Los jerarcas del régimen franquista exultan de seguridad y de esperanza desde el día que lograron la designación de un sucesor por el Caudillo. El pueblo no les ha acompañado en su entusiasmo: ha permanecido frío, indiferente o irritado, y burlón. Nosotros los republicanos hemos sonreído al saber arrodillado ante Franco al nieto de Carlos V, Fernando el Católico, Alfonso XI... La institución monárquica no ha podido mostrarse más indigna de su remoto ayer.
Es innecesario decir que damos por inválido lo acordado en la farsa representada en el viejo palacio de Las Cortes, otrora ilustrado por grandes tribunos amantes de la democracia. y de la libertad. Somos los legítimos representantes del pueblo español y nunca reconoceremos ninguna fórmula política que no sea el resultado de la voluntad nacional libremente expresada.
No nos interesa, empero, aquí, alzarnos en protesta contra lo decidido por el Caudillo y sus corifeos. El intento de embalsamamiento del régimen que detenta el poder en España, no nos merece sino desdén. Por la historia sabernos de la caducidad de todas las maniobras análogas. La Monarquía instaurada por el franquismo no tendrá la fuerza monolítica que ha tenido éste, y no logrará sino aplazar durante algunos años el planteamiento integral de la crisis definitiva. Pero al mostrar sin rebozo el propósito de mantener las viejas estructuras políticas establecidas por el llamado por ellos Glorioso Movimiento, han planteado a todos los españoles un clarísimo dilema, un elijan sin distingos entre una realeza dictatorial y una República democrática. Una Monarquía pseudo-constitucional habría podido engañar a los liberales tímidos y vacilantes. Ante la realidad del dilema perentorio, los millones de españoles que no han sido envenenados por el régimen no tienen libertad de opción. A ellos nos dirigimos.
Lo hemos dicho muchas veces; la República implica el respeto a la libertad de cada uno dentro de un régimen común de libertad. Puede organizarse conforme a muy varias fórmulas políticas. Sólo los necios pueden rechazar todas como inoperantes en España.
España no había conocido hasta 1931 ninguna de las tres revoluciones que habían hecho los pueblos europeos: la revolución religiosa, la revolución política y la revolución socio-económica. Experimentamos todas ellas durante los años de gobierno republicano y en el curso de la lucha fraterna. Estamos ya en condiciones de mirar al mañana con optimismo. La monarquía que se disponen a instaurar será flor de un día. Debemos preparar el pasado mañana. La República es la única solución permanente del problema institucional que está abierto en España desde hace muchos años.
Mensaje a todos los españoles
La República no es nuestro patrimonio, sino el de todos los españoles. Toca a ellos moldearla. Nuestros adversarios no tienen fe en España ni en los españoles; nosotros, sí. Creemos a éstos capaces de hacer cuanto hayan hecho y hagan los otros pueblos de Europa y del mundo. Les invitamos a poner en tensión los resortes de la conciencia y de la voluntad nacionales, a superar la terrible bipolarización de las fuerzas políticas que han desgarrado a España durante siglo y medio y a crear una síntesis dialéctica pareja de la que han conseguido otros pueblos hermanos de Occidente. Tenemos fe en España y en los españoles a quienes los jerarcas del régimen quieren mantener en tutela por suponerlos incapaces.
Invitamos a todos: intelectuales, sacerdotes, profesionales, estudiantes, obreros, industriales, comerciantes y a las gentes de los más variarlos credos e ideales a disponerse para el momento propicio de la mudanza inevitable. En la República, como en todo régimen, cuentan los hombres, claro está; pero son más fácil de sustituir. Nosotros caeremos un día en la batalla, pero nuestros ideales —la vida en fecunda libertad democrática que constituye la República— serán recogidos —lo van siendo ya— por las nuevas generaciones de españoles que sueñan, esperan y trabajan por una patria libre. Les transmitiremos la bandera que hemos mantenido con manos firmes y limpias, y con ella el ejemplo de nuestras vidas, sin fanfarronadas, pero sin claudicaciones, con la esperanza puesta en el alborear de una España nueva, en la que caben quienes no quieran vivir en perpetua tutela. En una tercera República a la que llamamos a todos, cualquiera sea su pasado. Les invitamos a pensar en que si no cerramos filas el día favorable, en lugar de una República liberal, democrática y social, habrán de soportar una dictadura comunista. El único antídoto contra ésta, que tanto asusta a muchos españoles es una firme e inteligente democracia.
Aún es tiempo. Pero el plazo es breve. No debemos esperar nada del mundo. El porvenir está en nuestras manos. Pende la decisión de quienes no tengan vocación para seguir perteneciendo al rebaño post-franquista. Urge la aglutinación de todas las fuerzas acordes con la organización de una democracia en que sea posible el libre juego de las ideas y de los partidos. Llamamos incluso a los monárquicos decepcionados, a los posibilistas, a los demócratas cristianos. Tenemos fe en España y en la República —repetimos— e invitamos a tenerla también a todos los españoles.
Luis Jiménez de Asúa
Claudio Sánchez-Albornoz
En el destierro, a 9 de diciembre de 1969
Publicado en Ibérica por la libertad, 15 de enero de 1970
Luis Jiménez de Asúa fue presidente de la República española en el exilio de 1962 a 1970.
Claudio Sánchez-Albornoz fue presidente del Consejo de Ministros de la República española en el exilio de 1962 a 1971.
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