Pórtico electoral de la
República
El hecho diferencial de las
elecciones de anteayer fue su pulso tranquilo. Amaneció en la calle de Alcalá,
bajo las frescas guirnaldas de las mangas de riego, un día caliente y mecido en
aires tempestuosos. Los unos y los otros la dejaron desde media noche sucia,
con un carnaval de papeles. A las seis inicióse el combate. Por el Prado
surgieron dos camionetas de comunistas. Cantaban torpemente; pero cantaban «Los
sirgadores del Volga». Don Marcelino Domingo les agradecerá sin duda su hermosa
diana. Ellos, sin demasiada vehemencia, distribuían sobre las soledades de
asfalto paquetes y paquetes de literatura electoral. Y fue ésta, a lo largo de
la jornada, la única vibración «de otros tiempos» que puso en las calles un
poquito de espectáculo.
No se olvide en el índice a los
jóvenes y a los «viejos» de la Acción Nacional. Con los comunistas rivalizaron
en entusiasmos para imponer su propaganda; pero ni los unos ni los otros
intentaron corromper la paz idílica del primer domingo electoral de la
República. ¡El viejo marqués de Lema junto en línea de ataque con los mozos
ardientes que sueñan con Moscú! Pero mientras los «stalinistas» empujaban a las
urnas grupos de casi adolescentes, los emisarios de la Acción Nacional, en un
trasunto de los postulados de San Juan de Dios, traían y llevaban generosamente
en automóviles a todos los impedidos de Madrid.
La conjunción
republicanosocialista concurrió al combate serenamente. Y a las doce de la
mañana puede decirse que el triunfo estaba resuelto. Madrid votaba, con un
sentido de previsión inteligente, a los representantes del actual Gobierno. Así
como en las elecciones del 12 de abril el héroe en las calles fue Alcalá
Zamora, en éstas Lerroux arrastró en su breve paso por algunos distritos la
simpatía de la multitud.
No hay en el «carnet» del
reportero ni una nota que destaque del tono dichosamente gris de estas
elecciones. Pero nunca como ahora fue más expresiva la actitud de un pueblo.
Madrid vota tranquilamente -mejor dicho, serenamente- porque la República se
consolide sin peligrosos funambulismos. Y es la conjunción quien le ofrecía
tales garantías. Y a ella ha votado.
Después de esto, ¿para qué
forzar dotes de observación en difíciles pintoresquismos? Tranquilidad,
serenidad y sensatez. He aquí lo que dió de sí el pórtico electoral de la
República.
Añadamos complementariamente:
la Guardia civil paseó las calles con propósitos paternales..., y desde hoy,
los acreditados «muñidores» electorales tendrán que vivir de los bonos de «sin
trabajo». En Madrid, resumimos, hubo una elección toda pureza, y naturalmente,
toda tranquila. Las viejas picardías del tingladillo electoral parecen idas
para siempre.
F. L.
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