de fusilarlo. Aquella elocuente manifestación de simpatía se acompañó del cierre de la frontera, y Tuy, que proveía de energía eléctrica a los portugueses, los dejó a oscuras. No era una represalia excesiva.

La inesperada caída de Vigo hizo apresurar los trabajos de acumulación de efectivos. Con militares, campesinos y obreros, se formó una columna de tres mil hombres. Había que  detener a las fuerzas de Orense que avanzaban sobre Pontevedra, o retrasar su marcha volando los puentes de la carretera de Villacastín. Tuy lo pidió.

¿Qué hacía Orense? ¿Cómo no impedían los republicanos orensanos la salida de esas fuerzas?

La organización falangista más poderosa de Galicia era la de Orense. Quizás parezca extraño que su jefe fuese Calvo Sotelo, porque en ninguno de sus discursos se solidarizó con la Falange, aunque se declarase un aliado. El peligroso colaborador de Primo sabía ni el partido monárquico Renovación Española, ni el carlismo, casi inexistente en Galicia, ni ninguno de los grupos de católicos de Acción Popular ejercía sobre las derechas orensanas la atracción del pistolerismo falangista. En la geografía del señoritismo gallego,  los señoritos de Orense y Vigo se destacaban por su majeza, tan peleador el de Orense como el de Vigo, con la misma mentalidad escabrosa y una neurosis criminal análoga. Y una diferencia: el señorito de Vigo, de ascendencia industrial, algunas veces acudía a los despachos de las fábricas; el de Orense, de ascendencia agraria, se pasaba la vida sentado en los cafés o en las casas de prostitución. Después de las elecciones del 16 de febrero, los encuentros entre el Frente Popular y la Falange de Orense dejaban un saldo semanal de varios muertos. Fernando Meleiro, hijo de un Registrador de la Propiedad y nieto de un boticario de Celanova, acaudillaba a los pícaros de la Falange orensana, de la que el jefe, en realidad, era Calvo Sotelo.

Como reacción contra los asesinatos falangistas, las fuerzas se polarizaron y Orense llegaron a agotarse los carnés comunistas. El campesino buscaba las filas de un partido que, mejor que ningún otro, señalaba el peligro e indicaba la manera de eliminarlo. Pero aquellas nacientes fuerzas comunistas carecían de preparación al iniciarse la lucha.

El gobernador Gonzalo Martín, preguntó el día 19 a los otros tres gobernadores como  se presentaban las cosas en las provincias de su mando. Los otros tres gobernadores contestaron que no pasaba nada. Tan alentadoras noticias animaron a Gonzalo Martín a ordenar la recogida de armas de las armerías, no hiciera el diablo que el pueblo se apoderase de ellas. Luego llamó al gobernador de Zamora y se enteró de que Zamora estaba en poder de los militares.

¿Qué hacemos? inquirió a su asesor militar.

Organizar una columna y dirigirnos a Zamora. Nos llevaremos con nosotros a la Guardia Civil para no dejar un enemigo a la espalda.

Por la tarde celebróse una reunión del Frente Popular en la Casa del Pueblo, nombróse una comisión formada por tres dirigentes de izquierda  Benigno, Taboada y Canal y, de acuerdo con el gobernador, se puso una vigilancia discreta al gobernador militar.

Todas las medidas que se adoptaron tuvieron un carácter dilatorio. No se quería sobresaltar a los militares. Autorizóse a los representantes campesinos a usar pistola y se negaron al pueblo las armas que pedían a voces.

Al amanecer del 20, el cansancio, la indecisión y el temor ocupaban el gobierno civil, en cuyo edificio también se instaló la Benemérita.

¿Quién decide usted, Gobernador?

En Madrid la situación no ha empeorado y en Galicia tampoco.

De pronto abrióse la puerta del despacho y entró el teniente coronel Soto, jefe de los sublevados, con guardias civiles y guardias de paisano. El teniente Pol, de Asalto, tomó la palabra:

Quedan ustedes detenidos.

El gobernador se volvió hacia los rebeldes:

¿Es esa la palabra de honor que ustedes me han dado?

¡Vaya una broma! ¿Qué tenía que ver el honor con aquello?

Ahora, a correr como en Pontevedra, perseguidos por Meleiro y su partida de verdugos.

—¡Ay, mi madrina! ¡Que nos van a matar! ¡Que nos matan! ¡Que ya estamos muertos!

Toda la provincia se impregnó del olor dulzón y nauseabundo de los cadáveres. A limpiabotas de Celanova, "el Mudo", con una pistola ametralladora y una camisa azul, escabechó a quien quiso. Las señoritas lo aplaudían al verlo en la calle. Lo llevaron a Burgos para que lo felicitasen los jefes de la Falange. Lo hicieron viajar hasta Italia, donde un cirujano lo operó y le facilitó el uso de una voz gangosa que no mejoró su trabajo. "El Mudo" se emborrachó de sangre. Un día, en una taberna, mató a un correligionario. Hubo que matarlo a él. R.I.P.

La resistencia en los pueblos de la provincia de Orense es sofocada. La lucha solo presenta episodios en el Barco de Valdeorras, donde se organizó una de las guerrillas más valientes de nuestra guerra en las montañas. Los obreros de la línea del ferrocarril Zamora-Ourense, en la frontera de Zamora, fueron los que se sostuvieron más tiempo. Con ellos se encontró el general Caminero cuando huía hacia Portugal. Esos ferroviarios ayudaron a Caminero a ponerse a salvo.

Esta es la causa que permitió a las fuerzas de Orense desplazarse contra Tuy.

El 23 de julio, el gobernador militar de Vigo, llamó al jefe de los carabineros de la plaza fronteriza. Hermenegildo Losada, sin identificarse, se puso al aparato:

Declare usted el estado de guerra, fusile a los dirigentes de los partidos políticos, de las organizaciones sindicales y del Frente Popular ... y meta en la cárcel a los demás.

La inspiración de esas órdenes venía de arriba, del Norte, de Navarra, del General Mola, y las alentaban los generales Cavalcanti y Millán Astray y el Obispo de Madrid, Leopoldo Eijo. Los facciosos no se pararon en los barras. Iban a lo suyo de sumar muertos y restar vivos.

Es verdad que se mata mucho— reconocería en el mes de agosto al deán de la catedral de León. Pero convendrá usted conmigo que esto nos asegura cincuenta años de tranquilidad.

A un vecino de Tuy, Puenteareas o Ribadeo, dígale usted que, por ser un republicano y defender el régimen votado por la mayoría de los españoles, lo van a matar. Y que no contentos con matarlo,  los enemigos lo van a ultrajar en sus mujeres, y que sus padres y sus hijos serán perseguidos y robados o incendiados sus bienes. Es inútil que usted se lo digas; no lo creerá.

El Ejército aplicaría en España los procedimientos empleados en Marruecos. Lo mismo que en una operación de castigo se quemaban los aduares, a los campesinos gallegos les quemarían las casas y las cosechas y les matarían a los animales domésticos. Las montes y los caminos se cubrirían de escombros, de hombres y bestias degollados y un montón de restos carbonizados indicaría el sitio dónde estuvo "el lugar de fulano".

Correrán los días, correrán los meses, correrán los años y no se olvidará lo que pasó. El tiempo no arrastrará en su corriente los recuerdos. Porque Franco, con sus generales y la Falange, han destruido un pueblo, le han destrozado el alma y sobre las ruinas han sembrado sal.

El día 25, las fuerzas procedentes de Orense —infantería, guardias de Asalto y falangistas y la artillería de Pontevedra se apoderaron del Porriño.

Tuy se preparó para la defensa. Se construyeron blocaos de cemento armado en las entradas de la ciudad y establecióse un sistema de trincheras. Asumió el mando un suboficial de carabineros. El frente tenía por el lado izquierdo el río Loiro, por el centro un pinar sobre las gándaras de Guillarey, y por la derecha, un monte sobre la carretera. Este dispositivo se situó a tres kilómetros de la población. Habíase previsto la dirección del ataque faccioso. Se organizaron tres columnas: una, detrás del río Loiro, de obreros y campesinos; otra, de carabineros, marineros, policía y milicianos, que ocupó el centro, y el ala derecha, guarnecida con Guardia Civil y milicianos.

La finca del Obispado, la mejor del Ayuntamiento, proveía, con la autorización del Obispo, de carne, leche y patatas a los combatientes.

El primer ataque comenzó a las ocho de la mañana y duró hasta las ocho de la noche. Abrió el fuego la Artillería. Ninguno de sus disparos logró hacer blanco en los blocaos ni en las trincheras. Las granadas cayeron en el río de la plaza de Valencia. Las autoridades de lusas protestaron:

—¿Contra quienes disparan los "nacionales", contra los rojos o contra sus amigos portugueses?

A las ocho de la noche, las columnas republicanas de los flancos se situaron en su avance a menos de medio kilómetro de los facciosos. La escasez de municiones las obligó a replegarse a sus líneas primitivas. Aguardarían a que el enemigo se acercase para atacarlo con dinamita. Se recurriría a las armas largas en los momentos difíciles ... La lucha cambió de signo con la llegada de los refuerzos de Pontevedra. De poco valía el ardor de los republicanos ni la dirección, ante la falta de elementos. Galicia entera había caído. Sin la posibilidad de recibir socorros, Tuy era indefendible.

Al tercer día, fuerzas de Vigo engrosaron las fuerzas atacantes. Ordenóse la retirada. A los republicanos les quedaba un cargados por hombre. La Junta de Defensa hizo entrega de la ciudad a los militares locales. Las milicias se fortificaron en Monte Aloya, con el propósito de acosar al adversario durante la noche. La capilla de la cima del monte se convirtió en un depósito de alimentos para un mes. 

En los combate habían muerto la mayoría de los dirigentes.

Y pasó la noche del tercer día, conteniendo al  enemigo con los disparos del último cargador.

Una confidencia previno a los milicianos de que el monte sería atacado por las dos carreteras de acceso al mismo.  Llovía. Se envió un emisario a las milicias para que se refugiaran en las zonas alejadas a las carreteras. Con la lluvia y el sueño, el miliciano se durmió. A tiros y a machetazos acabaron con él. Gumersindo Rodríguez tenía siete balazos.

A los dos días, de las aldeas acudieron los padres y las mujeres de los detenidos. Funcionaban los Consejos de guerra y los pelotones de ejecución. A la salida de los Consejos, las figuras de los campesinos se apiñaban en las sombras de la Corredera, juntaban los rostros, alzaban los brazos y desaparecían en la noche con una "carreiriña de can" a llevar a las aldeas la noticia del fusilamiento del esposo o del hijo.»


Manuel D. Benavides
La Escuadra la mandan los cabos
Ediciones Roca. México 1976
Páginas 114-121

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[1] Confederación Nacional del Trabajo - Federación Anarquista Ibérica








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