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3345. Basilisa Fuentes Jiménez, la lavandera que quiere ser ingeniero agrónomo II

Mientras llega el apoyo oficial

Pocas semanas han transcurrido desde que el reportero dio a conocer a los lectores de Estampa el caso admirable de la humilde campesina de Zorita, cuya vida de sacrificio y estudio es conocida ya en toda la tierra cacereña. Se solicitaba al final del reportaje la atención de las esferas oficiales sobre las portentosas facultades de Basilisa Fuentes Jiménez; pero no ha llegado aún para esta moza, admirada en toda la provincia de Cáceres, el apoyo oficial, que éste requiere mucho expediente, consultas y comprobaciones. Sin embargo, el esfuerzo de Basilisa  Fuentes Jiménez está a salvo. La iniciativa particular, generosa y desprendida, ha acudido rápidamente a nuestro requerimiento, sin limitaciones ni cortapisas. A las doce horas de publicarse el reportaje de la campesina en Zorita en Estampa, entidades de tanta solvencia como la Residencia Internacional de Señoritas Estudiantes y España Femenina ofrecían por nuestro conducto a Basilisa Fuentes Jiménez toda la ayuda material y moral que precisara para lograr el título de ingeniero agrónomo, meta de sus aspiraciones... 

Espera el reportero que el apoyo oficial llegará a cristalizarse en algo positivo, pero, mientras este libro de las mil trabas burocráticas acude en auxilio de la humilde campesina de Zorita, ésta, sin perder momento, puestos sus cinco sentidos en los libros, sin agobios de hambre, olvidándose del río, de los rastrojos y de los olivares, que significan su pan de cada día, encauzará su afán de aprender y, al fin, ingresará en la Escuela Especial de Ingeniería.

Y esto se logrará, lector amigo, merced al entusiasmo que en tan simpática empresa ha puesto en nombre de España Femenina su presidenta, doña María Valle Mantilla de los Ríos.


En busca de la "perla" de Zorita

Hemos vuelto a cruzar los pardos campos de Castilla, y por la ruta de Guadalupe damos vista, en una luminosa mañana, al caserío zoriteño. 

Al llegar a los arrabales del lugarejo hay que dejar los automóviles. El vecindario de Zorita invade las pinas y estrechas calles, como si de fiesta mayor se tratara... Nuestra llegada es la iniciación de emocionantes extremos de alegría de estas sencillas y acogedoras gentes, que ven en todo ello la salvación de su "sabia", como cariñosamente nombran a la joven campesina que despertara con su saber el amodorramiento del terruño... 

—¡Que la Virgen de la Fuensanta te proteja! —grita una anciana... 

—¡Salud para hacer todo el bien que puedan! —exclama una zagala... 

—Nuestra Señora de Guadalupe les devolverá toda la alegría que vienen a damos! —añade un pastor, tirando su montera a los pies de las damas de España Femenina, que vienen a buscar a Basilisa Fuentes Jiménez... 

—¡Vivan las gentes de corazón! —gritan los mozos. 

—¡Estos sí que son señores! —dice una vieja 

Y así, envuelta en la gratitud de las gentes, avanzamos todos por el barrio Real de Arriba hasta el modestísimo hogar de la "perla" de Zorita, invadido en estas horas de la mañana por cientos de personas... 

Al llegar al portal de la casa, la escena, tan sencilla como emotiva, nos produce una extraña congoja...; Basilisa Fuentes Jiménez, pálida, desencajada, llega hasta doña María Valle Mantilla, le coge las manos, las besa con fervor y, con un hilo de voz que apenas se oye, le dice: 

—Gracias, señora; ¡no sabe usted el bien que me hace!... 

Al mismo tiempo, Ana Jiménez Holla, la madre de Basilisa, tan callada y medrosa siempre, se abalanza al cuello del reportero, lo abraza con inefable ternura y exclama, temblorosa: 

—¡A su buen corazón deberemos la felicidad de esta casa!... 

Al separarse la pobre vieja he sentido correr por mi cara las lágrimas de esta campesina, que no vive pensando en el porvenir de su hija... 


Popularidad

Por un momento hemos dejado la algarabía de la calle para penetrar en el humilde hogar donde si reina alegría ante el porvenir de Basilisa, reina también infinita tristeza por la hija que se va a luchar por la vida. Mientras las viejas platican sobre el fausto suceso y las mozas parlotean acerca del viaje de Basilisa, ésta, con el alma alborozada, enseña cosas realmente curiosas al reportero. 

—Desde que salió en Estampa este deseo mío de saber, no tiene usted idea la correspondencia que he recibido. Han pasado de mil cartas, tarjetas postales, versos; me salieron cuatro o cinco novios, han surgido diez soldados, que me solicitan como madrina. De toda España he recibido cariñosas invitaciones a perseverar en mi propósito. Y también me han mandado dinero. Un guardia civil de La Junquera, Pedro Barrio Franco, me ha enviado cien pesetas. Un metalúrgico de Bilbao, Rodrigo Estebarán, una cariñosa felicitación y diez pesetas todos los domingos. Un penado del Dueso, veinticinco pesetas, que ha ganado en tres meses haciendo canastillos. La dueña del Casino Principal, de este pueblo, me ha regalado el título de bachiller. El director del Colegio Nacional de Sordomudos, don Jacobo Orellana, me ofrece todos los libros de texto que necesite. Un soldado de la brigada de Infantería, de guarnición en Valencia, me ha girado las "sobras" de un mes... Un grupo de alumnas de los Institutos españoles de Bayona (Francia), me ofrecen el primer equipo de libros del preparatorio para mi ingreso en la Escuela de Ingenieros, y cientos de personas me han enviado sellos de correos y cantidades que oscilan entre una y cinco pesetas. Ya ve usted, señor, el bien que me ha hecho. Con todo el dinero, ahora que yo me marcho, podrá comer mi vieja casi todo el verano. Muchos testimonios he recibido... Hasta un farmacéutico de Robledo de Chavela me ha ofrecido la representación de unos específicos. 

—¿Y ahora? 

—Ahora, a Madrid, a dejarme los sesos sobre los libros, a no tener más amigos, confidentes y novios que los libros; a pasarme, del día a la noche, junto a ellos sin acordarme de otra cosa que demostrar a todos ustedes que soy acreedora al calor con que han acogido mi locura por saber. Si pensara en otra cosa, sentiría un hondo remordimiento al recordar las angustias y privaciones que mi pobre vieja va a pasar hasta que yo pueda liberarla de tantas hambres y tantas miserias. 

Por unos instantes las lágrimas corren silenciosas por el rostro de la humilde campesina. Pero no tiene tiempo ni para llorar. Las amigas la rodean, la besuquean, la animan con sus risas, y Basilisa olvida la pena y las responsabilidades que ella misma ha contraído, y ultima sus preparativos de marcha. 

Ha llegado el momento de abandonar el pueblo, de dejar la casa, de separarle de la vieja y del hermano bueno, que tuvieron para Basilisa sus más delicados cuidados. La joven campesina cacereña se despide de amigas y conocidos con nerviosos apretones de manos, con besos cortados, que suenan como latigazos. Después, en un rincón, calladamente, se abrazan a ella la madre y e! hermano. 

—Sé buena, hija mía —dice la madre.

—No te olvides de que quedamos muy solos —dice el hermano. 

Corta la escena, emocionantísima, doña Maria Valle Mantilla, que se encara con Basilisa y le dice, riñéndola con dulzura:

—Pero, alma de Dios, termine usted de vestirse. 

Basilisa pasa de la palidez al sonrojo más intenso; vacila unos segundos y exclama, temblando: 

—No tengo otra ropa, señora. Con esta bata y esta chaqueta que me regalaron tengo que ir con ustedes. 

La presidenta de España Femenina le tapa la boca y, llevándola abrazada, se dirige al coche. 

En medio de entusiastas aclamaciones parten, raudos, los autos.

Lector: la joven campesina de Zorita ya está en Madrid. Ya ha comenzado sus estudios para ingresar en la Escuela de Ingenieros Agrónomos. Ten un recuerdo cariñoso para esta admirable moza de Extremadura. 


José Quilez Vicente
Estampa, 23 de marzo de 1935









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