María Iciar Arana, 1933 - Ftoto: Carte |
A las cuatro de la tarde, una
maestra está en su escuela, por muy alcaldesa que sea. Y esta escuela de Legazpia
es un confortable edificio moderno, en el que no puede considerarse mal
albergada ni una alcaldesa ni un obispo.
La maestrita de Legazpia, María Iciar Arana, es una muchachita
toda modestia. Parece que el cargo debía tenerla completamente aplastada y no
es así. Me parece que es la que con más filosofía lo ha recibido.
—Entre los muchos sueños de su juventud ¿había tenido usted alguna
vez el de ser alcaldesa, señorita ?
—Me hubiera parecido un sueño loco. Y, sin embargo, comprendo que
el Gobierno tiene perfecto derecho a exigirnos a sus funcionarios este
servicio.
—¿Difícil?
—No creo que lo sea demasiado, con un poco de buena
voluntad.
—¿Tiene usted ideas políticas?
—Claro está que las tengo. Pero vamos a dejarlas ahora, porque no
son del caso. Y, además, fíjese usted; desde todas las ventanas de la plaza nos
están mirando. Terminen pronto la fotografía, no digan que ya me estoy dando
postín con el cargo.
José R. Ramos
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