Lo Último

2678. Una elegía incompleta




Había la miseria,
miserable miseria del llanto en las familias,
las urnas, hornacinas, las capillas azules
con una lamparilla,
y un gran muerto inocente
depositado en medio
de las horas, los días, los semestres, los años,
sí, los años nudosos, nodulares, negados.

El aire tibio de perpetuamente
conllevar aquel rezo
y el maullido larguísimo del triste
gato perdido en el viscoso invierno.

Blasfemias en cuclillas,
masturbadas, no dichas, indecibles.
Y tantos dioses en sus claras vitrinas
con velos y azucenas de intocada blancura.

La mísera miseria, la invasora miseria,
el llanto en las familias,
la secreción oscura del subrepticio semen
pertubador y el odio
todavía sin nombre.

Antes de huir, cuando las grandes lluvias,
cuando los grandes vientos derribaron el cielo,
arrasamos las tiendas, los altares, los ídolos,
la raíz, los residuos de la triste parodia.


José Ángel Valente
El inocente








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