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3228. Carmen Herranz, mecánica conductora

Carmen Herranz - Foto: Mayo


La encontramos tirada bao el coche. La cabeza un poco levantada y a su altura la rueda desarticulada de un coche. Al advertirnos nos hace mohín de grasa y polvo, contrariada.

—Es excesivo. Yo no hago más que lo que siento y lo que debo. Cualquier compañero vale más. Hace mucho más. 

—Ellos son hombres y tú no, camarada. La sociedad capitalista solo os reservaba a las mujeres del pueblo la cocina, el fregadero y el lecho. A ello limitaba vuestro pasar por la vida. Lo demás era para vosotras inabordable, salvo que vuestros papas estuvieran podridos de duros para comprar el titulo de cualquier carrera. Y en esté panorama miserable las excepciones eran tan extraordinarias como escasas. Han cambiado los tiempos. Ahora están a vuestro alcance los oficios, las especialidades. Y a ellas un dedicáis con el magnifico afán que da vuestro sano espíritu de clase. Vuestro esfuerzo por la guerra, guerra dura por la libertad y la paz, merece estímulo y sacarlo a la luz para vergüenza de vuestros tiranos, que no han de volver porque vosotras mismas os lo habéis propuesto, y para demostrar el gran aliento creador de nuestro pueblo.


Afán de superarse

La hemos convencido.

—Por eso lo hice yo —afirma—: porque sé lo que es la esclavitud y la miseria, porque se lo que es el fascismo y quiero ayudar a su aplastamiento definitivo.

Carmen Herranz es un buen chófer ahora. Conoce la emoción de llevar en sus manos el control de un motor sobre ruedas, de velocidad útil. Y tiene también los conocimientos de mecánica que le dan posibilidades de arreglar pequeñas averías, de cuidar el auto como las circunstancias exigen. Es consciente y responsable. Sabe que en nuestra lucha todo el esfuerzo bien encauzado es importante. 

—Lo hace ya muy bien —nos dice el camarada Ferreiro, que ha sido su profesor—. Sabe lo que es un carburador, un delco. Es hábil para desmontar una rueda, la correa, una bujía. Cosas que parecen fáciles, pero que es el principio de un dominio mayor. Además tiene facilidad y una formidable voluntad para aprenderlo.  Y esto lo dice un compañero que tiene una experiencia de más de veinte años.

—Mi ilusión —dice esta muchacha— sería llegar a ser capaz de dirigir un taller grande de mecánica. Dominar la técnica de este oficio, que es muy bonito. Sí, no os ríais. —continua enérgica— Luego, cuando triunfemos, vamos a hacer falta muchas. 

Nos reímos, sí, por la satisfacción de ver la disposición y el entusiasmo de nuestras magníficas y abnegadas mujeres. Así como del formidable esfuerzo de nuestro pueblo. 


Antes fue pobre y hacendosa directora de su hogar

Cuarto pequeñito del popular barrio del Terol, en los Carabancheles. Muebles modestos y amontonados casi. Una misma habitación es comedor y dormitorio. En ellas, escenas de trabajo, de privaciones, de dolor, de lucha. 

Varios hermanos, y de ellos ésta, la madrecita. La muerte se llevó muy pronto a la madre.

Carmen conoció así las fatigas de las huelgas seguidas por sus hermanos  y por su padre, de oficio cerrajero todos ellos. Hasta que llegó el día que cambiaron las limas por el fusil. Se atentó  contra el pueblo y, como gentes del pueblo, había que defenderlo.

—Fíjate —nos dice ella— aquello suponía acabar con las fatigas y con la esclavitud, o quedar con ellas para siempre. En los días duros del noviembre histórico, la fecha gloriosa en la que el pueblo de Madrid asombró al mundo, Carmen y los suyos perdieron su pobre y querido hogar. Las mesnadas de la invasión lograron rebasar su casa, aunque no pasaran de allí. 

—Lo perdimos todo —nos dice esta chófer simpática—, pero no importa. Teníamos la vida y la voluntad de seguir luchando hasta acabar con todos los fascistas. Lo demás ya vendrá.

En tal situación surgió la idea: "Tú debes hacer algo positivo, porque eres enérgica y fuerte — le dijo el hermano—. ¿Qué te gustaría más?" "Ser chófer", dijo ella. 

—Yo pensaba que harían falta conductores —nos dice ahora— y he visto que ciertamente, era necesario. Además, las mujeres debemos saber trabajar, por si acaso.


Una gran voluntad y un sano optimismo 

Así, Carmen Herranz llegó a ser mecánica conductora. La suerte estaba echada. Sólo quedaba el esfuerzo de la voluntad y la aptitud. 

De las dos cosas le sobraba a Carmen. Ingresó en las escuelas de capacitación profesional de las O.S.R. Allí, entre los hombres, dos mujeres.

—La otra compañera está actuando también ya —nos dice—. Pero ésa sabe mucho más que yo. 

Fueron veinte días de curso bien aprovechado. Conoce la conducción, las distintas piezas del motor, aunque confiesa todavía no conoce a fondo su montaje.

—Tengo un libro muy bueno —nos indica—. En el que estudio en los ratos libres para no olvidar lo aprendido y por si aprendo más. 

—Sí —afirma su profesor su poquillo orgulloso—. Conoce el porqué de cada avería, y muchas las repara sola. Pero tiene la gracia de no dar importancia a las cosas. Si se le parte una rueda da gritos de alegría. 

—¡Claro—explica ella—, porque se podían haber roto las cuatro y mi cabeza! 


La indignación de dos guardias de asalto

Sus dieciocho años, pelo rubio ensortijado y su cara fresca y simpática, dio origen a un curioso caso durante su aprendizaje. Al volante, con su profesor al lado, pasaron por una pareja de Asalto que cumplía servicio de vigilancia.

—Mientras unos lo damos todo —comentaron con justa indignación—, otros gastando gasolina para pasear mujeres... 

Ellos lo oyeron, y frenaron el coche.

—No camaradas —dijo el profesor—. Es una legítima hija del pueblo que quiere ayudarnos, y para ello está aprendiendo. Dentro de pocos días la veréis sola de chófer. 

Fué suficiente para desarrugar loa duros gestos de aquellos soldados, que convirtieron en otros expresivos de felicitación y alegría.

—Así debían hacer todas; así la victoria llegará antes.

—Ahora —ataja ella contenta— me ven muchos días y me saludan como mis mejores camaradas. 


Ayudarles es una gran labor de guerra

Es formidable el movimiento de incorporación de la mujer al trabajo. Metalúrgicas, chóferes, obreras en todos los talleres. Ellas lo están demostrando con un gran cariño, con una enorme voluntad. Abnegadas y conscientes, ayudan a nuestros obreros, a nuestros soldados, cada vea más eficaz e intensamente. Ayudarlas, capacitarlas, estimularlas es una gran labor de guerra. Porque ellas han de acelerar el ritmo de nuestra lucha y acercar la hora de la victoria definitiva. 

—Y después ayudar a la reconstrucción y formación de nuestra nueva España —como Carmen Herranz nos dice—. Hacer de nuestra patria otro país próspero y feliz como la Unión Soviética.

Este es el ejemplo que a nuestras mujeres han dado las ahora felices trabajadoras de la U.R.S.S. 


López Abad
Estampa, 8 de enero de 1938








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