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2926. Bajo cinco banderas. Biografía de Pedro Prado Mendizábal

Bajo cinco banderas. Biografía de Pedro Prado Mendizábal, de Luis Miguel Cerdera Jiménez

Cuando indagas en la historia  te encuentras con algunas personas poco conocidas para la mayoría de la población, personajes que, para salvo historiadores y descendientes, fueron quedando prácticamente en el olvido por unas u otras razones, mujeres y hombres que vivieron con dignidad y mantuvieron unos firmes ideales durante toda su existencia.

El lector tiene en sus manos la biografía de un hombre que transitó por las páginas más apasionantes, controvertidas y desgarradoras de la historia española y mundial del pasado siglo XX.

El autor de estas líneas quiere dar a conocer desde su nacimiento hasta su muerte,  la intensa y azarosa vida de un marino español, portador de la sal del mar en sus genes y que en un periodo convulso y difícil como lo fue nuestra Guerra Civil,  se mantuvo leal al Gobierno defendiendo la II República Española. Este hecho, al igual que le ocurrió a miles de españoles, trastocará  profundamente el resto de su vida y la de sus familiares directos. La circunstancia de ser nombrado Jefe de Operaciones navales en los primeros días de nuestra Guerra Civil estuvo punto de haber cambiado el curso de la misma, decisiones políticas partidistas lo apartaron de la Jerarquía militar durante el periodo clave de la contienda.

Estamos hablando de Pedro Prado Mendizábal, nacido en Lugo en 1902 y cartagenero de adopción.  A inicios del siglo XX, colmado de juventud y en plena formación militar,  tuvo la valentía y entereza de separarse abiertamente de todo lo tradicional y políticamente correcto y declararse ante todo el Cuerpo General de la Marina (en su mayoría ultra católicos de extremado conservadurismo) como un marino de izquierdas y ateo, circunstancia que le ocasionó serios problemas durante su formación militar y en otros periodos de su vida. Durante su etapa de prácticas se formó en submarinos y buques de guerra, viajando por multitud de puertos mediterráneos y atlánticos.

Ocupó puestos de importancia durante la II República (ayudante y secretario del ministro de Marina), en dos ocasiones, en primer lugar con José Giral Pereira y durante un breve periodo con Lluis Companys.

Con el grado de teniente de navío y ejerciendo en el Ministerio de Marina,  le sorprende la sublevación militar en Madrid. Tras una destacada actuación en compañía de varios de sus compañeros, consiguen mantener la mayoría de los buques a favor del Gobierno, tras lo cual es nombrado Jefe de Operaciones navales de la Marina republicana.

Su primer destino es la convulsa y agitada ciudad de Málaga, donde se había resguardado la Flota gubernamental y estaban detenidos un buen número de oficiales de la Marina. Sus primeros movimientos navales son totalmente efectivos, consiguiendo mantener aisladas al grueso de las tropas profesionales que se encontraban en África en espera del asalto a Madrid.

Con el control del Estrecho de Gibraltar y la mayoría de los buques en poder del Gobierno republicano los militares sublevados no consiguen el golpe fulminante que habían planeado. Decisiones militares y políticas erróneas lo van apartando progresivamente de los puestos de primer nivel en la Marina. En primer lugar, no se toma en cuenta su insistencia de ocupación de las plazas sublevadas, sobre todo del importante enclave de Algeciras, cuya toma al inicio de la Guerra por parte de la República podía haber dado un giro a la contienda.

El 21 de septiembre de 1936, mediante una descabellada orden urgida en los despachos del ministro de Marina y Aire Indalecio Prieto, se ordena la subida al Cantábrico de la Escuadra republicana. Con ello se comete uno de los mayores errores estratégicos de  la Guerra Civil dejando desprotegido el vital  punto del Estrecho de Gibraltar.

Como veremos en este trabajo, intentaremos con pruebas y documentos archivísticos desmontar las mentiras y acusaciones que se han vertido sobre las acciones de nuestro protagonista. En cuanto al controvertido envío de la Escuadra al Cantábrico, Prado se opuso abiertamente a la orden de Prieto, el cual, después de las consecuencias nefastas de la operación, intentó culpar por todos los medios a su Jefe de Operaciones navales.

Con la consabida política de Prieto de elegir sus afines para puestos de relevancia, fue indirectamente forzado a dimitir del cargo de Jefe de Operaciones. Tras ello, y debido a la falta de oficialidad, no tuvo más remedio que otorgarle la Jefatura del buque que Prado eligió personalmente: el crucero Méndez Núñez. Pero esta nueva situación no fue suficiente para apartarlo de la Flota republicana, donde mantenía gran prestigio e influencia entre subalternos y marinería.

Tras otra maniobra ministerial de Prieto, fue destituido de la comandancia del buque  y destinado a  un exilio obligado en Francia para ocuparse de las reparaciones de los submarinos republicanos C-2 y C-4 que habían recalado en esas aguas por decisión de sus comandantes afines a la sublevación. Tras innumerables dificultades, consigue salir airoso de su misión francesa y después de la destitución de Prieto, es llamado nuevamente por el presidente del Consejo de Gobierno,  Juan Negrín, para ocupar el cargo de Jefe de Estado Mayor de la Marina en abril de 1938, cuando la Guerra estaba prácticamente perdida para la República. Durante su estancia en Barcelona, la ciudad soportó numerosos bombardeos, y para preservar la seguridad de sus familiares  toma la decisión de enviar sus dos hijos de corta edad hasta la Unión Soviética. Asiste dolorido  la caída de Cataluña y la derrota del Ejército del Ebro, tras lo cual es nombrado personalmente por el presidente Negrín y a las órdenes directas del general Vicente Rojo como coordinador del Ministerio de Defensa en la labor del paso de las tropas republicanas por la frontera francesa.

Exiliado en la Unión Soviética, fue primero alumno y después profesor de la prestigiosa Academia militar del Alto Estado Mayor, rebautizada como Academia Voroshílov. 

Posteriormente, ostenta varios cargos en su haber: capitán de navío de la flota soviética durante la II Guerra Mundial, miembro del Servicio de Inteligencia de la Marina, bibliotecario en una de las mayores editoriales de Moscú y miembro del Comité Central del Partido Comunista de España en el exilio.

Más tarde y como ayuda a la Cuba de Fidel, se traslada a la isla en 1961, donde ejerció en las primeras semanas como profesor-instructor del Ejército y posteriormente de la Marina Cubana.

Tras cumplir 64 años continuó en la labor docente, fue el creador y  Director-Editor de una inédita revista científica naval destinada a la Marina.  En los últimos años de su vida y tras una intensa lucha,  consiguió regresar a su país natal en 1977, donde regularizó su situación y pudo disfrutar de su merecida retirada junto a sus familiares y amigos. Su fallecimiento ocurrió en 1985 y descansa, junto a su compañera Elisa en el cementerio de La Almudena (Madrid).  

Estoy  convencido de que los datos aportados en esta obra no dejarán indiferentes a los interesados en la Historia, e incluso, me atrevería a aseverar que algunos de los hechos que aquí se relatan trastornarán a  grupos y personas afines a la II República Española, así como a sus detractores, igualmente, a los partidarios de los grupos político-sociales, portadores de  las diferentes y enfrentadas ideologías que convulsionaron al mundo en el siglo XX y cuya herencia aún convive entre nosotros.

He tenido la inmensa fortuna y satisfacción de conocer a familiares directos de Prado, los cuales me han facilitado enormemente la investigación aportándome  valiosísima e inédita documentación que se incluye en este trabajo. Entre ellos, tengo que  otorgar especial mención  a dos niños de la guerra, de 88 y 89 años, ambos de una lucidez, memoria y cultura envidiables: Vicenta Llorente del Moral,  nuera de Prado y su pareja, Jorge Prado Fernández, primogénito de nuestro protagonista, el cual amablemente realiza el prólogo que sigue a esta introducción, titulado acertadamente: Recuerdos y reflexiones de un niño de la guerra. 

Como no podría ser de otra manera, con todos estos alicientes, sumados a mi interés por la historia, he sentido la necesidad de dar a conocer la vida de este hombre, intentando sin ninguna pasión ni interés  faltar al camino de la verdad histórica para el conocimiento de los lectores presentes y futuros que consideren a bien la lectura de este libro.


Luis Miguel Cerdera Jiménez








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