Juan Radrigán (Antofagasta, 23 de enero de 1937 - Santiago de Chile, 16 de octubre de 2016) |
“Cuando
llevaba el ataúd, el ataúd que sólo contenía fragmentos de su cuerpo, aprendí
que era posible odiar el dolor. Y aprendí también, que era posible odiar el
olvido”
Esto
de andar juntando palabras que cuentan historias del tiempo en que vivimos, que
ha significado grandes amistades, grandes satisfacciones, pero también el ácido
reproche de mucha gente que no está conforme con el modo que tengo de incitar
la esperanza, no lo entienden. En vano he explicado que no se puede llamar
pesimismo a la verdad.
“-¡Nosotros
les daremos paz y bienestar; les daremos el respeto, el trabajo y el amor que
merecen!- habían dicho.
“El
amor que nos dieron olía a sangre, olía a carreras en la noche, a balazos. Era
un amor crispante, de besos desesperados. Eyaculábamos terror entre las
sábanas, buscándonos como dementes; buscándonos, no para sentir la tibieza
humana, sino para tratar de olvidar, aunque fuera por un momento, que en las
calles llovía odio sin parar y que la muerte andaba borracha en el pecho de los
asesinos…”
Por
las puras y repuras he pregonado que el invento más nefasto de los últimos
tiempos ha sido el de pintar de rosado el sufrimiento, puesto que si vivimos
años en los que el gran problema humano es la industrialización de la
injusticia, es de bellacos presentar una visión en que la gente parece holgar
en el mejor de los mundos posibles.
Ha
sido como hablarle a las piedras.
Tozudamente,
opinan que es bueno el cilantro, pero no tanto.
Que
me voy al chancho con eso de la tristeza.
Que
mi “pesimismo” es evidentemente destructivo.
Que
las cosas no son así;
Porque,
claro, es cierto que pasan cosas feas, muy feas, pero….
Bueno,
tanto la diatriba como el halago, parecen ser inherentes a este extraño oficio
que tengo y, con toda seguridad, no voy a sufrir una profunda crisis autoral.
Pero conversando serenamente conmigo mismo –ya que tengo en gran estima mis
opiniones-, he resuelto aclarar algunos puntos. De ese modo, como escribo
teatro, por lo menos les evito comprar entradas a los que lean esto: porque de
eso de cambiar de actitud, ni hablar.
“Después
que hubo hecho sacar a hombres, mujeres y niños de las casuchas, les hizo
formar en medio de la cancha. Luego comenzó a buscar. Le sorprendió encontrar
entre tanto rostro amargo y temeroso unos ojos que le observaban casi con
curiosidad, casi con alegría. Entonces se volvió hacia la tropa y dijo: “A
este”.
“De
vuelta al cuartel, explicó: A menudo la muerte de un terrorista produce
resultados adversos para nosotros, pues la gente lo convierte en héroe, y no es
como una inyección de valor; la ejecución de un inocente en cambio, siempre
produce horror y deja flotando en el aire durante mucho tiempo, la sensación de
que nadie puede estar seguro”
Y
no es que sea enfermo de empecinado; sucede solamente que comencé a escribir en
pleno infierno y nada ha cambiado, el cuadro de horror se mantiene inalterable.
Y no me vengan con la puta cantinela de los “significativos avances”: vamos
tras la plena justicia, tras la plena liberación, no tras las mejores condiciones
de esclavitud.
Por
supuesto, no me refocilo en la desgracia, sería feliz abriendo caminos,
mostrando luces; pero para volver a tomar leche hay que recuperar la vaca:
antes de lanzarse a cantar esperanzas, hay que encontrar una base real de
apoyo. ¿Sobre que cimientos se apoyaría en estos momentos una obra que anuncia
futuras felicidades? ¿Sobre un triunfo tan mentiroso, tan absurdo, como el del
plebiscito, en donde nadie sabe que diablos fue lo que se ganó? ¿Sobre el
olvido de la derrota, la muerte y la tortura? ¿Sobre la más atroz cesantía de
la historia?
No,
no es con cuentas alegres como detendremos esta creciente agonía. Tengo un gran
hijo, que dice: “No sé de donde vengo, y a lo mejor no sé donde voy; pero sí sé
donde estoy. Y eso no me lo puede discutir nadie”.Tiene razón el machucao.
El
lugar que habitamos es un lugar desolado, tenso y vigilado. La dictadura ha
creado en torno a nuestro una atmósfera de animales en acecho. Somos un pueblo
invadido, donde los patriotas se les asesina día y noche en la más absoluta
impunidad; Tenemos una iglesia liderada por un cerdo apóstata, un infame que
traicionó los hermosos principios y se fue, no sólo contra el pueblo, sino
también contra sus propios hermanos de credo; tenemos un solo justo contra
docenas y docenas de jueces cobardes e impuros; tenemos líderes del tiempo de
la cocoa, para los que los intereses de su partido han estado siempre antes que
los del pueblo; es tal su falta de sensibilidad, es tal su falta de amor y
dignidad, que arrastraron sin ningún pudor a los escarnecidos a un acto tan
aberrante como ese de obligarle a responder públicamente si estaban de acuerdo
o no en que el verdugo siguiera desangrándoles; lo que equivalía exactamente, a
preguntarles a los prisioneros de un campo de concentración nazi, si estaban
conformes con su suerte o no. Consumada la ignominia, la moda es ahora usar al
pueblo a la manera de perros: “Si la dictadura no acepta algunas modificaciones
a la constitución movilizaremos a las masas” “Si la dictadura no autoriza el
diálogo, movilizaremos a las masas”.
En
fin, somos, por último, un pueblo que no se dio el tiempo para llorar a sus
muertos, que no incorporó a sus entrañas la brutal derrota sufrida.
Decididamente,
es un material no apto para comedias.
“No,
no es indiferencia; la indiferencia es una muerte anticipada, y él no tiene el
menos deseo de morir. Sí, es cierto, sus ojos no han estado nunca muy abiertos
a la realidad; pero ese andar cansino que tiene ahora, ese aire volado con que
mira las cosas, no significa que no tome a la vida en serio. Sucede que en
Septiembre de 1973, perdió muchos, muchos hijos, y que los sigue perdiendo.
“Y
ha preguntado por ellos a la vida, y la vida, y la vida le ha dicho que no
están; ha preguntado a la muerte, y ella le ha dicho que no les ha visto
llegar; le ha preguntado a los que dieron la orden de subirlos a los camiones.
Y callan”
“De
ahí ese andar cansino, de ahí ese aire volado con que mi país mira las cosas”.
Entonces,
claro, no es un material de construcción ligero pero cuando con los
insobornables trabajadores del arte, agrupados bajo el nombre de Compañía de
Teatro Popular “El Telón”, presentamos un país desgarrado y desgarrador,
estamos diciendo que ese es el estado actual de las cosas, que es desde allí
donde debemos empezar a construir, no estamos diciendo que debamos quedarnos
lamiéndonos las heridas por los siglos de los siglos.
“…los
caminos han quedado tirados sobre la tierra como vientres inútiles, nada paren,
no van hacia ninguna parte”
“Todo
parece perdido. Todo”.
“Es
la hora precaria y terrible de la paz sin amor. Hablaron los fusiles, y por los
fusiles, y por los asesinados duele entero el dolor atroz de la especie: esta
noche somos la angustia final del hombre y la mujer sobre la tierra. Todo
parece perdido. Todo”.
“Después
de lo vivido, visto, oído y leído, barrunto que nos esperan largas y duras
jornadas de testimonio, denuncia y construcción. Estamos mal, y esto viene de
muy atrás; en nosotros hay inconstancia, ingenuidad, fatalismo y mitos, una
cantidad tremenda de mitos, contradicciones y patrioterismo; un patrioterismo
tradicional y celosamente fomentado por la burguesía para alimentar el ego de
los pobres, en otra de sus sucias maniobras en función de lucro. “Chileno
sufrido”, “Chileno apechugador” “Chileno alegre”, son sólo términos inventados
para explotarle –con su ingenua aquiescencia- en nombre de Dios y la Patria.
La
verdad es que los motivos de alegría son más escasos que un juez honesto en
nuestro país. Nos salva la poesía y una cierta grandeza del alma, que viene de
tiempos antiguos por cuestiones como de mapuches, soledades y paisajes.
Otros
pueblos latinoamericanos tienen novelistas pujantes, originales y profundos,
que universalizan su problemática sin deslatinoamericanozarla; nosotros
contamos con una literatura social chata, patética e ingenua, que nunca fue más
allá de la denuncia a los malos patrones, sin atacar derechamente al sistema,
contamos con eso, y con una impresionante cantidad de relatos melancólicos,
tísicos y personalistas, que no logran trascender ni siquiera las fronteras de
la cuidad donde vive el autor: es la falta de conocimientos humanos, la miopía
histórica y, sobre todo, la herencia de “las tías terribles”, el provinciano
temor a ofender parientes, conocidos o enemigos demasiado poderosos.
(Posiblemente –aunque suene a feroz contrasentido- el golpe fascista del 73
sea, siempre que seamos capaces de mirar profundamente hacia atrás y hacia
adelante, “ese acto terrible y nacional” del que brotará una nueva y sólida
etapa en nuestra literatura. Si eso no nos despierta a la realidad, ya no nos
despierta ni Cristo. Y sería lamentable, tremendamente lamentable.
Digo
esto porque los escritores tenemos muchísimo que ver en el desentrañamiento de
la “personalidad” de un país. Y en esto no hay, no han de existir, caminos
vedados o pequeños; la reflexión profunda sobre el porqué de ese acendrado entusiasmo
que siente nuestro pueblo por las telenovelas, las canciones cebollentas, o las
rabiosas tomateras de fines de semana, es tan importante como indagar sobre las
causas originarias del surgimiento de la dictadura.
Yo
sospecho, por ejemplo, que esas continuas frustraciones a que nos tiene
acostumbrados el deporte de nuestro país –un chambón que se especializó en
llegar último en cuanta carrera interviene, boxeadores a los que les sacan la
cresta en todas partes cuando una facilidad asombrosa, y una selección de
fútbol, que no es la más mala, sino la más cobarde de latinoamérica, lo que
resulta más desolador- tienen bastante que ver con el silencio y el malhumor
que se abate en muchos hogares, precisamente en los días en que las familias
suelen tener la posibilidad de compartir.
Entonces
hay que embestir incansablemente contra todo lo que signifique construir sobre
la arena, pasando naturalmente por el derribamiento total de mitos y
tradiciones, que al permanecer incólumes redundan en ignorancia y estancamiento;
es decir, en caldo de cultivo para comerciantes y dictadores. Es por lo que la
burguesía, siempre retrógrada, se ha preocupado en eterno de acusar a los
escritores de hacer política, lo que en su lenguaje particular significa
etiquetar de terrorista intelectual y quedar bajo amenaza: saben perfectamente
que cuando tratamos asuntos que conciernen a la vida y a la libertad, estamos
haciendo cultura. abriendo caminos.
“Veníamos
casi como de la tristeza, casi como de la desgracia; pero no ocupábamos todo el
día en llorar, en realidad era muy poco lo que nos quejábamos. Más allá de las
etiquetas de revoltoso, falsos y expropiadores que nos colgaban, más allá que
aquello de rojos, antipatriotas y resentidos, la verdad era que en nuestra
sangre no había nada que tuviera forma de rencor o de venganza; la verdad era
que lo único que nos impulsó a luchar, fue ese infinito anhelo común que aquí
nos mata: queríamos vivir”.
No
se es “pesimista” de la noche a la mañana; la inconformidad con lo que sucede, me
sucede, nos sucede, viene de muy, muy lejos, acaso de siempre.
Dificulto
mucho que un pobre pueda responder, de buenas a primeras, si uno le pregunta
por los momentos que ha tenido un contacto directo, amable y bello con la vida;
los momentos en que no ha estado trabajando como un buey, en que no se ha
sentido presionado por deudas o preocupaciones familiares, en que no ha estado
cesante ni amenazado por la cesantía; los momentos en que las leyes, hechas
para todos, pero dedicadas a él, lo han dejado en paz por un tiempo. Lo más
probable, al preguntarle eso, es que se produzca un largo y doloroso silencio.
Y somos millones.
Mirando
el pasado familiar, el pasado familiar de los familiares y el pasado de éstos,
uno se da cuenta que los pobres somos las renovadas oleadas de una larga lucha
que no envejece ni se rinde; pero que este no es un don de Dios, que no es un
privilegio, sino un martirio.
“Explicaciones
sobre su tragedia hay muchas, y de escribirse, llenarían una biblioteca. Pero
gente que sabe de la vida, no de política, la resumiría así: existe un pequeño
animal que el mundo que se llama hurón; cada cierto tiempo, cumplido un ciclo
misterioso, son arrastrados al suicidio en masa. En Chile, el pueblo de los
pobres tiene el mismo trágico destino: cada cierto tiempo, cumplido un ciclo de
componendas e inscripciones, sus guías le llevan al suicidio en masa.
Elecciones le llaman a ese holocausto”
Juan Radrigán
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