Ejecución de Rudolf Höss, comandante de Auschwitz, 2 de abril de 1947 |
El hogar estaba pegado a la fábrica. Desde la ventana del
dormitorio, se veían las chimeneas.
El director regresaba a casa cada mediodía, se sentaba junto a su
mujer y sus cinco hijos, rezaba el Padrenuestro, almorzaba y después recorría
el jardín, los árboles, las flores, las gallinas y los pájaros cantores, pero
ni por un instante perdía de vista la buena marcha de la producción industrial.
Era el primero en llegar a la fábrica y el último en irse.
Respetado y temido, aparecía a cualquier hora, sin aviso, en cualquier parte.
No soportaba el desperdicio de recursos. Los costos altos y la
productividad baja le amargaban la vida. Le daban náuseas la falta de higiene y
el desorden. Podía perdonar cualquier pecado. La ineficiencia, no.
Fue él quien sustituyó el ácido sulfúrico y el monóxido de carbono
por el fulminante gas Zyklon B, fue él quien creó hornos crematorios diez veces
más productivos que los hornos de Treblinka, fue él quien logró producir la
mayor cantidad de muerte en el menor tiempo y fue él quien creó el mejor centro
de exterminio de toda la historia de la humanidad.
En 1947, Rudolf Höss fue ahorcado en Auschwitz, el campo de
concentración que él había construido y dirigido, entre los árboles en flor a
los que había dedicado algunos poemas.
Eduardo Galeano
Espejos. Una historia casi universal
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