Prólogo
Marte es el Dios de la Guerra en la mitología romana y este es un libro que habla entre otras cosas de guerras, sobre todo de la guerra civil española y de la II Guerra Mundial, pero también de la generosidad y entrega de hombres y mujeres en medio de la locura y el desastre colectivo que vivieron España, Europa y el mundo en la primera mitad del siglo XX.
Francisco Carcaño Más[1] fue
un ingeniero militar y escritor que estuvo destinado en Melilla a principios
del siglo XX. Entre sus obras destaca el libro “La hija de Marte”, en el que,
refiriéndose a Melilla, nos dice: “sin la
fundamental intervención de Marte, la ciudad, que siempre sintió el aleteo del
Dios de la guerra, no hubiera nacido tan brusca y espléndidamente”.
Ciertamente puede parecer exagerado
decir que Melilla fue sólo la hija de Marte, pero no lo es, pues sin las
guerras no es posible explicar su crecimiento demográfico, su desarrollo
económico y la influencia que tuvo en la vida política del país. La guerra no
era vista como una desgracia sino como una oportunidad, una aliada, una
bendición, incluso entre los sectores más ilustrados del africanismo militar
español. Marte era el Dios de la guerra y, como veremos, muchos militares
españoles se consideraban sus feligreses.
En 1893 Melilla apenas era una fortaleza de 2.000 personas entre guarnición, presidiarios, funcionarios, comerciantes y artesanos. Sin embargo, en unos pocos años, pasó de fortaleza a ciudad bajo el impulso de tres conflictos bélicos, la Guerra de Margallo (1893), la Guerra de Marruecos (1909) y la Guerra del Rif (1920-1926) hasta el punto que en 1930 la población ya alcanzaba las 62.614 personas, a las que añadir varios miles que vivían en las poblaciones cercanas del Protectorado (Marruecos). Una población por encima de la mayor parte de las capitales de provincia españolas.
Con un crecimiento económico a lomos de los presupuestos generales del Estado y su papel referente en el Protectorado, la ciudad aspiraba a ser la Bilbao del Mediterráneo, pero la ausencia de derechos civiles, políticos y sindicales, así como el control militar de todas sus instituciones, la convertían en un cuartel con calles, donde las ansias de libertades y la reclamación de derechos se pagaban con detenciones y expulsiones sumarísimas:“del tajo al barco” y desde ahí al destierro. La justicia ordinaria no existía y todo se resolvía con el Código de Justicia Militar, especialmente las cuestiones de orden público y todas las competencias referidas al ejercicio de los derechos civiles pasaban por la Alta Comisaría de Marruecos.
Entre 1893 y 1930 no hubo partidos políticos. A finales de
1918 se constituyó una agrupación del PSOE, pero antes de su autorización
formal fue disuelta por la Autoridad Militar y sus dirigentes detenidos y
desterrados. Igual pasó con los sindicatos obreros, quienes tras décadas de
lucha, en 1914, lograron iniciar su tímida andadura, pero en 1919 en menos de
24 horas eran disueltos y todos sus dirigentes fueron detenidos y condenados al
destierro a la provincia de Almería.
Así las cosas, hasta 1930 no hubo lugar para las libertades ni los derechos civiles. Ya lo anticipaba Ciges Aparicio[2] en 1910 en la revista Vida Socialista en varios artículos por los que fue procesado: En “Los derechos de ciudadanía” cita la frase del General Marina[3], Comandante General de Melilla, según la cual cuando se doblaba el cabo Tres Forcas[4] se perdían todos los derechos de ciudadanía y en “El caciquismo militar” afirmaba que no había ayuntamiento, ni existía el derecho electoral, ni juzgaban los tribunales civiles: “...aquí todos los vicios del caciquismo se agravan, sostenidos por el duro mando militar”, que se fundamenta en “lo hago porque quiero, y a quien no le parezca bien, que se vaya”.
La salida de Gérgal y la llegada de la familia de José Barón a Melilla casi coincide en el tiempo con el desmantelamiento del movimiento obrero en la ciudad y el final de la I Guerra Mundial, la cual había agravado las condiciones de vida de la clase trabajadora y disparado la emigración española hacia América, pero también hacia el norte de África (Orán, Melilla, etc.). Procedentes de Málaga, Almería y el levante español, a su llegada a la ciudad, los miles de emigrantes chocaban con una realidad más dura que en origen, con grandes masas de parados que se peleaban por ser contratados cada día a cambio de un sueldo de 3 pesetas diarias, 14 horas de jornada, sin descansos, sin derechos laborales y empujados a la caridad pública o al “rancho de los cuarteles” para sobrevivir y alimentar a sus familias. Un kilo de pan costaba por encima de una peseta.
Dos artículos del El
Telegrama del Rif nos ilustran sobre sus vidas. En 1916 bajo el artículo “Melilla. Refugio de la miseria. Medida
necesaria”, decía que si la emigración seguía creciendo, el presupuesto de
la Junta de Arbitrios resultaría insuficiente, pues ya no eran sólo obreros los
que en su éxodo arribaban a Melilla, sino decenas de viudas y mujeres
abandonadas “con su numerosa prole,
ancianos inútiles para el trabajo, y todo lo desvalido de las costas andaluzas
y levantinas, que sabían que la caridad” no les dejaría morir de hambre y
por eso se refugiaban en Melilla. Y otro del 1918, decía “...que
no era un secreto cómo vivían nueve décimas partes del vecindario, pues salvo
en los barrios Reina Victoria y General Jordana, la mayoría de las casas tenían
casi tantos inquilinos como habitaciones y cada uno de esos inquilinos eran
familias compuestas de tres o más miembros. En la habitación, usada como
dormitorio, comedor y cocina, dormían confundidos, hombres, mujeres y niños. En
algunas, la explotación de la miseria alcanzaba límites inconcebibles, pues las
casas eran focos infecciosos, en los que proliferaban las enfermedades, pagando
al menos el 20% de su salario diario, de modo que ‘daba verdadera pena entrar
en esas viviendas y más pena todavía ver que el mal no tenía remedio’ ”.
Desgraciadamente, volver no era una opción y quedarse era la desesperación y el
infierno.
No cambiaron mucho las cosas entre 1910 y 1930, de modo que
José Barón Carreño iba crecer en un ambiente que destacaba por la falta de
recursos económicos, la ausencia de libertades civiles y sindicales, en plena
Guerra del Rif, en un clima de guerra, donde se exaltaba social y políticamente
a los militares africanistas y a su caudillaje, en una orgía de actos continuos
de carácter militar.
José Barón nació en medio de la I Guerra Mundial y creció durante la Guerra del Rif. La guerra, las guerras, de forma muy temprana, empezaron a estar presente en su vida y en la cultura de la sociedad, de la ciudad y del país donde crecía.
El advenimiento de la II República supuso para los melillenses algo más que en el resto del Estado. Terminaba la dictadura y caía el antiguo régimen, sí, pero también terminaba el régimen militar y nacía un régimen civil y, por primera vez en su larga historia, la ciudad contaba con un Ayuntamiento elegido por sufragio no censitario en el que pudieron votar los trabajadores, con un Delegado del Gobierno civil y con representación en las Cortes Generales. Era la normalidad constitucional, con partidos políticos y sindicatos legalizados, sufragio libre y aplicación de los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución y las leyes. Los derechos civiles, podían cruzar el mar de Alborán y no eran frenados en el Cabo Tres Forcas.
El triunfo socialista en las elecciones a Cortes en junio de
1931, el acceso de Antonio Díez Martín (PSOE) a la Alcaldía, las
manifestaciones obreras, las huelgas y la negociación colectiva llevaron a una
mejora significativa de las condiciones laborales en medio de una gran
agitación social. La República fue una explosión de libertad que cambió la
mentalidad de la ciudad y sus ciudadanos, entre ellos al joven José Barón,
quien con 13 años cumplidos vivió uno de los momentos más intensos de la
historia de Melilla: de la Monarquía a la República, del cuartel con calles a
la libertad de expresión, asociación y reunión, y el convencimiento de que, por
primera vez, los trabajadores y sus hijos podían ser protagonistas en la vida
política, social y cultural de la ciudad y dueños de su destino. Fueron aires
de libertad entrando en la mente limpia de un joven despierto, inquieto, responsable y soñador.
A principios de 1936, tras el paréntesis de la ilegalización
de partidos y sindicatos de clase en octubre de 1934, José Barón estaba a punto
de cumplir los 18 años de edad. El restablecimiento de las libertades y la
creación del Frente Popular inició un nuevo movimiento de esperanza política
que protagonizaron los jóvenes melillenses, hasta el punto que la mayor parte
de los actos electorales en las Elecciones a Cortes fueron organizados por las
organizaciones juveniles y protagonizados por sus compañeros en mítines
multitudinarios. El inquieto José Barón formaba parte activa de la nueva
explosión de libertad que se vivía en la ciudad. Trabajador, estudiante
brillante, deportista y afiliado a las JJSS y, más tarde, a las JSU, contaba
con 17 años pero ya era un hombre comprometido social y políticamente,
dispuesto a cambiar el mundo de opresión e injusticia en el que había crecido.
Ahora bien, las guerras con Marruecos crearon una ciudad
singular y conformaron una casta de militares, los conocidos como Africanistas,
entendiendo por tales a los que hicieron gran parte de su meteórica carrera
militar en el Protectorado Español en Marruecos, entre los que destacaban José
Sanjurjo Anel, Emilio Mola Vidal, José Millán-Astray, Francisco Franco
Bahamonde y Juan Yagüe Blanco, caracterizados todos ellos por sus ideas
antidemocráticas, su escasa cultura y su pobreza ideológica, acostumbrados a
ver en la fuerza la solución a todos los problemas. Ellos habían sido los
virreyes del Protectorado, con plenos poderes sobre la población civil, sin
límites y sin la intromisión, o, mejor dicho, sin el control político que se
vivía en el resto del Estado. Predicaban el autoritarismo, pero carecían del
calado ideológico de los nazis o del fascismo italiano, por eso, con el paso del
tiempo, acabarían adoptando la ideología más cercana, la fascista, sobre la
cual fundamentaron y levantaron la nueva sociedad civil.
La casi totalidad de esta estirpe de privilegiados, con el
caudillaje del General Sanjurjo, se rebelaría contra la República en 1936,
iniciando la guerra civil española y una represión incalculable. Habían acabado
con el enemigo “exterior”, y era hora de ir contra el “enemigo interior”,
siguiendo la tradición militar patria de intervenir en política desde el
“apoliticismo”. La intervención del Ejército Colonial, con unidades de la
Legión y de Regulares, para sofocar y
pacificar ciudades durante la llamada
Revolución de Asturias en 1934, fue un precedente peligroso porque una parte de
la sociedad avaló y justificó su salvajismo, anteriormente usado contra las
tribus rifeñas que se habían levantado contra un Estado invasor.
El golpe militar se inició en Melilla el 17 de julio de 1936
y triunfó en apenas unas horas, las que logró resistir el Capitán de Aviación
Virgilio Leret en el aeródromo del “Atalayón” tratando de contener a las
fuerzas moras de Regulares que se acercaban a tomar la ciudad. Virgilio Leret
pagó cara su lealtad a la República y fue fusilado esa misma noche. También
hubo una pequeña resistencia urbana de jóvenes socialistas, comunistas y
libertarios, pero apenas duró esa tarde-noche y sin bajas para los golpistas.
Esta casta enfermiza, desde las primeras horas del golpe, inició una represión de proporciones inimaginables: cerca de 300 asesinados, 120 condenados a muerte, centenares de condenados a reclusión perpetua o a penas de prisión, la mayoría superiores a veinte años; alrededor de 1.600 personas detenidas en el campo de concentración de Zeluan por sus ideas políticas; más de 2.000 expedientes por responsabilidades políticas y centenares de funcionarios depurados y expulsados de sus puestos de trabajo. Todo ello, en una población de apenas 65.000 habitantes, golpistas y familias incluidas, en la que no hubo oposición ni guerra civil, ni posibilidad alguna de huir. Melilla fue una ratonera en la que, especialmente los jóvenes, por miles, vieron frustradas sus esperanzas de vida, justicia y libertad. Así, si comparamos los asesinados en Melilla con su número de habitantes veremos que el índice de represión es el más alto de todo el Estado, igual pasa con los recluidos en las cárceles y campos de concentración o con los sancionados a través de los Tribunales de Responsabilidades Políticas.
Con este panorama y por su militancia política, José Barón Carreño estaba condenado de antemano por los golpistas, igual que los cientos de compañeros encarcelados y asesinados, pero la casualidad hizo que un día antes del golpe militar partiera en una expedición deportiva a Barcelona[5]. Sería la última vez que pisara la ciudad o viera a sus padres. Había salvado su vida y sin embargo ésta había saltado por los aires en mil pedazos. Tenía 18 años y de pronto otra guerra por delante, la tercera, marcando de nuevo el ritmo vital de su vida.
Tras el triunfo militar en el Protectorado, la presencia de fascistas italianos y alemanes aumentaría considerablemente, iniciando una germanización en los golpistas que queda patente en los discursos militares de la época y en los numerosos actos de exaltación nazi en la ciudad. Durante la II Guerra Mundial, los triunfos y avances de Hitler en Europa se vivirían con gran algarabía en la sociedad melillense, de donde salieron muchos “voluntarios” de la División Azul. El discurso y las manifestaciones fascistas en la ciudad no sólo mostraron su complicidad con el nazismo en los momentos de gloria sino también en la retirada y caída del Tercer Reich, pues a través de Melilla y Marruecos significados criminales de guerra nazis pudieron encontrar un refugio temporal y el apoyo necesario para huir a Sudamérica.
De la represión, de la deriva fascista y de la presencia
nazi, tuvo conocimiento el protagonista de este libro porque entre los
fallecidos y detenidos había decenas de sus compañeros y su familia seguía en
la ciudad. Por otra parte, la prensa internacional, sobre todo francesa, daba
cuenta diariamente de cuanto acontecía en Melilla, en el Protectorado y en Orán
(Argelia), ciudad cercana a Melilla, donde se habían refugiado unas decenas de
melillenses que servían de puente informativo con la zona republicana.
Todos estos acontecimientos permiten explicar cómo un
humilde joven que nace en Gérgal (Almería) y crece en Melilla, se embarca en
una guerra con 18 años y termina en otra guerra formando parte de la vanguardia
del Ejército que liberó París de la ocupación nazi. Liberar Europa, liberar
París, liberar España, liberar Melilla y volver a recuperar su vida. No le
faltaban motivos a José Barón Carreño para luchar, no le faltaban, y no los
desaprovechó.
Este libro contiene una historia apasionante que, a través
de la vida de José Barón Carreño, nos acerca a los horrores de la guerra.
Primero a la de España y más tarde a la II Guerra Mundial. El autor no solo nos
cuenta una historia, también nos hace cómplices del proceso de investigación y
escritura del libro, de cómo se reconstruye la trayectoria vital del personaje,
antes, durante y después de su muerte. El libro nos recuerda la importancia de
la memoria y rescata del olvido la figura de uno de los mártires de la libertad
y nos muestra cómo se puede hacer justicia setenta y cinco años más tarde. Y lo
hace de una forma amena, enseñándonos a ver todos estos procesos bélicos desde
la perspectiva de los héroes anónimos, de los sacrificados, de los
imprescindibles, de los que desaparecen de la historia si no viene alguien y
los rescata. Y esto es lo que hace Pepe Sedano, recuperar una historia en la
que se pueden ver reflejados los millones de personas que lucharon en la guerra
civil española y en la II Guerra Mundial por la libertad de sus pueblos.
José Barón nació en medio de la I Guerra Mundial, creció con
la Guerra del Rif a imagen de los personajes que llevarían España a la guerra
civil, en la que tuvo que participar siendo un adolescente, para terminar
luchando por las libertades en Francia con veinte y pocos años.
Una vez acabada la segunda gran guerra, Europa se
construiría sobre la sangre, el sacrificio y los valores que portaban jóvenes
como él, voluntarios de la libertad, generosos, solidarios, sencillos y
heroicos. Frente a la Europa de las naciones, ellos sentaron las bases de la
Europa de los pueblos y de los valores compartidos. La Europa de la paz, esta
Europa que lleva 75 años sin guerras, de esas y tantas guerras que acompañaron
la vida de José Barón desde su nacimiento.
Por eso, después de leer el libro, no me puedo explicar la Europa actual sin
pensar en José Barón, con el que me siento en deuda, porque vivimos en un mundo
mejor gracias a mujeres y hombres como él. El libro se titula “José Barón
Carreño, muerto por Francia”, que es como decir muerto por todos nosotros.
Gracias Pepe Sedano.
Francisco Narváez López
Melilla, 3 de mayo de 2020
Prólogo de José Barón, muerto por Francia, de Pepe Sedano Moreno, Editorial Círculo Rojo, 2020
_________________________
1 Francisco Carcaño Más, formó parte del
ejército sublevado y perdería la vida en Mahón en los primeros días del golpe
militar.
2 Manuel Ciges Aparicio (Enguera, 14 de
enero de 1873 – Ávila, 4 de agosto de 1936) fue un escritor, periodista,
traductor y político español, de significación regeneracionista y republicana,
coetáneo de los escritores de la llamada Generación del 98. La sublevación
militar de julio de 1936 le sorprendió cuando desempeñaba el cargo de
gobernador civil de Ávila, donde sería fusilado a los pocos días de comenzada
la Guerra Civil. https://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_Ciges_Aparicio. [Consulta 1-5-2020].
3
José Marina Guerra, fue gobernador militar de Melilla a partir de 1905,
interviniendo en las acciones militares españolas; en 1909 decretó las
movilizaciones de reservistas enviados desde España para actuar en África lo
que dio lugar a profundas alteraciones del Orden Público en Barcelona, 26 de
julio a 2 de agosto de 1909, que son conocidas como Semana Trágica de
Barcelona. Finalmente, por su actuación en la zona bereber en torno a Melilla
obtendría la promoción a teniente general y comandante en jefe del ejército
operante, sustituyendo a Fernando Primo de Rivera en 1917 en el Ministerio de
la Guerra hasta su abandono voluntario semanas después, durante el Gobierno
Nacional presidido por Antonio Maura. Nombrado de nuevo, el 22 de marzo de
1918, ministro de la Guerra, ocupó la cartera hasta noviembre de ese año. En
1919 se convirtió en senador vitalicio. https://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Marina_Vega. [Consulta 2-5-2020].
4 El cabo de Tres Forcas (en árabe, Ras
Tileta Madari) es un destacado cabo de la costa norteafricana, el extremo de
una pequeña península situada en aguas del mar Mediterráneo que,
administrativamente, pertenece a Marruecos (poseedora de la mayor parte) y a
España (poseedora de la ciudad autónoma de Melilla). https://es.wikipedia.org/wiki/Cabo_de_Tres_Forcas. [Consulta 2/5/2020].
5 La expedición estaba
formada por el Delegado por Melilla, Jesús Fernández Contreras, Vocal de la
Junta Directiva del PSOE en Melilla en 1933, José Barón Carreño, Francisco
Pradal González (Vicepresidente de las JSU de Melilla), José García Martos,
Francisco Díaz Vega y José Martínez Barrachina.
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