Amalio, cómo no,
gracias a su coraje y total entrega, estuvo en primera línea en el denominado
Frente del Norte y fue nombrado comisario político con rango militar de
comandante, al mando de un grupo de combate.
Los republicanos del
norte no disponían de tropas suficientes, ya que no poseían un ejército
organizado para poder lanzar ofensivas contra los territorios de Castilla y
León. Sus efectivos estaban divididos por regiones: las milicias asturianas,
las cántabras y las vascas; el equipo y armamento del que disponían era muy
inferior al de los ejércitos republicanos de la zona centro.
Durante la resistencia
de Gijón, Amalio estuvo encargado de controlar los almacenes de víveres para la
población y para los milicianos, pero también participó en uno de los hechos
más notorios de la contienda asturiana: el asedio y asalto final a los
cuarteles de Simancas y el de Zapadores, que habían sido tomados desde el inicio
de la contienda por el ejército sublevado.
El cuartel de Simancas
era un emplazamiento estratégico ya que se encuentra en un alto desde donde se
domina una parte importante de la ciudad y su bahía. En julio de 1936, las
fuerzas militares de Gijón se correspondían a las tropas del regimiento
Simancas y a las del VIII Batallón de Ingenieros, con guarnición en el cercano
cuartel de El Coto. A su mando estaba Antonio Pinilla, jefe de este regimiento,
comprometido con los rebeldes
franquistas, que se habían atrincherado en el de Simancas, desde donde los
francotiradores causaban muchas bajas entre la población.
El asalto para liberar
el cuartel fue durísimo y la resistencia, tenaz. Se sometió el edificio al
bombardeo aéreo, al cañoneo de artillería de diferentes calibres y a la
dinamita para derribar los muros del cuartel. Tenía que tomarse el cuartel al
coste que fuera, y dicho coste fue muy caro. Amalio siempre explicaba triste y
emocionado que tuvieron que «jugarse» a los palitos quién se iba a colocar un
cinturón con explosivos, para inmolarse y, de esta manera, abrir paso al resto
de los milicianos. No había otra manera de lograrlo y el 21 de agosto la suerte
le tocó a una mujer miliciana. Gracias a ella, finalmente abrieron el boquete
por donde pudieron pasar los milicianos y tomarlo. Al fin la gesta del asedio
al cuartel de Simancas se había coronado con éxito después de un largo mes de
lucha. Amalio siempre citaba la miliciana que dio su vida para conseguirlo pero
yo, a día de hoy, no recuerdo su nombre, que queda en el anonimato de la
historia.
Hace pocos años, en una
visita a Gijón, pude observar aún las marcas de las balas en los muros del
cuartel, y mientras contemplaba el monolito alzado cerca de las puertas del
cuartel a la gloria de los muertos habidos en el bando nacionalistas por Dios y
por España, sin ninguna alusión a los milicianos republicanos, la tristeza me
embargó pensando en la valiente acción de la miliciana.
El cuartel de Zapadores
también fue un bastión de resistencia de los sublevados. En su asedio —según
consta en la causa— también participó Amalio, pero no recuerdo que contase nada
significativo al respecto. Sí nos contaba que estas operaciones las hacían a
menudo como expertos dinamiteros, para llevar a cabo acciones especiales y
concretas en pequeño grupo.
Asimismo, en la causa
del juicio de guerra sumarísimo contra él, de 1942, consta que participó en la
voladura del puente de Cornellana del río Narcea, pero de ello no recuerdo
escucharle anécdota alguna. La causa recoge este episodio: «El entusiasmo por
la causa roja, prueba elocuente de ello es que sus servicios fueron premiados y
citados en la Orden General del 9 de agosto de 1937 del Ejercito del Norte, que
en el artículo primero dice así: “Se premia la meritoria actuación de este
individuo, ascendiéndole a cabo por el ardor y espíritu demostrado, volando el
puente de Cornellana del rio Narcea, en la carretera de Oviedo a La Coruña”».
Curiosamente, este
documento que le nombra cabo por esta acción fue también un elemento de suerte.
Era inverosímil nombrar cabo a un comisario político, y como no pudieron
obtener ninguna constancia documentada del hecho, ello impidió la condena de
pena de muerte.
Así, a pesar de haber
sido acusado, finalizada la guerra, como comandante, comisario político, y solo
constar su ascenso a cabo por la acción en el puente de Cornellana, le
impusieron tan solo una condena de 30 años de prisión, a lo cual también
contribuyeron los buenos antecedentes dados por los curas asturianos a los que
había salvado la vida de una ejecución inminente en 1934, cuando Amalio
defendió que fueran juzgados, y no ejecutados.
El avance de los
sublevados para conquistar Bilbao fue imparable y en junio de 1937 se produjo
la Batalla de Bilbao, en la que participó Amalio. La población estaba siendo
desplazada hacia Santander, y el Gobierno vasco se retiró a la aldea de
Trucios, tras dejar en la capital una Junta de Defensa de Bilbao. Tras una
valerosa y enconada defensa del Ejército del Norte, las tropas sublevadas pudieron
entrar por donde la fortificación era más débil, dato que había sido filtrado
al enemigo por el traidor comandante Goicoechea, tras un intenso bombardeo de
la artillería y la aviación franquistas. Los hombres del italiano comandante
Nanetti, republicano y comunista, huyeron cruzando el rio Nervión, sin volar
los puentes tras de sí dejando abierta la carretera de Bilbao. El 17 de junio
de 1937 cayeron 20.000 bombas sobre Bilbao. Los bombardeos sobre Guernica
habían tenido lugar dos meses antes[1].
El 18 de junio el
republicano general Ulibarri mandó retirar el resto de sus tropas de la ciudad
de Bilbao. La última de estas unidades
salió de la ciudad en la madrugada del 19 de junio y era necesario retardar la entrada
a la ciudad de las tropas fascistas. Con esta finalidad Amalio, con un pequeño
grupo de expertos, dinamitaron la mayoría de los puentes de la ría. Esta era
una de las acciones a las que siempre hacía mención después de pasados tantos
años. Siempre que voy a Bilbao, veo todos aquellos magníficos puentes sobre la
ría, y pienso en él. La voladura de
puentes fue el final de la denominada «Batalla de Bilbao» y los milicianos
fueron batiéndose en retirada hacia Santander.
La ofensiva de los
sublevados para llegar a Santander no se produjo hasta el 14 de agosto y, dado
su mayor número de fuerzas, lograron una decisiva victoria en apenas unas
semanas. De esta manera, el ejército sublevado, con el apoyo de la Legión
Cóndor y el Corpo Truppe Volontarie, destruyó las fuerzas republicanas en la cornisa
cantábrica, se hizo con el control de Vizcaya, y después de haber completado la
conquista de Guipúzcoa, cerró el acceso terrestre con Francia. En Asturias, aún
resistía lo que quedaba del Ejército republicano del Norte. Pero desde el sur,
los sublevados habían conseguido establecer un pasillo directo a Oviedo y
terminaron con el cerco de las milicias republicanas.
Mientras todo esto
sucedía, en Barcelona se estaban produciendo los graves enfrentamientos entre
las fuerzas del POUM y las comunistas; y se perpetraba el asesinato de Andreu
Nin por agentes a las órdenes directas de Moscú. Cabe preguntarse si, en
Asturias, aquellos milicianos, valerosos combatientes comunistas, conocían lo
que estaba sucediendo y si era así, cómo les llegaba dicha información y cómo
lo justificaban.
La URSS no formalizó
las relaciones diplomáticas con la República española hasta el inicio de la
Guerra Civil. Tal como plantea el historiador Arnau González Vilalta[2], en la
exposición «Une Catalogne indépendent?», Stalin no estaba intentando expandir
la revolución sino romper el asedio de Hitler. Las intenciones de los
soviéticos en España eran frenar a los revolucionarios anarquistas y convertir
la Cataluña y la España republicanas en un estado liberal democrático.
Rosa Elvira Presmanes García
Amalio: fuego, vapor y armas
Editorial Tintamotora, 2018
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[1] El ejército sublevado fue el
primero, en toda la historia, de llevar a cabo bombardeos sistemáticos contra
la población civil. Madrid, Durango, Guernica, Cartagena, Alicante, Valencia,
Alcañiz, Reus, Tarragona, Lleida, Barcelona, Granollers, Figueras, fueron
ciudades bombardeadas por la Legión Cóndor alemana, la Aviación Legionaria
italiana o por la aviación sublevada.
[2] Arnau González Vilalta, profesor de
Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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