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2924. Cien muchachas van a empezar a prestar servicio como cobradoras en los tranvías madrileños




Mientras los hombres toman puesto en los frentes, las mujeres, que cumplen así una misión de combatientes también, se aprestan a sustituirlos en la retaguardia. Las máquinas de las industrias no pueden quedarse paradas; los motores de los talleres no pueden dejar de zumbar; los servicios de transportes urbanos han de seguir prestándose regularmente... Y ahí, junto a las máquinas, junto a los motores, en los lugares de trabajo que el hombre abandonó, tienen las mujeres combatientes su puesto.

—Lina Odena —me dice un activo militante obrero— no puede ser la imagen que se repita frecuentemente en las mujeres, siquiera sean las de ánimo más resuelto y decididamente antifascista. Y así, su actuación resultará más eficaz en la retaguardia, en los servicios que el hombre hubo de desatender al tomar un arma para pelear en los frentes, que entre las unidades armadas empuñando un fusil... Un fusil pesa demasiado. Las armas, incluso las pistolas más pequeñas, pesan demasiado para las manos de las mujeres cuando estas mujeres no poseen, como Lina Odena, como algunas otras aguerridas muchachas que se han batido ya admirablemente, ese espíritu combativo excepcional. Y exigírselo a todas sería tan insensato como negarles a las que no lo poseyeran la posibilidad de ser también útiles en la lucha. 


Los batallones auxiliares femeninos 

A ese pensamiento responde la creación —por diferentes organismos y simultáneamente— de diversas unidades, como batallones auxiliares, constituidos solamente por mujeres. Uno de ellos, bajo la denominación de La Pluma, está dispuesto ya para cubrir aquellas vacantes provisionales de varones que se produzcan en los despachos de oficinas. Pero las oficinas actuales —con un espacio reservado para el espejito y la barrita roja perfumada en el primer cajón de la mesa de la máquina de escribir— habían empezado a dejar de ser, desde hace algunos años, un coto varonil, y a convertirse para las mujeres en su mejor ambiente, para ganarse risueñamente la vida. 

—Ahora no serán solamente mecanógrafas o escribientes —explican—. En La Pluma hay contables, y redactoras de correspondencia, y archiveras, y muchachas con capacidad suficiente para encargarse de cualquier organización comercial... 

Pero mientras La Pluma organiza su batallón de oficinistas, otras agrupaciones sindicales van encuadrando sus unidades, de las que habrán de salir las suplentes carpinteras, ebanistas, metalúrgicas, dependientas del comercio, peluqueras, vidrieras, pintoras y fabricantes de pan. 

—Se trata de que, si las necesidades de la guerra lo impusieran así, todo el trabajo, todas las actividades de la capital pudieran quedar entregadas en las manos de las mujeres—dicen. 


El servicio de tranvías, al cuidado de las mujeres 

Ahora se está reclutando el cuadro femenino que habrá de encargarse de los servicios de tranvías. Y centenares de mujeres acuden a solicitar su inclusión en ese cuadro, en los locales del Partido Comunista Español. 

—Muchachas del servicio doméstico, de las clasificadas en nuestras organizaciones sindicales como obreras del hogar, operarías de diversas industrias, actualmente en paro forzoso; jovencitas formadas en nuestros grupos de «pioneros», la mayoría. Pero no faltan entre las solicitantes estudiantes de formación burguesa, mujercitas de las que en su padrón de vecindad sólo podían hacer constar el vago concepto de «sus labores» en la casilla destinada a designar su profesión— advierten los camaradas encargados de este reclutamiento. 

Y funcionarías del Estado, prestando servicios en distintos departamentos ministeriales y que a la primera llamada del Partido Comunista, del que son afiliadas, acuden sin vacilación. Del Ministerio de Agricultura han respondido inmediatamente las compañeras Estrella Monreal, adscrita a la Secretarla del ministro; María Cruz López, de la Dirección de Agricultura; Dolores Zoilo, de la Secretaría de Seguros del Campo... Y del Ministerio de Instrucción Pública: Carmen Cristóbal, de la Dirección de Enseñanza, y Zulima Herrero, auxiliar de la Sección Central (sobre cuyas tareas en la oficina se acumulan todavía los cargos de responsable del taller instalado en el Ministerio), la vicesecretaría del Sindicato y la secretaría del Frente Popular de aquel departamento.

—Las condiciones que deberán reunir las aspirantes a este trabajo del servicio de tranvías —dice el responsable de esta labor previa de reclutamiento— son hallarse en la edad comprendida entre los veinte y los treinta años; saber leer y escribir y conocer las cuatro reglas elementales de la aritmética, y pertenecer a las organizaciones sindicales de la U.G.T. o C.N.T., o a los partidos integrantes del Frente Popular. Por de pronto, de entre todas ellas vamos a movilizar cien muchachas, que cubrirán otras tantas plazas de cobradores de tranvías. Pero más adelante, y a medida que las circunstancias lo hicieran preciso, movilizaríamos otras muchas más, para emplearlas también en la conducción o en otras actividades que tuvieran que abandonar los hombres y que no pudieran quedar paralizadas. 


Las primeras aspirantes a cobradoras del tranvía 

Las aspirantes a cobradoras del tranvía han comenzado ya a practicar y recorren apresuradamente el vehículo, cajetín del billetaje en la mano, simulando ágilmente la entrega del billete y el cobro de su importe a unos viajeros imaginarios. 

—Veremos —dice uno de los cobradores que van a ser sustituidos— lo que puede hacer una de estas chicas en un 49, cuando baja por Goya con los viajeros desbordando de las plataformas, para cobrar a todos antes de llegar a Colón. 

Pero las chicas no parecen muy desconfiadas de su propia capacidad. 

—Cada una hará lo que pueda... Pero todo lo que pueda. Y ese todo, ya es mucho— promete Julia Gallego, que ya tiene del todo posible una valiosa experiencia.

Antes de la guerra, Julia trabajaba en su oficio de guarnecedora. Su compañero era mecánico de Telégrafos. 

—¡Y lo que luchamos en Febrero, defendiendo las elecciones los dos!—recuerda.

Pero ahora, su compañero está en un frente, en la unidad de Transmisiones. Y ella, en su oficio, no tiene nada que hacer. Se movilizó voluntariamente apenas comenzó la guerra. Y donde creyó que podría ser útil, acudió. El domingo pasado estuvo trabajando en las obras de fortificación, portando, hasta donde se la ordenaba, sacos de arena. 

Otra aspirante a cobrador del tranvía es Dolores Cañizares, viuda de un tranviario, cuya vacante ninguna como ella merecería ocupar. Y otra, Carlota del Pino, movilizada desde los primeros días de la lucha. 

—Al principio, en los frentes, y luego, en Madrid, como sanitaria, con el 5.º Regimiento—puntualiza Carlota. 

Antes era estudiante. Con ella, en su casa eran cinco hijos. Tres chicas y dos muchachos. Los cinco están movilizados en la actualidad.

 —¿Y tú, ahora...? —la pregunto. 

—Ahora, a cobrar en el tranvía. Después, donde pueda rendir una utilidad. Mientras esto no acabe —esto es la guerra—, la vocación hay que dejarla a un lado. El deber es dejarse llevar. Tanto da ser tranviaria como estudiante, panadera o albañil. 

—Pero tú estudiabas... 

—Antes. Y acaso vuelva a estudiar después. Pero sólo después —responde, con voz tranquila, Carlota, 


José Romero Cuesta
Mundo Gráfico, 4 de noviembre de 1936








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