Había
la miseria,
miserable
miseria del llanto en las familias,
las
urnas, hornacinas, las capillas azules
con una
lamparilla,
y un
gran muerto inocente
depositado
en medio
de las
horas, los días, los semestres, los años,
sí, los
años nudosos, nodulares, negados.
El aire
tibio de perpetuamente
conllevar
aquel rezo
y el
maullido larguísimo del triste
gato
perdido en el viscoso invierno.
Blasfemias
en cuclillas,
masturbadas,
no dichas, indecibles.
Y
tantos dioses en sus claras vitrinas
con
velos y azucenas de intocada blancura.
La
mísera miseria, la invasora miseria,
el
llanto en las familias,
la
secreción oscura del subrepticio semen
pertubador
y el odio
todavía
sin nombre.
Antes
de huir, cuando las grandes lluvias,
cuando
los grandes vientos derribaron el cielo,
arrasamos
las tiendas, los altares, los ídolos,
la
raíz, los residuos de la triste parodia.
José
Ángel Valente
El inocente
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