Pastores del Guadarrama,
cabrerillos de Collado,
palomas de los pinares,
cigüeñas del campanario:
decidnos qué fué de aquella
rosa encendida de mayo,
capitana de la tropa
leal, Francisca Solano,
que un día, ardientes los ojos
y el corazón inflamado,
cruzó la Sierra vestida
con traje de miliciano.
Desde el Alto del León
dijo una alondra llorando:
"La vi por San Rafael,
fusil al hombro, cantando.
Iba soñando en el triunfo
del pueblo resucitado.
Amapolas de Castilla,
colgadas de su peinado,
como una bandera roja,
lucían en los picachos.
¡Ay!, que sus ojos de ensueño
miraban alto, tan alto,
que sus pobres pies cayeron
en la traición sin notarlo.
Traidores a nuestra patria, con
trazas de legionarios,
la prendieron en sus redes,
la llevaron a su campo,
y al verla tan española,
fuera de ley la mataron.
¡Ay!, que la Sierra está muerta
sin el fervor de su canto".
Una cigüeña piadosa
vino a decir sollozando:
"Al pie de un pino sin ramas
cuatro monstruos la enterraron.
Al ver tan sola su tumba,
me fui volando, volando,
en busca de clavellinas
para su lecho sagrado.
Cuando volví con las flores.
ardía el bosque, arrasado
por el furor de los viles
que huyeron amedrentados.
Cenizas llevan los aires
que huelen a rosa y nardo:
restos del cuerpo glorioso
de nuestra Paca Solano.
Cenizas llevan los aires
que ciegan con su tornado
la risa de los arroyos
y el florecer de los campos.
¡Ay!, que la vieja Castilla
no es más que un gran camposanto."
Un cabrerillo del monte
llegó con el puño en alto.
Gritaba desde las peñas con
voces de iluminado:
"¡Adelante, camaradas,
que he visto a Paca Solano!
No es cierto que la matasen
los criminales de Franco.
Está en la cumbre más alta,
vestida de miliciano.
Lleva en sus manos triunfales
claveles ensangrentados.
¡Bandera roja, invencible,
la de su samgre en lo alto!
¡Arriba! —no ¡arriba España!
que este es un grito manchado—
¡Arriba el Pueblo, el de todos
los talleres y ios campos
del universo! ¡Adelante,
sin miedo! ¡Arriba el Trabajo!
Hasta la cumbre en que sueña
la capitana Solano,
hasta besar los claveles
sangrientos de su peinado,
hasta que toda la Tierra,
que hoy es un gran camposanto,
se vuelva huerto florido
para el Pueblo libertado."
José Antonio Balbotín
Ahora, 18 de agosto de 1936
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