Fué preciso este suceso
violento de la guerra civil para que los ojos del poeta se volvieran de nuevo a
la vida. Ocurría en nuestra Poesía, inmediatamente anterior a la guerra civil,
una vuelta a las formas—y al contenido—clásicas del verso. Era una poesía
doliente de intimidades que, cada vez más, la extensión creciente del fenómeno
social—sentido como extraño—reducía a la alcoba caliente del corazón en
soledad y en hastío. Poesía de sola lectura personal, aunque el lector fuera
innumerable. Pero toda la reducción poética valía una incomprensión de la
vida. Faltaba darle a la vida todo aquello que amplía al ser en la esfera
social del existir, del ser en el mundo, ahora y aquí. Faltábale a nuestra
mermada existencia, o mejor vida, la alegría común o el dolor múltiple que la
acrecentase y la llenase de vida diversa y varia. Precisaba que el
suceso venciese esta simple y aparente paradoja: que nuestra intimidad se
acrecienta, como los ríos con lluvia, cuanto más social es nuestro existir.
Cuanto más colectiva es nuestra existencia.
Les faltaba, en fin, a nuestros poetas la honda conmoción de la
guerra civil para apercibirse de su destino social y colectivo. El viejo
destino de la más antigua poesía. También a nuestros humanistas e
intelectuales, para el sentimiento de una viva cultura humana. La cultura en
vivo, unida a nuestra propia carne. Caliente de vida, sangre y huesos nuestros.
Forzosamente el poeta, si lo es con plenitud, es un revolucionario (como nos
viene en ayuda la significación creadora de su etimología). Nuestros mejores
poetas se han vinculado en carne y hueso a nuestra lucha liberadora y creadora,
porque su misma sensibilidad y cultura les ha obligado a sentir y a
pensar socialmente, unidos humana y poéticamente a las fuerzas renovadoras. Y
su cultura ha obrado decididamente como fuerza obrera.
Hay un dolor a nuestro lado en ese hombre, lejano sin embargo, que
tira de un cochecillo llevando a un semejante. Hay una alegría cercana en esas
gentes de limpio, que disfrutan un jardín que antes les estaba prohibido. Mucho
y bien ha escrito André Gide sobre esta alegría y esta tristeza, colectiva e
íntima.
Hay una poesía, la épica, que está renaciendo ahora de nuestro
dolor y de nuestro heroísmo más próximos en sangre y en días. Pero quizá se
produzca ahora en nuestra poesía la caída de la aprendida distinción, a veces
sin sentido, de lo épico y lo lírico. En el mismo sentido en que nuestra
existencia refleja ya, por desencadenada fuerza, el destino colectivo de su
clase. En la medida misma en que nuestra obra, más que nunca personal por más
acusada que nunca nuestra personalidad, con nuestra participación en el suceso
violento de nuestra guerra, será también más que nunca social, por cuanto en
ella habrá de aspiración y latido colectivos.
Por los caminos populares del Romance nuestros poetas han
reivindicado su vieja función social, el viejo papel del poeta, el de Virgilio,
escribiendo sus Églogas y sus Geórgicas, contribuyendo a levantar el ánimo de
su país, fatigado de tanta guerra civil. En la nueva ciudad el poeta recobrará
su perdido prestigio.
Los hombres luchan ya sus batallas más decisivas. Muy pronto el
hombre, el de nuestra guerra civil honda y trascendente, va a hallarse en
condiciones sociales tales que le permitan comprender y compartir ampliamente
esa magnífica interpretación de la vida a que se dio el nombre de humanismo.
Estamos, pues, en trance de realizarnos humanamente, en lo que humanamente
podamos, que no es poder poco. En ese aspecto, la parte más noble de nuestro
país, que lucha contra lo medieval, está realizando su más perfecto y cumplido
renacimiento. Y el intelectual que defiende con las armas en la mano su derecho
a la libertad, es nuestro tipo más perfecto de renacentista. Pues que humanismo
no es idea, sino acción. Obrar, alegre obraje con gozo de artesanía. He aquí el
más noble destino de nuestra Poesía, cuando el poeta ofrezca su poema con la
alegría social con que un artesano del renacimiento presentaba su obra sencilla: una mesa o una silla.
Por los senderos populares del Romance nuestro Poeta se ha
devuelto a la sociedad a que se debía. Dándose a la masa, el poeta ha salvado
su misma intimidad, su más honda poesía lírica.
Bernardo Clariana
Hora de España núm. 1, enero 1937
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