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2894. Encarnita Luna. La niña de Fuensalida muerta por un avión faccioso

Una carroza blanca traslada al cementerio a Encarnita Luna, la niña muerta por un bombardeo franquista en Fuensalida



Las víctimas inocentes

Un periódico de la mañana recogió días pasados esta noticia que tiene un hondo patetismo y un valor espartano de heroicidad: «El jefe de Correos de Fuensalida (Toledo) envió ayer a la Dirección General de Correos el siguiente despacho, demostrativo de la valerosa abnegación con que los funcionarios de este republicanísimo Cuerpo, como sus hermanos de Telégrafos, luchan por la República, contra la criminal rebelión: «Aviación fascista esta tarde arrojó una bomba sobre el edifico de Correos, sepultando a mi hija y destrozando el edificio. Ante crimen tan horrendo, sólo pido que compañeros de ésa libre servicio acompañen el cadáver, que en estos momentos se traslada a la Dirección General y se embalsama. ¡Viva la República!» 

El telegrama venía sin firma. El funcionario de Fuensalida la había omitido deliberadamente, porque todos los miembros de Comunicaciones rehuyen la publicidad de sus heroísmos  individuales para hacerlos recaer sobre la colectividad.

El cuerpecito destrozado por la metralla fue conducido inmediatamente a Madrid. Y allí, en Fuensalida, en el lugar mismo de la tragedia, siguió el padre, con el corazón retorcido por el dolor, cumpliendo su deber de funcionario heroico.

Pero el ministro de Comunicaciones le ordenó que regresara a Madrid para que pudiera acompañar al cadáver de su hija hasta el momento de darle sepultura. 


*


En un salón del palacio incautado por el Sindicato de Carteros está expuesto el cadáver de la niña muerta por la metralla fascista. Junto al ataúd, pequeño y blanco, el dolor paterno cuaja en lágrimas silenciosas. Aun está viva en sus ojos la horrible visión de pesadilla, la casa en escombros humeantes, y entre ellos, los cuerpecitos de sus tres hijos pequeños. 

—Aquella tarde —nos dice el infortunado jefe de Correos de Fuensalida, don Juan Luna Moreno— había ido al pueblo uno de mis hermanos, que ha estado en la columna que mandaba el coronel Puig. Había ido con el propósito de traerse a Madrid a Encarnita, la hija que ha perdido para siempre.

La niña estaba preparando sus cositas, porque media hora después salía el coche que había de traerla, cuando llegó un avión faccioso. Era la primera vez que volaba sobre Fuensalida. Soltó ocho bombas. Una cayó sobre la casa de Correos. Tres hijos míos estaban allí. Encarnita, de nueve años; otra hermana menor y el pequeño, de tres meses, en la cuna. La casa quedó convertida en un montón de escombros. Yo, que estaba en la calle y me había tirado al suelo al oír la primera bomba, corrí hacia mi casa. En el camino me encontré a la niñera del pequeño. «¡Mis hijos, mis hijos! ¿Qué ha sido de mis hijos?». «Están muertos», me dijo la niñera. Como un loco busqué entre los escombros. Dos viguetas cruzadas habían formado un hueco sobre la cuna del pequeño, y por esto pudo salvarse milagrosamente. La niña menor, de tres años, había salido en aquel momento a la calle; también se había salvado. Pero Encarnita... A Encarnita, después de un largo rato de búsqueda afanosa entre los escombros, la encontramos destrozada.

El infortunado padre no puede continuar el relato, porque el dolor le atenaza la garganta. Y da pena ahondar en su pena con nuevas preguntas. Junto a él, destrozado está el cuerpo de la niña, víctima de la metralla fascista. Con una insospechada serenidad en la boca, florecida de dos pétalos morados junto a los ríos sangrientos de las heridas. La boca que se cerró para siempre una tarde que ha de cuajar en romance popular, cuando se abría frente al espejo infantil, cantando las estrofas ingenuas que la bomba segó en la mitad del camino: 

Tengo una muñeca 
vestida de azul 

En el cielo sin nubes de los niños hay ya un coro de muñecas, vestidas de azul, para entregar a Encarnita la palma del martirio. 


A.O.S. 
Mundo Gráfico, 30 de septiembre de 1936







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