A unos cinco kilómetros de Mérida está
enclavado el pueblo de Calamonte, entre la carrcetera de Sevilla —a su
derecha— y la de Badajoz —a su izquierda—, con la magnííica Sierra de
San Serván como fondo. En este rincón moderno, tranquilo, aseado, ejerce, desde
hace diez años su profesión de veterinaria —la primera veterinaria de España!—
una mujer modesta y laboriosa, doña Maria Josefa Cerrato, cuya actuación prueba
a diario que la mujer puede salir airosa del desempeño de todos los trabajos,
aunque sean para una mujer tan difíciles y poco adecuados como éste. Tal
apreciación me la confirma sin ambajes la propia señora Cerrato.
—La carrera de veterinaria no se la
aconsejo a ninguna mujer; me parece poco indicada para su temperamento. Sólo
una parte de ella la creo acondicionada para las mujeres: el laboratorio, pero
el resto, no.
—Entonces, usted...
—Yo me hice veterinaria debido a
circunstancias muy especiales.
Y, por modestia, calla. pero su marido, que
asiste a la entrevista, interviene, dispuesto a destacar como se merece la
decisión, la fuerza de voluntad y la capacidad de estudio de su esposa.
—Yo le explicaré a usted las cosas. El
padre de mi mujer ejercía la profesión de veterinario aquí, en esta misma
localidad. Cuando ella estaba a punto de dar fin a la carrera de Farmacia su
padre falleció, llevándose consigo "la llave de la despensa". El
momento era grave, las circunstancias económicas en que quedaba la familia
apremiaban a obrar sin tardanza. Un hermano suyo, que conocía bien la
profesión por haber trabajado al lado del padre, prosiguió la labor
suspendida por el fallecimiento de éste, pero no tenia titulo y lo denunciaron.
A ella le produjo tal coraje la delación, —en aquellas circunstancias —,
que a pesar de ser ya maestra nacional y faltarle tan sólo una asignatura para
terminar la carrera de Farmacia, lo dejó todo, se hizo veterinaria en menos de
diez y siete meses y vino aquí, al lado de su hermano.
—¿Su hermano le ayuda ahora a usted?
—pregunto a doña María Josefa.
—Sí. El lleva la parte ruda de la
profesión. Ea decir: yo veo al animal enfermo, diagnostico la enfermedad y
propongo los remedios.
Mi hermano es, pues, en cierto modo
—subraya con una sonrisa bonachona— mi brazo ejecutor.
—Es decir: que si no contara con la ayuda
de su hermano es probable que no ejerciera.
—Cuando la necesidad obliga, el valor viene
sin esfuerzo. Por aquellas circunstancias hubiera tenido que arrimar el hombro,
con brazo ejecutor o sin él. Por lo general, las mujeres son más humanas con
las personas y más crueles con las bestias, al contrario del hombre; a pesar de
ello, esta profesión de veterinaria no se la aconsejo a ninguna, es demasiado
violenta.
—¿En qué año terminó la carrera de
veterinaria ?
—En 1925.
—¿Dónde?
—En Córdoba.
—¿Y las de maestra y farmacéutica?
—También en Córdoba. La de farmacéutica la
he dejado en suspenso por una asignatura.
—¿No le gustaba?
—Sí, pero no me interesaba; tenía mucho a
que atender.
—¿No ha cursado usted estudios en otras
capitales españolas?
—No. He realizado viajes de prácticas
después de terminada la carrera de Veterinaria por varias provincias,
sobre todo por Galicia, bajo la dirección del sabio profesor gallego Raf
Codina. Por cierto que en aquellas excursiones figuró también un compañero de
profesión, más tarde muy conocido, el ex ministro radical socialista señor
Gordón Ordás.
—¿Y las demás carreras, no las ejerce
?
—La de maestra, si.
—¿Qué edad tiene usted en la actualidad?
—Treinta y cinco años.
—Usted habrá sido una de las primeras
mujeres españolas que ha obtenido el título de veterinaria.
—La primera. Formo el número uno del
escalafón —dice sonriendo.
—No serán ustedes muchas, claro
está...
—En total habrá en todo el país unas tres,
incluida yo.
—¿No se extrañan a veces los campesinos de
verla ejercer como veterinaria?
—Los campesinos precisamente no, porque ya
me conocen. Lo que sí ocurre muchas veces es que me confunden las casas de
específicos en sus propagandas, pues a menudo me envían circulares dirigidas a
nombre de don Mariano o de don José, e incluso don José María, como puede usted
verlo en ese sobre. Mi verdadero nombre, María Josefa, les debe parecer una
equivocación...
J. Lorenzo Carriba
Estampa, de de junio de 1936
No hay comentarios:
Publicar un comentario