Yo, a tí, ladrón
Yo, Miguel de Unamuno, a ti, Primo de
Rivera, ladrón de ribera. Y no pongo tu nombre de pila porque no puede ser. Tu
fe de bautismo debe estar falsificada, ladrón de mala fe. Yo, desterrado pobre,
a ti, salteador de Estado.
Por fin saltaste. Pero voy a marcarte
mejor, con hierro candente, en esa tu testuz de cabestro de masculinidad
agonizante.
Sólo tomas en cuenta lo del homenaje
pecuniario. Es el menor de tus robos. Creo hasta que no lo es. Creo que eso no
es más que un «camouflage» para tapar el origen de tu botín. Como creo que no
iba a ser más que otro «camouflage» parecido aquella boda con la pobre Nini,
cuya fortuna se encarecía, y a la que trataste, ladrón, como un chulo no
trataría a una manceba.
¿Que te lo denuncien los que fueron
extorsionados? También en el grosero manifiesto de 13 de septiembre invitabas a
que se te denunciase a ti mismo, pues «hay —decías— acusaciones que honran». Y
cuando Don Ángel Ossorio y Gallardo te denunció, y en carta reservada a Maura,
le metiste, ladrón, en la cárcel.
¿Que vas a imponerte una multa? Ahórcate,
como Judas el de los treinta dineros, tú que estás venciendo a España.
Que contribuimos al desastre del cambio.
Son los capitales españoles que huyen del robo, y los vuestros, el tuyo, el de
Anido, hoy más ladrón que asesino, el de los demás de la banda de salteadores
que huyen de la justicia de mañana.
¿Que dividimos el Ejército? Tú le has
dividido, tú le has deshonrado, tú has predicado la insubordinación y la
indisciplina, tú has querido convertir a los defensores de la patria en
verdugos y polizontes al servicio de la tiranía. Y hasta haces que la más vil
de las policías vigile a la Guardia Civil.
Ladrón, ladrón, ladrón. Y lo que acaso es
peor, majadero. A tí, Primo de Rivera, Marqués de Estella, yo,
Miguel de Unamuno
En Hendaya 10 de marzo de 1929
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