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2912. Esa larga lucha que no envejece ni se rinde

Juan Radrigán (Antofagasta, 23 de enero de 1937 - Santiago de Chile, 16 de octubre de 2016)


“Cuando llevaba el ataúd, el ataúd que sólo contenía fragmentos de su cuerpo, aprendí que era posible odiar el dolor. Y aprendí también, que era posible odiar el olvido”

Esto de andar juntando palabras que cuentan historias del tiempo en que vivimos, que ha significado grandes amistades, grandes satisfacciones, pero también el ácido reproche de mucha gente que no está conforme con el modo que tengo de incitar la esperanza, no lo entienden. En vano he explicado que no se puede llamar pesimismo a la verdad.

“-¡Nosotros les daremos paz y bienestar; les daremos el respeto, el trabajo y el amor que merecen!- habían dicho. 

“El amor que nos dieron olía a sangre, olía a carreras en la noche, a balazos. Era un amor crispante, de besos desesperados. Eyaculábamos terror entre las sábanas, buscándonos como dementes; buscándonos, no para sentir la tibieza humana, sino para tratar de olvidar, aunque fuera por un momento, que en las calles llovía odio sin parar y que la muerte andaba borracha en el pecho de los asesinos…”

Por las puras y repuras he pregonado que el invento más nefasto de los últimos tiempos ha sido el de pintar de rosado el sufrimiento, puesto que si vivimos años en los que el gran problema humano es la industrialización de la injusticia, es de bellacos presentar una visión en que la gente parece holgar en el mejor de los mundos posibles.

Ha sido como hablarle a las piedras.
Tozudamente, opinan que es bueno el cilantro, pero no tanto. 
Que me voy al chancho con eso de la tristeza.
Que mi “pesimismo” es evidentemente destructivo.
Que las cosas no son así; 
Porque, claro, es cierto que pasan cosas feas, muy feas, pero…. 

Bueno, tanto la diatriba como el halago, parecen ser inherentes a este extraño oficio que tengo y, con toda seguridad, no voy a sufrir una profunda crisis autoral. Pero conversando serenamente conmigo mismo –ya que tengo en gran estima mis opiniones-, he resuelto aclarar algunos puntos. De ese modo, como escribo teatro, por lo menos les evito comprar entradas a los que lean esto: porque de eso de cambiar de actitud, ni hablar.

“Después que hubo hecho sacar a hombres, mujeres y niños de las casuchas, les hizo formar en medio de la cancha. Luego comenzó a buscar. Le sorprendió encontrar entre tanto rostro amargo y temeroso unos ojos que le observaban casi con curiosidad, casi con alegría. Entonces se volvió hacia la tropa y dijo: “A este”.

“De vuelta al cuartel, explicó: A menudo la muerte de un terrorista produce resultados adversos para nosotros, pues la gente lo convierte en héroe, y no es como una inyección de valor; la ejecución de un inocente en cambio, siempre produce horror y deja flotando en el aire durante mucho tiempo, la sensación de que nadie puede estar seguro”

Y no es que sea enfermo de empecinado; sucede solamente que comencé a escribir en pleno infierno y nada ha cambiado, el cuadro de horror se mantiene inalterable. Y no me vengan con la puta cantinela de los “significativos avances”: vamos tras la plena justicia, tras la plena liberación, no tras las mejores condiciones de esclavitud.

Por supuesto, no me refocilo en la desgracia, sería feliz abriendo caminos, mostrando luces; pero para volver a tomar leche hay que recuperar la vaca: antes de lanzarse a cantar esperanzas, hay que encontrar una base real de apoyo. ¿Sobre que cimientos se apoyaría en estos momentos una obra que anuncia futuras felicidades? ¿Sobre un triunfo tan mentiroso, tan absurdo, como el del plebiscito, en donde nadie sabe que diablos fue lo que se ganó? ¿Sobre el olvido de la derrota, la muerte y la tortura? ¿Sobre la más atroz cesantía de la historia?

No, no es con cuentas alegres como detendremos esta creciente agonía. Tengo un gran hijo, que dice: “No sé de donde vengo, y a lo mejor no sé donde voy; pero sí sé donde estoy. Y eso no me lo puede discutir nadie”.Tiene razón el machucao.

El lugar que habitamos es un lugar desolado, tenso y vigilado. La dictadura ha creado en torno a nuestro una atmósfera de animales en acecho. Somos un pueblo invadido, donde los patriotas se les asesina día y noche en la más absoluta impunidad; Tenemos una iglesia liderada por un cerdo apóstata, un infame que traicionó los hermosos principios y se fue, no sólo contra el pueblo, sino también contra sus propios hermanos de credo; tenemos un solo justo contra docenas y docenas de jueces cobardes e impuros; tenemos líderes del tiempo de la cocoa, para los que los intereses de su partido han estado siempre antes que los del pueblo; es tal su falta de sensibilidad, es tal su falta de amor y dignidad, que arrastraron sin ningún pudor a los escarnecidos a un acto tan aberrante como ese de obligarle a responder públicamente si estaban de acuerdo o no en que el verdugo siguiera desangrándoles; lo que equivalía exactamente, a preguntarles a los prisioneros de un campo de concentración nazi, si estaban conformes con su suerte o no. Consumada la ignominia, la moda es ahora usar al pueblo a la manera de perros: “Si la dictadura no acepta algunas modificaciones a la constitución movilizaremos a las masas” “Si la dictadura no autoriza el diálogo, movilizaremos a las masas”.

En fin, somos, por último, un pueblo que no se dio el tiempo para llorar a sus muertos, que no incorporó a sus entrañas la brutal derrota sufrida.

Decididamente, es un material no apto para comedias. 

“No, no es indiferencia; la indiferencia es una muerte anticipada, y él no tiene el menos deseo de morir. Sí, es cierto, sus ojos no han estado nunca muy abiertos a la realidad; pero ese andar cansino que tiene ahora, ese aire volado con que mira las cosas, no significa que no tome a la vida en serio. Sucede que en Septiembre de 1973, perdió muchos, muchos hijos, y que los sigue perdiendo.

“Y ha preguntado por ellos a la vida, y la vida, y la vida le ha dicho que no están; ha preguntado a la muerte, y ella le ha dicho que no les ha visto llegar; le ha preguntado a los que dieron la orden de subirlos a los camiones. Y callan”

“De ahí ese andar cansino, de ahí ese aire volado con que mi país mira las cosas”.

Entonces, claro, no es un material de construcción ligero pero cuando con los insobornables trabajadores del arte, agrupados bajo el nombre de Compañía de Teatro Popular “El Telón”, presentamos un país desgarrado y desgarrador, estamos diciendo que ese es el estado actual de las cosas, que es desde allí donde debemos empezar a construir, no estamos diciendo que debamos quedarnos lamiéndonos las heridas por los siglos de los siglos.

“…los caminos han quedado tirados sobre la tierra como vientres inútiles, nada paren, no van hacia ninguna parte”

“Todo parece perdido. Todo”. 

“Es la hora precaria y terrible de la paz sin amor. Hablaron los fusiles, y por los fusiles, y por los asesinados duele entero el dolor atroz de la especie: esta noche somos la angustia final del hombre y la mujer sobre la tierra. Todo parece perdido. Todo”. 

“Después de lo vivido, visto, oído y leído, barrunto que nos esperan largas y duras jornadas de testimonio, denuncia y construcción. Estamos mal, y esto viene de muy atrás; en nosotros hay inconstancia, ingenuidad, fatalismo y mitos, una cantidad tremenda de mitos, contradicciones y patrioterismo; un patrioterismo tradicional y celosamente fomentado por la burguesía para alimentar el ego de los pobres, en otra de sus sucias maniobras en función de lucro. “Chileno sufrido”, “Chileno apechugador” “Chileno alegre”, son sólo términos inventados para explotarle –con su ingenua aquiescencia- en nombre de Dios y la Patria.

La verdad es que los motivos de alegría son más escasos que un juez honesto en nuestro país. Nos salva la poesía y una cierta grandeza del alma, que viene de tiempos antiguos por cuestiones como de mapuches, soledades y paisajes.

Otros pueblos latinoamericanos tienen novelistas pujantes, originales y profundos, que universalizan su problemática sin deslatinoamericanozarla; nosotros contamos con una literatura social chata, patética e ingenua, que nunca fue más allá de la denuncia a los malos patrones, sin atacar derechamente al sistema, contamos con eso, y con una impresionante cantidad de relatos melancólicos, tísicos y personalistas, que no logran trascender ni siquiera las fronteras de la cuidad donde vive el autor: es la falta de conocimientos humanos, la miopía histórica y, sobre todo, la herencia de “las tías terribles”, el provinciano temor a ofender parientes, conocidos o enemigos demasiado poderosos. (Posiblemente –aunque suene a feroz contrasentido- el golpe fascista del 73 sea, siempre que seamos capaces de mirar profundamente hacia atrás y hacia adelante, “ese acto terrible y nacional” del que brotará una nueva y sólida etapa en nuestra literatura. Si eso no nos despierta a la realidad, ya no nos despierta ni Cristo. Y sería lamentable, tremendamente lamentable.

Digo esto porque los escritores tenemos muchísimo que ver en el desentrañamiento de la “personalidad” de un país. Y en esto no hay, no han de existir, caminos vedados o pequeños; la reflexión profunda sobre el porqué de ese acendrado entusiasmo que siente nuestro pueblo por las telenovelas, las canciones cebollentas, o las rabiosas tomateras de fines de semana, es tan importante como indagar sobre las causas originarias del surgimiento de la dictadura.

Yo sospecho, por ejemplo, que esas continuas frustraciones a que nos tiene acostumbrados el deporte de nuestro país –un chambón que se especializó en llegar último en cuanta carrera interviene, boxeadores a los que les sacan la cresta en todas partes cuando una facilidad asombrosa, y una selección de fútbol, que no es la más mala, sino la más cobarde de latinoamérica, lo que resulta más desolador- tienen bastante que ver con el silencio y el malhumor que se abate en muchos hogares, precisamente en los días en que las familias suelen tener la posibilidad de compartir.

Entonces hay que embestir incansablemente contra todo lo que signifique construir sobre la arena, pasando naturalmente por el derribamiento total de mitos y tradiciones, que al permanecer incólumes redundan en ignorancia y estancamiento; es decir, en caldo de cultivo para comerciantes y dictadores. Es por lo que la burguesía, siempre retrógrada, se ha preocupado en eterno de acusar a los escritores de hacer política, lo que en su lenguaje particular significa etiquetar de terrorista intelectual y quedar bajo amenaza: saben perfectamente que cuando tratamos asuntos que conciernen a la vida y a la libertad, estamos haciendo cultura. abriendo caminos. 

“Veníamos casi como de la tristeza, casi como de la desgracia; pero no ocupábamos todo el día en llorar, en realidad era muy poco lo que nos quejábamos. Más allá de las etiquetas de revoltoso, falsos y expropiadores que nos colgaban, más allá que aquello de rojos, antipatriotas y resentidos, la verdad era que en nuestra sangre no había nada que tuviera forma de rencor o de venganza; la verdad era que lo único que nos impulsó a luchar, fue ese infinito anhelo común que aquí nos mata: queríamos vivir”.

No se es “pesimista” de la noche a la mañana; la inconformidad con lo que sucede, me sucede, nos sucede, viene de muy, muy lejos, acaso de siempre.

Dificulto mucho que un pobre pueda responder, de buenas a primeras, si uno le pregunta por los momentos que ha tenido un contacto directo, amable y bello con la vida; los momentos en que no ha estado trabajando como un buey, en que no se ha sentido presionado por deudas o preocupaciones familiares, en que no ha estado cesante ni amenazado por la cesantía; los momentos en que las leyes, hechas para todos, pero dedicadas a él, lo han dejado en paz por un tiempo. Lo más probable, al preguntarle eso, es que se produzca un largo y doloroso silencio. Y somos millones.

Mirando el pasado familiar, el pasado familiar de los familiares y el pasado de éstos, uno se da cuenta que los pobres somos las renovadas oleadas de una larga lucha que no envejece ni se rinde; pero que este no es un don de Dios, que no es un privilegio, sino un martirio.

“Explicaciones sobre su tragedia hay muchas, y de escribirse, llenarían una biblioteca. Pero gente que sabe de la vida, no de política, la resumiría así: existe un pequeño animal que el mundo que se llama hurón; cada cierto tiempo, cumplido un ciclo misterioso, son arrastrados al suicidio en masa. En Chile, el pueblo de los pobres tiene el mismo trágico destino: cada cierto tiempo, cumplido un ciclo de componendas e inscripciones, sus guías le llevan al suicidio en masa. Elecciones le llaman a ese holocausto”


Juan Radrigán









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