La Comisión organizadora de este acto me ha conferido el honroso encargo de su dedicación, encargo que yo acepté sin vacilaciones y que cumplo ahora muy gustosamente. No somos los socialistas propicios a ninguna clase de homenaje de tipo personal. Ellos no constituyen en sus actos costumbres, sin embargo de lo cual, ante la excepcionalidad de las circunstancias que en este acto concurren, nuestro partido nos autorizó a asistir teniendo presente la significación que este homenaje tenía, nacido en el instante mismo en que el Sr. Azaña, como jefe de Gobierno, acaba de ganar una batalla parlamentaria. (Aplausos.) Mas este acto se disminuiría en su ponente grandeza si se convirtiera en un homenaje neta y exclusivamente personal. Y si así fuera, hubieran de ser mis palabras la belleza de un panegírico que, dada mi peculiar manera de ser, se os alcanza bien que yo no soy el panegirista más adecuado; pero, además, dado el carácter del Sr. Azaña, aun cuando tuviera esa pretensión panegirista, no me sometería yo a la tortura de tener que soportar un chaparrón de alabanzas. Tiene este acto una más alta, una más honda, una más profunda significación, que es la que me corresponde a mí explicar ahora muy brevemente.
Como al Sr. Azaña no se le ha podido achacar más defecto que el de su desdén, el de su supuesto desdén, ello ha constituido un ensalzamiento de sus virtudes, porque en las horas amargas y duras del Poder no tiene siempre el gobernante el espacio suficiente que necesita para su liberación y serenidad. Pero esto tiene un concepto, un valor infinitamente superior, y es que constituye, a mi entender, un nuevo concepto del deber y del derecho del gobernante, que constituye esto el desterramiento de aquella política en virtud de la cual hay que ir por el mundo para conquistar o para mantenerse en el Poder repartiendo sonrisas y halagos que justifiquen como un cúmulo de encumbramiento (Ovación.), cuando la cúspide del Poder no es otra cosa que el cumplimiento de un deber penoso, que tiene desde luego el derecho de exigir de los demás ciudadanos el cumplimiento del suyo, y para estos menesteres de una política moderna, reciamente sincera, no hay que andar desdibujando el rostro ni plegándolo en rictus de sonrisas ni repartiendo halagos a la muchedumbre, sino decirles escueta y acremente, si es preciso, la verdad que se abriga en el corazón. (Gran ovación.)
Pero, a veces, y en este dominio espiritual que tenemos los que aquí nos congregamos, no creo que procederíamos con lealtad, como una cosa sincera, si no descubriéramos hasta lo más íntimo de nuestros espíritus la verdad que en ellos palpita.
Yo tengo que decir claramente y proclamar que en esos cargos que se han hecho al Sr. Azaña no ha palpitado más que un sentimiento mezquino, que se llama así: envidia. (Ovación.) Y crean, señores, que ahí queda concluida la meta del panegírico, porque de ahí no quiero, ni debo, ni puedo pasar.
He aquí claramente la extraordinaria significación política que, a mi juicio, encierra este acto, y hablando, como hablo, por designio de la Comisión organizadora, pero en representación de mis correligionarios, presentes en gran número en este homenaje, tengo que decir cuál es mi criterio respecto a la significación de este actual, cuál es su trascendencia y cuál su amplitud en la política española. Nosotros, los socialistas, gobernamos con Azaña, requeridos por él, en el cumplimiento de un compromiso que bien planeado quedó en el Parlamento con la declaración ministerial. Cuando hemos podido sospechar que la colaboración de los socialistas, ante las invectivas de determinados elementos podía constituir una situación embarazosa, una dificultad o un obstáculo para que la marcha de los Gobiernos republicanos siguiera aquel ritmo que no debía quedar interrumpido, hemos declarado lealmente, sin poner en nuestras palabras pasión alguna, que nosotros no constituimos ni significamos ningún obstáculo para esas soluciones que los elementos de la República quisieran adoptar a fin de continuar la marcha emprendida por la República. Hemos despejado esa situación en la sesión parlamentaria al final de la cual surgió la idea de este homenaje. Nosotros venimos aquí a proclamar con vosotros que no está quebrada por ningún acento de debilidad nuestra solidaridad política con el Sr. Azaña y con los elementos que bajo su presidencia constituyen el Gobierno. Nosotros venimos aquí a decir a la opinión pública el propósito firme de conservar el Poder hasta el mismo momento en que el señor Azaña, de cuya lealtad tenemos sobradas pruebas, lo considere oportuno. Nosotros venimos a prestarle nuestra colaboración y a decirle en estos momentos en que la envidia, el encono y el despecho lo combaten, que cuenta con nuestra adhesión inquebrantable. (Pronuncia otras palabras, que no se dejan oír por la estruendosa ovación que el público le tributa.)
Nosotros, los socialistas, no podemos aspirar a una República incolora, sin contenido político, genuinamente democrático y sin substancia social verdaderamente tangible, y, naturalmente, nosotros tenemos que tener un contacto, hoy desde el Poder, y mañana, si nos llega esa hora, fuera de él, un contacto indispensable con las fuerzas republicanas auténticamente izquierdistas. (Muy bien.) Nosotros estamos y estaremos conjuntamente distanciados de cuentos quieran desvirtuar la República, de cuantos quieran sustraer la substancia democrática de la República, de cuantos quieran robarle su contenido social. Hoy nuestro deber es el de confirmar públicamente este pacto con los elementos con los cuales formamos el Gobierno de la República. Mañana, cuando hayamos de separarnos, seguramente nos separaremos con un abrazo, prenda de la amistad conquistada en un período de luchas duras en que la intimidad de nuestros pensamientos ha ido, por razón misma de la intensidad de la lucha, constituyendo un solo espíritu; pero nosotros no tenemos que presentar hoy, despejada la situación parlamentaria, ninguna sensación de interinidad ni ningún deseo, sino el cumplimiento de nuestro deber. (Gran ovación.) Cuanto mayores sean las dificultades, cuanto más ostensibles los obstáculos, más fuerte y más vivo ha de ser el deber de cumplir por nuestra parte aquel compromiso a que nos obligamos cuando constituimos el Gobierno bajo la presidencia del Sr. Azaña. Pero es que, además, incluso desde un punto de vista general de la política española, nos es indispensable a los socialistas la existencia de núcleos auténticamente izquierdistas con la República, a los cuales, en unas horas, prestaremos, como prestamos ahora, nuestra colaboración en el Poder, y en otras, nuestra ayuda desinteresada desde la oposición, señalando con mojones y con lindes inconfundibles l que es un izquierdismo, que para nosotros no puede estar en declaraciones puramente verbalistas, porque ya la República, que está próxima a cumplir los dos años de actuación, ha podido contrastar conductas, y para nosotros serán auténticamente izquierdistas aquellos que con sus actos lo hayan comprobado y no aquellos que no han sabido más que desorientarla. (Ovación.) No creemos nosotros que la labor de la República en España está concluida. Por el contrario, la suponemos simplemente iniciada. Esperamos de ella, dentro de la flexibilidad de nuestro texto constitucional, amplias conquistas en el orden político y en el orden social. Necesitamos el contacto íntimo con los núcleos izquierdistas de la República, dentro y fuera del Poder, porque si la República quedara desprovista de estos núcleos, simplemente quedarían unas falanges indeterminadas en su cometido político que no ofrecieran a las masas proletarias ninguna clase de garantías en cuanto al avance por el camino de su redención, forzosamente, fatalmente las masas proletarias quedarían prendidas en la ilusión de un espejismo iluso, cuyas consecuencias serían de una honda perturbación para el país, sin dejar en esta perturbación la simiente de una renovación social profunda.
Y por eso aspiramos a la sustentación de los núcleos izquierdistas. Nosotros, que les ofrecemos dentro y fuera del Poder nuestra colaboración, estamos absolutamente seguros de realizar así, serenamente, sencillamente, conscientemente, una honda labor patriótica.
¿Qué es lo que hemos realizado los socialistas en el Poder? A las afirmaciones que por ahí se hacen, yo os diré que, efectivamente, puede que exista mucha gente esperanzada en que nuestra participación en el Poder habría de constituir un semillero de conflictos por nuestras apetencias imperialistas; pero, frente a eso, nosotros hemos tenido el alto sentido de la realidad, y por la labor que hemos realizado en el Gobierno hemos conseguido una patente de capacidad que ningún enemigo apasionado puede discutir. (Gran ovación.)
Los socialistas somos una fuerza, no solamente importante por nuestro número, sino por nuestra disciplina; por nuestra unión inquebrantable, que no han podido quebrantar estos dos años de permanencia en el Poder, a pesar de los constante peligros que han acechado frecuentemente la acción del Gobierno y que nos han envuelto de una manera personal en una responsabilidad que en ningún caso queremos eludir. Y bien; esta nuestra fuerza, numéricamente valiosa, más valiosa aún por su cohesión, por su unidad, por su disciplina, es la que queda ofrecida aquí solemnemente para que la República siga su camino de avance por estas sendas de la democracia y del bien social, en las cuales ningún espíritu francamente democrático puede poner nunca límite. Y claro está, nuestra aversión la hemos de proclamar también sinceramente hacia aquellos que hayan puesto un guardarropa en el cual puedan lucir sus huéspedes un traje republicano que momentos antes llevaba los distintivos monárquicos. Queremos republicanos auténticos, no en la democracia, sino en la conducta, contrastada por aquel valor que indudablemente se adquiere ante la adversidad de las circunstancias. Estemos siempre con quienes lleven esta ostentación. No podremos estar nunca ni con los asustadizos ni con los encubridores. (Gran ovación.) Tenemos aún que recorrer, juntos con nuestros compañeros de Gobierno, mucho camino, muchísimo camino. Y para seguirlo no nos faltan ni cabeza ni entusiasmos. Embrazados a vosotros seguiremos por ese camino en el cumplimiento de nuestro deber. Sabemos que ahora tenemos que pelear juntos contra un ataque compacto contra los derrotados del 14 de abril, contra los despechados, contra los envidiosos. (Ovación, que no deja oír las últimas palabras del Sr. Prieto.)
Este es el resumen de mis palabras: Adelante, adelante, hombres de buena fe y de republicanismo intachable, que ahora se sientan con nosotros en la vanguardia cariñosa y afectuosamente, y a los cuales les diremos adiós dejando en los poyos del camino que ellos hayan señalado como límite de sus ambiciones. Nosotros lo tenemos en un horizonte muy lejano, hacia el cual, bajo la luz esplendorosa de nuestra ilusión, seguimos adelante, dejando atrás a los hombres de buena fe que crean que vamos más allá de lo que era su apetencia; pero quitando violentamente los estorbos que nos salgan al paso.
Al frente de esos hombres de buena fe nos complace ver ahora a la más pura representación de la democracia, a este hombre adusto, seco, pero leal, al que decimos: adelante, adelante. (Al terminar se oye una gran ovación.)
Indalecio Prieto, 14 de febrero de 1933
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