Lo Último

2925. Noche de luna

Luis Cernuda
(Sevilla, 21 de septiembre de 1902 - Ciudad de México, 5 de noviembre de 1963)



Vida tras vida, fueron
olvidando los hombres
aquella diosa virgen
que misteriosamente, desde el cielo,
con amor apacible
asiste a sus vigilias
en el silencio dulce de las noches.

Ella ha sido quien viera a los abuelos
remotos, cuando abordan
en sus pintados barcos,
y ágiles y desnudos se apoderan
con un trémulo imperio de esta tierra,
así como el amante
arrebata y penetra el cuerpo amado.

Sus trabajos vio luego, sus habitaciones,
y otros seres menudos,
inhábiles, gritando entre los brazos
de los denominadores, y sus mujeres lánguidas
sonreír débilmente a la raza naciente.

Miró sus largas guerras
con pueblos enemigos
y el azote sagrado
de luchas fratricidas;
contempló esclavitudes y triunfos,
prostituciones, crímenes,
prosperidad, traiciones,
el sordo griterío,
todo el horror humano que salva la hermosura,
y con ella la calma,
la paz donde brota la historia.

También miró el arado
con el siervo pasando
sobre el antiguo campo de batalla,
fertilizado por tanto cuerpo joven;
y en ese mismo suelo ha visto correr luego
el orgulloso dueño sobre caballos recios,
mientras la hierba, ortiga y cardo
brotaban por las vastas propiedades.

Cuán sangre ha corrido
ante el destino intacto de la diosa.
Cuán semen viril
vio surgir entre espasmos
de cuerpos hoy deshechos
en el viento y el polvo,
cuyos átomos yerran en leves nubes grises,
velando el embeleso de vasta descendencia
su tranquilo semblante compasivo.

Cuán claras ruinas,
con jaramago apenas adornadas,
como fuertes castillos un día las ha visto;
piedras más elocuentes que los siglos,
antes holladas por el paso leve
de esbeltas cazadoras, un neblí sobre el puño,
oblicua la mirada soñolienta
entre un aburrimiento y un amor clandestino.

Sombras, sombras efímeras,
en tanto ella, adolescente
como en los prados de la edad de oro,
vierte, azulada urna,
su embeleso letal
sobre nuevos cuerpos oscuros
que la primavera enfebrece
con agudos perfumes vegetales.

Allá tras de las torres, su reflejo
delata la presencia del mar,
mientras los hombres solitarios duermen
inermes en su lecho y confiados.
Los enemigos yacen confundidos.
Algo inmenso reposa, aunque la muerte aceche.
Y el mágico reflejo entre los árboles
permite al soñador abandonarse al canto,
al placer y al reposo,
a lo que siendo efímero se sueña como eterno.

Mas una noche, al contemplar la antigua
morada de los hombres, sólo ha de ver allá
ese reflejo de su dulce fulgor,
mudo y vacío entonces,
estéril tal su hermosura virginal;
sin que ningunos ojos humanos
hasta ella se alcen a través de las lágrimas,
definitivamente frente a frente
el silencio de un mundo que ha sido
y la pura belleza tranquila de la nada.


Luis Cernuda
Las nubes, 1937-1940









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