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3336. María Josefa Cerrato, la primera veterinaria española

A unos cinco kilómetros de Mérida está enclavado el pueblo de Calamonte, entre la carrcetera de Sevilla —a su derecha— y la de Badajoz —a su izquierda—, con la magnííica Sierra de San Serván como fondo. En este rincón moderno, tranquilo, aseado, ejerce, desde hace diez años su profesión de veterinaria —la primera veterinaria de España!— una mujer modesta y laboriosa, doña Maria Josefa Cerrato, cuya actuación prueba a diario que la mujer puede salir airosa del desempeño de todos los trabajos, aunque sean para una mujer tan difíciles y poco adecuados como éste. Tal apreciación me la confirma sin ambajes la propia señora Cerrato. 

—La carrera de veterinaria no se la aconsejo a ninguna mujer; me parece poco indicada para su temperamento. Sólo una parte de ella la creo acondicionada para las mujeres: el laboratorio, pero el resto, no. 

—Entonces, usted... 

—Yo me hice veterinaria debido a circunstancias muy especiales. 

Y, por modestia, calla. pero su marido, que asiste a la entrevista, interviene, dispuesto a destacar como se merece la decisión, la fuerza de voluntad y la capacidad de estudio de su esposa.

—Yo le explicaré a usted las cosas. El padre de mi mujer ejercía la profesión de veterinario aquí, en esta misma localidad. Cuando ella estaba a punto de dar fin a la carrera de Farmacia su padre falleció, llevándose consigo "la llave de la despensa". El momento era grave, las circunstancias económicas en que quedaba la familia apremiaban a obrar sin tardanza. Un hermano suyo, que conocía bien la profesión por haber trabajado al lado del padre, prosiguió la labor suspendida por el fallecimiento de éste, pero no tenia titulo y lo denunciaron. A ella le produjo tal coraje la delación, —en aquellas circunstancias —, que a pesar de ser ya maestra nacional y faltarle tan sólo una asignatura para terminar la carrera de Farmacia, lo dejó todo, se hizo veterinaria en menos de diez y siete meses y vino aquí, al lado de su hermano. 

—¿Su hermano le ayuda ahora a usted? —pregunto a doña María Josefa. 

—Sí. El lleva la parte ruda de la profesión. Ea decir: yo veo al animal enfermo, diagnostico la enfermedad y propongo los remedios. 

Mi hermano es, pues, en cierto modo —subraya con una sonrisa bonachona— mi brazo ejecutor.

—Es decir: que si no contara con la ayuda de su hermano es probable que no ejerciera. 

—Cuando la necesidad obliga, el valor viene sin esfuerzo. Por aquellas circunstancias hubiera tenido que arrimar el hombro, con brazo ejecutor o sin él. Por lo general, las mujeres son más humanas con las personas y más crueles con las bestias, al contrario del hombre; a pesar de ello, esta profesión de veterinaria no se la aconsejo a ninguna, es demasiado violenta. 

—¿En qué año terminó la carrera de veterinaria ? 

—En 1925. 

—¿Dónde? 

—En Córdoba. 

—¿Y las de maestra y farmacéutica? 

—También en Córdoba. La de farmacéutica la he dejado en suspenso por una asignatura.

—¿No le gustaba? 

—Sí, pero no me interesaba; tenía mucho a que atender. 

—¿No ha cursado usted estudios en otras capitales españolas?

—No. He realizado viajes de prácticas después de terminada la carrera de Veterinaria por varias provincias, sobre todo por Galicia, bajo la dirección del sabio profesor gallego Raf Codina. Por cierto que en aquellas excursiones figuró también un compañero de profesión, más tarde muy conocido, el ex ministro radical socialista señor Gordón Ordás. 

—¿Y las demás carreras, no las ejerce ? 

—La de maestra, si. 

—¿Qué edad tiene usted en la actualidad?

—Treinta y cinco años. 

—Usted habrá sido una de las primeras mujeres españolas que ha obtenido el título de veterinaria. 

—La primera. Formo el número uno del escalafón —dice sonriendo. 

—No serán ustedes muchas, claro está... 

—En total habrá en todo el país unas tres, incluida yo.

—¿No se extrañan a veces los campesinos de verla ejercer como veterinaria? 

—Los campesinos precisamente no, porque ya me conocen. Lo que sí ocurre muchas veces es que me confunden las casas de específicos en sus propagandas, pues a menudo me envían circulares dirigidas a nombre de don Mariano o de don José, e incluso don José María, como puede usted verlo en ese sobre. Mi verdadero nombre, María Josefa, les debe parecer una equivocación... 


J. Lorenzo Carriba
Estampa, de de junio de 1936











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