Obreras de una fábrica textil preparando ropa para el frente (Arxiu Fotogràfic de Barcelona) |
La guerra desencadenada en
España, la furia, y con ella el porvenir que ahora se anuncia, es un suceso
profundamente real, transformado inmediatamente en misterioso, si advertimos
que este acontecimiento es como un fantasma llegado a la cita oportunamente.
Nada podíamos prever y, sin embargo, estos días nuevos en que el
pasado queda muy lejos, días que aun no podemos vivir con plenitud, estos días
abiertos al mañana, en que parecemos acabados de nacer, y aun más, estos días
que ya muy cerca presentimos, los esperábamos. Sí; el suceso que ha venido a
salvarnos, lo esperábamos. No quiero decir que esta gran conmoción, de la cual
sin duda ha de salir una España distinta y mejor, fiel a sí misma, haya surgido
exclusivamente para los intelectuales, para que los intelectuales encuentren
una respuesta a sus preguntas. El gran suceso de España es sin duda más
profundo y tiene vuelo y horizonte propios. Pero es que la angustia de los
intelectuales, la llamada «crisis» del pensamiento, estaba ligada al hambre y a
la opresión de los trabajadores y reconocía, en el fondo, la misma causa.
Cuando se llegó a un punto sin salida en el terreno político y social, el
pensamiento se debatía desesperado. Cuando llegue la salvación para el pueblo,
el pensamiento y la fe estarán también liberados. Y ahora que es el momento del
combate sentimos que es también nuestro momento decisivo.
Surgió la rebelión. La chispa vino de fuera, no salió de
nosotros. Era la voz del odio, la explosión inevitable. Vino de fuera, y por
eso quizá pudimos creer que había llegado un fantasma. Y entre fantasmas, sin
peso de realidad, sin poder considerar aún la inmensa realidad, vivimos
todavía.
Últimamente era muy difícil pensar para aquel que vivía al filo de
los acontecimientos. Pero hoy nos sorprendemos, así y todo, de los pensamientos
de entonces. Todas las visiones, todo cuanto veíamos, se encaminaba a un
cambio, a un empuje superior esperado.
Veamos, si no, estos recuerdos, estos presagios, diríamos, que
despiertan en mí mismo el sentir aquel, la vida inquieta, y ese mundo nuestro
lejano de hace sólo unos meses.
Antonio Sánchez Barbudo
Hora de España, enero de 1937
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