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3210. Lorenza Díaz y María Sánchez. Dos monjas que luchan por la República

De izquierda a derecha: Lorenza Díaz, Luisa Carnés y María Sánchez (Foto: Lázaro)


En otros tiempos nos hubiera asombrado un poco la noticia; hoy, no. La guerra cruenta que desangra nuestro país nos tiene acostumbrados a cosas mucho más sorprendentes. 

En Valencia vivían estas dos monjas, en el aposento que descansaron ayer, descansan hoy, aunque esta casa que les cobija haya cambiado de nombre: Hogar Infantil del Socorro Rojo Internacional se llama actualmente el que fué en época no lejana —pero que los acontecimientos hacen antigua— Asilo de Huérfanos de San José de la Montaña. ¿Dos monjas republicanas? Dentro de la pesadilla terrible de esta guerra a muerte entre el fascismo y la democracia, ya nada nos sorprende. Pese a las criminales ayudas compradas de los fascismos internacionales, el fascismo español no puede evitar que la verdad honrada, que el aliento liberador del pueblo, lleguen hasta voluntades que hasta ayer fueron exclusivamente feudo vaticanista. 


Sor Elena se ha convertido en la camarada Lorenza 

Se llamó Lorenza Díaz. Era huérfana. Por desavenencias de familia fué a parar al que fué Colegio de Sirvientas de la calle de Fuencarral, de Madrid. Lorenza Díaz permaneció algún tiempo con las monjas; luego, estas mismas la colocaron en una casa de su confianza; pero pronto la echaron de menos. Lorenza era trabajadora y hacendosa. ¡No estaba mal para servir a las pensionistas del colegio y a las mismas monjas! Muchas horas de trabajo. A las cinco y medía, arriba. Dos horas de rezos en la capilla fría en invierno (la calefacción sólo se utiliza para las señoritas pensionistas). Luego, el desayuno, un poco de caldo, un agua sucia, en la que flotan unos mendrugos duros, sobras de otras mesas. Los estómagos delicados, que no transigen con la bazofia matinal, han de abonar veinte céntimos a cambio de un vaso de mal café. Pero son demasiados rezos, poca comida y muchas horas de trabajo. Lorenza se cansa del Colegio de Sirvientas, de su régimen y de las pensionistas, el piso de cuyas habitaciones hay que pulir todos los días. Una conocida le habla de otro convento, de otras monjas (Lorenza no piensa que todos los conventos y todas las monjas son iguales), y hacía allá se dirige. De aquel convento de Madrid, Lorenza Díaz pasó al Asilo de Huérfanas de San José de la Montaña. Hoy, 12 de octubre del decisivo 1936, está hablando conmigo, en el jardín del ex asilo. Lorenza se ha pintado los labios y las mejillas, se ha empolvado. Es una muchacha reflexiva y serena. Me habla: 

—Ellas (las monjas) decían que yo había nacido para monja, porque soy calladita y seria. Pero la verdad es que los rezos me cansaban, y aquella autoridad, aquel dominio de las monjas, también. No nos dejaban hablar unas con las otras, ni reír. Aquí había muchas niñas, que en las horas de recreo yo prefería su compañía a la de las monjas, pues esto tampoco les agradaba. Ocho meses pasé así en el convento. Me hicieron novicia. 

—¿Y al llegar la guerra? 

—Algunas monjas "perpetuas" se marcharon a Chile y a la Argentina. Pronto llegaron a hacer guardia nocturna algunos señoritos fascistas valencianos. Las monjas les preparaban buena cena y buena cama... Cuando empezaron los tiros los fascistas se marcharon y ya no se volvió a saber de ellos. Las monjas decían que habían llegado "los malos", "los ateos" y que quemarían la iglesia y nos matarían a todas. No fué así. Cuando las Milicias llegaron al convento hicieron levantar a una de las monjas, que se había puesto de rodillas y en cruz ante ellas, y la dijeron que no temieran nada, pues los trabajadores son unos hombres que sólo quieren paz y trabajo, pero no asesinos de mujeres indefensas. Luego dijeron: "La que se quiera quedar a trabajar, que se quede." Todas, menos una, nos fuimos. Los milicianos nos trasladaron a pensiones y a casas de particulares. Yo echaba de menos a "mis niñas" y volví. 

Entonces me puse en contacto con la organización del S.R.I., que había transformado el convento en Hogar Infantil.

—Sor Elena. "Ellas" no querían nada que me recordase el mundo exterior. 


La ex monja que daría la última gota de su sangre por servir a la causa de los trabajadores

María Sánchez Martínez tiene diecinueve años. Es de Mojente, un pueblecito valenciano. Ha sido sirvienta varios años. Luego, monja. Muy alegre e inquieta. Sobre su pecho luce con orgullo una insignia del Partido Comunista, y al. enfocarla el objetivo el camarada Lázaro le dice a éste: 

—¿Se ve bien la insignia? 

En el brazo izquierdo un brazalete del S.R.I. Trabajadora infatigable y entusiasta. Cuida las aves, los bichos, las vacas del Hogar Infantil, las ordeña, hace colectas para las Milicias, vende "Ayuda" y la revista femenina de Valencia "Pasionaria". 

—Y grito que es un gusto. Y saco mucho dinero para las Milicias.

—¿Has sido monja mucho tiempo? 

—No; poco más de un mes. 

Luego, con el pretexto de que no tenía más familia que unas hermanas, que no me hacían ni caso, me trajeron con las monjas. Pero estaba de ellas hasta el último pelo. Eso de que no podía asomarme ni a una ventana... Con lo que a mí me gustaba la libertad... Por eso, cuando vinieron las Milicias me quedé con ellas. 

—¿Qué hacías? 

—Anda, trabajar... Nadie entiende a las vacas y a las gallinas como yo. Y no crea que, al principio, me dió miedo cuando empezaron a quitar los santos de la iglesia... Una, aunque no era beata, tenía sus creencias. Pues temía que nos pasara a todas algo malo. 

—¿Y qué pasó? 

—Mira, tú..., no pasó nada. Los santos eran de madera pintada... ¿Qué había de pasar? Los santos no matan. Esto me convenció de que todo lo que nos decían las monjas eran mentiras. 

—¿Es verdad que te has hecho comunista? 

—Claro que es verdad —me dice la monja—. Pertenezco al S.R.I., pero trabajo también para el partido, vendo periódicos y pido para las Milicias. Lucho y lucharé, hasta dar la última gota de sangre, al lado de los comunistas, para que no haya el día de mañana mujeres que a mi edad no sepan leer ni escribir... y porque no vuelvan las monjas a España... ¡Quita, camarada, no quiero ni mentarlas! Con lo que a mi me gusta la libertad, con lo que me gusta hablar fuerte y reír... 


Luisa Carnés
Ahora, 14 de octubre de 1936










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