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2777. Teoría de la Guerra

Madrid, 1936. Dos niños obserando un bombardeo desde una terraza de un edificio  del Barrio  de Salamanca. Foto: David Seymour

La guerra no es únicamente matar ni únicamente morirse. Cuando hay guerra todo está en guerra. Es necesario enfurecerse ante el hecho repugnante y enternecerse hasta el extremo ante el niño que juega —y también hace la guerra—, ante alguna mano muerta colgando de una marquesina,ante el violín abandonado en el pánico.

Madrid es todo Madrid.

En su cintura de fuego como en su interior de fuego. Sus ojos, su corazón, sus pulmones, sus riñones, todo es Madrid. Es preciso que diga de una vez: quiero todo Madrid.

Siento que me atraviesa de plazas, de tranvías, de cementerios, de hospitales, de intendencias, de sucesos, de nacimientos. Siento que me suben por las venas rieles, cementos, ambulancias, voces, gritos, especies de ruidos inesperados. He vivido en cuarteles, entre soldados. En organizaciones, entre poetas y políticos. No reprocho nada a nadie ni aun cuando he comprendido que tal hecho no estaba dentro del ritmo de la guerra. Porque eso es también la guerra. Si no fuera así no sería la guerra, o la revolución. No habría nada que cambiar.

Y se va cambiando. Sí. Aquel mendigo de San Luis con el pequeño cartel colgando de sus hombros sucios en donde se leía: «Manco y con ataques», ya no está. Ya no hay mendigos. Tampoco hay horchateros, ahora que es primavera, pero no hay mendigos. Hay el amor en las calles, sin sobresaltos, lo que también es muy de la guerra.

El amor, un equilibrio entre la guerra y la muerte.

En cuanto a la ciudad, yo la he recobrado. En el corazón —donde me nacen los menudos temores y las grandes sospechas— siento la dignidad, una alegría dramática de vivir este peligro de la dignidad, esta dignidad acechada. iPero esta dignidad! Caliente del aliento del toro de la muerte de Madrid, rodeado de su voz, he vuelto a ver sus lunas de ladrido. La plaza de la Villa, creadora de la esfera. Los hombres, cada mujer, cada chiquillo, eso sí, respiran en dignidad, viven en dignidad, acechada o no. ¡Hay algo de enamorado en el aire, en el estruendo!

Todo se comprende. Una patata, una cebolla, un cigarrillo, el aceite, el vino, adquieren su verdadera importancia. Todo tiene un sentido, una explicación. Es necesario no olvidar jamás que la vida es importante. Todo lo que vive, lo que forma, lo que hace la vida, lo que hace la muerte.

Es preciso entonces que diga de una vez :

Quiero a esta nube.
Quiero a esta esquina.
Quiero que venga mi mujer.
Quiero a esta ventana sin vidrio (y sin novia, con un pañuelo de despedida, como una insignia). 
Quiero a esta libertad defendida en la cintura del fuego.
Quiero a este nuevo día que veremos amanecer de los escombros.


Raul González Tuñón
Hora de España, VI - Junio de 1937








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