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2998. Reparto de tierras

Campesinos detenidos en La Villa de Don Fadrique (Toledo) tras los sucesos de 1932 ( Foto: Alfonso/AGA)


Toda mi genealogía quedaría prendida en la pata de una paloma viajera. Detrás de mí ninguna historia que me enaltezca o me rebaje. Mis antepasados no fueron, ciertamente, ni conquistadores en América, ni tan siquiera hidalgos pobres y solemnes amantes de la caza y de los libros. Nada de esto. Fueron, sin duda alguna, gentes de modesta condición, plebeyos, pueblo anónimo y colectivo. De otra parte, los que no heredamos pergaminos que certificaran la pureza de nuestra sangre, no sabemos de nuestra ascendencia más que hasta donde alcanzan nuestros ojos. Sé que uno de mis abuelos era obrero molinero, en tierra de trigo y de molinos; otro fue un campesino pobre que, gracias a su hermosa letra, se desligó del terruño y se hizo memorialista. De allí deriva el camino en el que me encuentro. Mi abuelo era memorialista. Mi padre perfeccionó un poco más la letra y fue escribano: peticiones y papeles oficiales, rúbricas y filigranas caligráficas. Y, en fin, yo cierro, como escritor, la evolución profesional. Perdióse la caligrafía, mas no el gusto y la profesión literaria.

Soy natural de Castilla. De la alta Castilla de tierras incultas, secas, duras, cocidas de sol y sed. A pesar de todo el aditamento que se me dio, no puedo disimular mi ascendencia campesina. Llevo conmigo la agobiada pesadez, la fría sequedad, los silencios infinitos de los pastores de mi tierra. Los horizontes extensos, las mesetas desnudas y doradas, la tierra esquemática y árida, los tejares de las casas y los cierzos invernales hacen de nosotros, castellanos, hombres impasibles, secos, algo esfinge y tenebroso. Se nos llama místicos. Toda la mística española nació de Castilla. Pero pienso que nuestra mística es una evasión de nuestra pobreza. Cuando, a través de los siglos, la pobreza llega a ser dramática, el sentimiento místico nace y se convierte en consuelo.

Mi padre intervenía activamente en la política local. Y mi infancia está llena de clamores litigantes y de las bataholas picarescas de la politiquería. En un ambiente rural, pobre, donde casi todos los mozos se hacen curas o soldados, me dio por escribir. Jamás pude explicarme este misterio; tal vez la soledad que ayuda a cualquier cosa, como ocurre al pastor en su gusto por tocar el caramillo. Aprendí a escribir como nuestros toreros aprenden a sortear el toro; a fuerza de lances de capa, a fuerza de ir de aquí para allá, de plaza en plaza, de pueblo en pueblo. Esto es toda mi Universidad. Me acuerdo que, hace dieciséis años, una compañía de cómicos ambulantes estrenó una obra mía, en una venta pueblerina convertida en teatro.

Conozco muy bien las campiñas de España, lo que equivale a conocer bien España, porque mi país es tierra y campesinado, es aldea y primitivismo. Toda nuestra literatura clásica, con su punto culminante en Don Quijote, es un producto rural, de posadas y caminos, de aldeas de labriegos y pastores. Creo que en este sentido, continuo la tradición.

Pero como todo campesino, durante algún tiempo estuve subyugado por la ciudad, por este otro mundo moderno del capitalismo y la civilización. De entonces dada mi adhesión a los movimientos literarios de posguerra; algunos años de periodismo, un libro de crítica musical sobre Debussy, un tomo de poemas: Urbe, otro de narraciones, dos libros sobre el cinema, etcétera.

Luego llegó un momento en nuestro país, en que el proceso revolucionario rompió el idilio de los poetas con las musarañas. Fui uno de los primeros que se angustiaron ante el dilema, ante el destino de nuestro tiempo y de nosotros mismos. Hoy, luego de un largo proceso, después de haber sometido mi vida y mis ideas a muchas vicisitudes, comprendo que no ha sido fácil descender del paraíso de las musarañas al campo vivo y real del proletariado. Los jóvenes escritores se encuentran hoy ante muchas ideas ya formuladas y caminos ya trazados. Pero nosotros tuvimos que abrir la marcha, con el riesgo de la impopularidad y el abandono de las ventajas que la burguesía otorgaba a los espíritus acomodaticios.

Gracias a mis convicciones revolucionarias vencí el fermento campesino que llevaba en mi sangre. Comprendí entonces, guiado por el marxismo, lo que era España: un feudalismo retrógrado, y, por consiguiente, comencé la lucha contra ese feudalismo en donde era necesario librar batalla: en los campos.

De esta época, y sobe temas agrarios y revolucionarios, datan tres novelas: La turbinaLos pobres contra los ricos y Reparto de tierras (que se publica ahora en francés). Más tarde, recogiendo el ambiente de angustia del mundo y de España, publiqué recientemente un libro de poemas: Vivimos en una noche oscura, poemas dramáticos, atravesados de dolor y esperanza. Y en fin, en la presente hora, acaba de aparecer un libro de farsas teatrales, donde la sátira entra, en libre juego con todos los temas políticos y sociales.

De Reparto de tierras desearía decir alguna cosa, aunque sea en breves líneas. En España esta novela no necesita explicación alguna; se la comprende, porque se encuentra allí todo el relieve real de la vida. En Francia, no sé, Francia tiene otro proceso histórico y, por esto mismo, otros problemas, otra literatura, otra realidad, otra mentalidad de público.

El drama español es más elemental, lo que debe reflejarse en su literatura. Os encontráis en otro nivel, que corresponde a un capitalismo más avanzado. Si en esta España semifeudal, me entregara en mis novelas a divagaciones intelectuales y a problemas espirituales, que nadie comprendería, cometería, de una parte un grave error de dialéctica, y, por otra, una traición respecto a la causa revolucionaria; ser fiel a la realidad histórica de su país es el primer deber del escritor revolucionario.

Reparto de tierras, dejando de lado lo anecdótico de los problemas actuales, quiere ser la novela del semifeudalismo español. Por esto la acción se sitúa en Extremadura y, concretamente en la parte de Extremadura donde las supervivencias del feudalismo son las más fuertes… Y los elementos que entran en la narración novelesca son elementos de carácter típicamente feudal: la tierra, la iglesia, el terrateniente, el campesino, mi amor por el «campesino» es mi odio contra el feudalismo que lo hace esclavo, que le embrutece y, como estoy convencido de que sólo la revolución puede liberarle, quiero enseñarle a ser revolucionario, lo que equivale a enseñar a un prisionero a romper las rejas de su calabozo.


César M. Arconada
Nueva Cultura, Valencia, núm. 11, marzo-abril de 1936







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