Miguel Hernández con el fotógrafo Trelles. (Fotografía de F. Sánchez / Archivo Municipalm del Ayuntamiento de Alicante) |
Treinta
y cuatro años ya de un siniestro 28 de marzo en que España perdiera a Miguel
Hernández, uno de sus más altos y recios poetas, que se nos fue para siempre
tras los muros de la prisión de Alicante. Treinta y cuatro años ya y todavía:
todavía porque si el nombre de Miguel ha roto tantos silencios culpables,
tantas conspiraciones de las tinieblas, aún no se le ha hecho entera justicia,
cumplido homenaje, desagravio total.
Gran
idea, pues, la de la Comisión organizadora de este Homenaje a Miguel de todos
los pueblos de España; de España y del mundo entero, sin duda. Así lo creo,
tras haber visto cómo aquí mismo, el consejo de la Universidad de Pau, su más
alta instancia, ha acordado sumarse a tan merecido homenaje.
Miguel,
con raíces tan hincadas en nuestro pueblo no fue, ni en su vida ni en su obra,
el intelectual “específico”, sino el hombre; hombre de su pueblo y de su
tiempo. Si seguimos su creación, observaremos sin dificultad que ese sentirse
hombre más que poeta (como muy bien señala el profesor Puccini) se precisa ya
en “El rayo que no cesa” y adquiere ya dimensión de lo colectivo cuando, en los
primeros meses de 1936 escribe su drama poético “El labrador de más aire”.
Allí, al exaltar el honor de ganar el pan con el sudor de su frente,
encontramos la identificación del poeta con el hombrepueblo y más precisamente
con el hombre-trabajo. El protagonismo colectivo no se opone al individual,
sino que ambos coinciden o se articulan. Hernández escribe “desde el pueblo”
porque él lo es, y de esa manera su yo individual alcanzará fácilmente en nivel
del yo colectivo desde “El niño yuntero” a “La canción del esposo soldado” y a
las “Nanas de la cebolla”. Su verso canta su emoción y circunstancia
individuales, pero ¿no son, al mismo tiempo, la de todos los niños yunteros,
todos los esposos amantes que combatían, todos los padres y esposos que estaban
tras las rejas? Lo extraordinario de la obra de Miguel es que hablando en primera
persona crea, al mismo tiempo, la tragedia colectiva.
Pasarán
los tiempos, se hundirán en la sima del olvido tantos nombres de quienes
creyeron que era fácil amordazar a Miguel y deshacerse de su presencia física;
mientras tanto la historia de la literatura y de la cultura españolas no podrá
escribirse sin contar con él. Pienso que nuestro homenaje debe ser
difundir la obra de Miguel Hernández y seguir su ejemplo, para llegar pronto a
decirle aquello que escribió otro gran poeta, Antonio Machado: “Oye cantar los
gallos de la aurora”.
Manuel
Tuñón de Lara
Homenaje
de los pueblos de España a Miguel Hernández, 1976
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