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3258. Lamento de un joven arador




A Ramón Gaya

Una vez, siendo niño, era el verano,
un viejo labrador me llevó un día
sobre su curvo arado en el que dueño
recorría la tierra. Fue un instante

de azarosa belleza en que allí erguido
sobre el madero arcaico, vi moverse
mi fe sobre una oscura espuma densa
que a mi paso se abría. Tras mis hombros,

el anciano velaba mi entusiasmo,
como esos genios que más tarde he visto
en un vaso pintado protegiendo
la adorable inocencia y en los lindes,

de aquella complaciente tierra negra,
bajo los centenarios olivares,
mis padres, con sombrillas, me miraban,
como dioses que aprueban. Encendidas,

como chispas de oro, las cigarras
en torno nos traían los calores
de su ventura, mientras que aquel rapto
convertíame en sueño que redime

de tantas postraciones venideras.
Sueño sin duda, sueño desolado,
que brilla en mi memoria como un ángel
que vino y me tocó y alzó su vuelo.

Heme aquí entre el hollín de las ciudades,
la lividez, la envidia y el acento
lúgubre de una lucha despiadada,
sombra de aquel instante que destella.


Juan Gil-Albert
Lamento de un joven arador, publicado en las Ilusiones con los poemas de El Convaleciente. Buenos Aires, 10 de noviembre de 1944.









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