Aunque los acontecimientos no marchen al ritmo de nuestra impaciencia, hemos de reconocer que tienden a seguir sus cauces naturales. En Inglaterra y en Francia la opinión está cada día más despierta y menos desorientada. No es fácil ya que los Gobiernos de Londres y París hagan demasiadas concesiones a los matones de Berlín, y Roma, sin que un abucheo universal los asorde.
La ocurrencia genial de nuestro presidente, el doctor Negrín, de retirada total de nuestros voluntarios, y las justas palabras de Álvarez del Vayo, han eliminado del problema español la turbia zona de los equívocos, donde tanto provecho encontraron nuestros adversarios. Ya nadie puede engañarse, ni aún el número incalculable de los papanatas. España está invadida por potencias extranjeras. Del lado de la República no hay más que españoles. Frente a nosotros, un pueblo mediatizado por la invasión, el que más directamente la padece, un pueblo al que se arrastra a una lucha contra nosotros (es decir contra España misma, la España libre aun de invasores), y las fuerzas militares de Italia y de Alemania, que pretenden sojuzgar nuestro territorio y establecer en él las bases defensivas y los focos de agresión contra Inglaterra y Francia, las dos imperiales democracias de Occidente.
Parece indudable que la retirada de fuerzas invasoras de nuestra península no ha de pasar de un mero y groserísimo simulacro, por razones tan obvias que, como decía un ateneísta, hasta las señoras pueden comprenderlas. El régimen dictatorial, descaradamente dictatorial, basado en el éxito inmediato y progresivo, no puede sobrevivir a arrepentimientos de ese calibre, mucho menos cuando los tales arrepentimientos implicarían renuncias a ventajas positivas, verdaderas victorias estratégicas, obtenidas en la gran contienda ya entablada, y en la cual los totalitarios llevan, hasta la fecha, la mejor parte. En verdad, nadie piensa en la retirada de invasores de España sin que éstos intenten por todos los medios, cotizar sus ventajas en pro de sus designios de expansión imperial. Alemania ha obtenido éxitos enormes para su expansión centro-oriental en Europa —Austria primero, después Checoeslovaquia— sin haber abandonado un momento su presión en España, donde el Aquiles británico tiene su talón vulnerable. Italia reclama ya con impaciencia las ventajas equivalentes en el Mediterráneo y, en parte, compensatorias, porque la anexión de Austria por Alemania supone un grave atentado al porvenir de su pueblo. Hablar en estos momentos de No intervención en España es un abuso descomedido de las palabras; porque todas las pretensiones de Alemania y de Italia —los máximos intervencionistas— están complicadas y lo estarán más de día en día con la presión en España.
A medida que el tiempo avanza, el problema se agudiza, no para nosotros sino para todos. En verdad, nosotros lo hemos sacado de puntos para dejarlo reducido a sus propios términos. Tal ha sido la gigantesca obra militar de nuestro Ejército, y de la política del doctor Negrín. Para un nuevo reparto del mundo, Italia y Alemania ocupan en España posiciones que no piensan abandonar, antes por el contrario pretenderán arraigar en ellas, posiciones que tampoco pueden impunemente conservar, en primer término porque España no soporta la invasión ni abdica de su independencia (sobre ésto, como decía un filósofo, conviene que no quepa la menor duda); en segundo lugar, porque la permanencia del invasor en España obligaría a Inglaterra y a Francia a la defensa de sus intereses vitales amenazados de muerte.
El nuevo Munich a que se encaminan les llevará a concesiones en el Mediterráneo, infinitamente más graves que las que han realizado hasta la fecha, en perjuicio no sólo nuestro, sino en daño de sus pueblos respectivos.
Por de pronto, han pinchado en hueso en su entrevista de París. El patriotismo francés empieza a estar en guardia y ese patriotismo no puede ser fascista y es algo más serio de lo que muchos creen. La beligerancia a Franco, tras la cual veía Mussolini el aplastamiento de la República española y su posición en España para una cínica política de beati possidentes (la que tuvo en Abisinia), no ha podido ser concedida. La loba romana aulla desvergonzadamente y no parece que Mussolini renuncie a la empresa; tampoco es fácil que deje de contar con el apoyo del fascio anglo-francés. Pero el fascio anglo-francés comenzará a ser muy poca cosa ante el patriotismo integral de dos grandes pueblos.
Antonio Machado
La Vanguardia, 7 de diciembre de 1938
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