El
largo viaje había llegado a su término.
Como si
procedieran del otro lado del mundo.
—Ahora
sí, venga, que papá nos estará esperando. —Era la orden de puesta en marcha.
El
hombre de la mirada huidiza y la gorra calada hasta las cejas fue el primero en
recoger la vieja maleta atada con una cuerda, y enfilar hacia la puerta de
salida. La mujer de los ojos enrojecidos y el semblante pálido cargó sin ayuda
las dos enormes bolsas formadas por hatos de ropa. La pareja estrechamente
unida y temerosa se ocupó de dos maletas y un cesto cubierto por una mantita
raída. El quinto de rostro enjuto, en cambio, se acercó a ellos. Había
deslizado no pocas miradas en dirección a Fuensanta y Úrsula antes de
decantarse por la primera, la mayor, ya muy mujer.
Mucho.
—¿Puedo
ayudarlas?
—No,
gracias. Somos cuatro. Podemos con todo.
—Como
quieran.
Una
última mirada. Fuensanta apartó los ojos. Barcos en la noche. Era la más alta,
así que se ocupó de bajar las tres maletas y los dos hatillos de la parte de
arriba. Para cuando enfilaron el pasillo, el quinto ya no se encontraba a la
vista y el vagón se estaba vaciando.
—Cuidado,
no les des golpes, no sea que se abran y se desparrame todo por el suelo —le
dijo Carmen a su hijo.
—Yo
cargo ésta, que es la que más pesa —se ofreció Úrsula.
—Deja,
ya la llevo yo. Tú coge la otra y este hatillo —decidió Fuensanta.
Llegaron
a la plataforma, descendieron los tres escalones y pusieron su primer pie en
tierra. La Estación de Francia era inmensa, bulliciosa. Olía a trenes y vida.
Olía a máquinas y tiempo.
Allí,
en alguna parte, tras los andenes, estaría Antonio.
Cuatro
años.
Otra
vida perdida.
Carmen
elevó la cabeza, como si pudiera verlo de buenas a primeras. Fuensanta se dio
cuenta de ello y la imitó. Úrsula y Salvador, en cambio, contemplaban la
estación, el alto techo, los contornos de su primera Barcelona, asimilando toda
aquella descarga de energía brutal que nunca olvidarían.
Carmen
tomó una vez más el mando.
—No os
separéis, ¿eh?
Caminaron
unos metros, no demasiados.
La
pareja de hombres, serios, trajeados, salió de alguna parte.
Ni
siquiera se dieron cuenta de nada hasta que uno les cortó el paso y el otro
levantó la solapa de su chaqueta para mostrarles el distintivo.
—Papeles.
—¿Cómo
dice?
—Papeles.
—Mi
marido está…
—Señora,
papeles. —El tono fue cortante.
Seco.
—Perdone.
Tuvo
que agacharse, desanudar su hatillo, revolver por entre las dos cajas de
recuerdos, lo más indispensable, porque el resto se había quedado atrás. Cuando
se levantó les entregó toda la documentación que llevaban encima. Incluido el
libro de familia.
—¿De
dónde vienen?
—De
Murcia.
—¿De
qué parte?
—De
Isla Plana. Bueno, de Mazarrón, aunque yo nací en…
—¿Y los
salvoconductos?
—¿Cómo
dice?
—¿Está
sorda, señora? Los salvoconductos.
—No
tengo nada más que eso. —Señaló lo que acababa de entregarle.
—Entonces
tienen que acompañarnos. —El hombre le puso la mano en el brazo.
—¿Acompañarles?
¿Adónde?
—Ya lo
verá.
La mano
se convirtió en una zarpa. El otro hombre le puso la suya a Salvador en el
hombro.
—Oiga,
venimos a trabajar… —Carmen sintió que un enorme peso lastraba su cuerpo y
convertía en inconexas sus palabras—. Mi marido y su primo nos han encontrado
trabajo a mis hijas y a mí, porque el niño va a estudiar. Si me dejan ir a
buscarle… Él les contará… Tenemos casa. Tenemos donde ir… Por favor…
El
hombre tiró de ella. Ya no la escuchaba.
—Tú
vigila que no echen a correr —le dijo a su compañero.
—Mamá…
—se asustó Salvador.
—¡Andando!
—No
pueden hacer esto… ¿Qué es lo que pasa? ¿Adónde nos llevan?
—No sé
a qué vienen todos aquí, por Dios, con una mano delante y otra atrás. —El
hombre no parecía dirigirse a ella, sino hablar en voz alta—. Como les dé por
hacerlo en masa…
—Venimos
porque aquí hay trabajo —habló por primera vez Fuensanta—. Allí sólo hay
hambre.
El
primer hombre se detuvo. No soltó el brazo de Carmen. Se encaró con la muchacha
y su rostro grave se convirtió en una máscara seca y endurecida.
—En
esta España nadie se muere de hambre, niña.
Fue
como si se lo escupiera a la cara, palabra por palabra.
Jorsi Serra i Fabra
Sombras en el tiempo, 2011
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