La infancia de Joaquín Rodríguez López le
hubiera gustado a Galdos. Y contada ahora por el mismo protagonista, es como
una auténtica narración galdosiana.
—Madrileño, del Madrid más típico y
popular. Del barrio de la Latina, en la Ronda de Segovia, frente al Manzanares.
Allí nací yo, el 22 de Junio de 1912. ¡Y lo que me gustaba de chico aquella
proximidad del río, para corretear por sus orillas y chapotear desnudo entre
sus aguas, apenas empezaba, en cada primavera, a templarlas el sol! Pero sin
descuidar por ello el aprendizaje de las primeras letras, con la ayuda de mi
padre, que no quería hijos analfabetos, acaso porque él mismo leía con
dificultad.
El padre, campesino gallego, había llegado
a segar a Madrid. Y aquí se quedó, cambiado su oficio por el de la panadería,
para cobrar un jornal de cuatro pesetas, cuando ya tenía mujer y cuatro hijos
que mantener. Y como había que ayudarle a sacar la familia adelante, la mujer
aportaba también su contribución al sostenimiento familiar con el reparto de
pan a domicilio.
—Pero sin que el trabajo de fuera de casa
les hiciera dejar la casa desatendida. Mi madre, cuidadosa siempre del aseo de
los hijos; mi padre, de nuestra instrucción. Y cuando ya leía yo de corrido,
fui a las Escuelas Laicas Socialistas, de la calle de Tintoreros: las únicas
Escuelas Socialistas que había entonces en Madrid, en las que recibí del
maestro (don Eleuterio se llamaba) todas las enseñanzas del primer grado.
Después pasé a otra escuela que existía en el Paseo de los Pontones, y pronto
me distinguí entre los escolares más aprovechados. Yo quería saber... Y el
maestro, don Manuel Tomé, una buena persona, aunque muy «cavernícola», advirtiendo
mi deseo de ser algo por la instrucción, viéndome siempre pendiente de sus
explicaciones, se interesó por mí y se ofreció, una vez que llegara la ocasión
de emprender estudios superiores, a costeármelos hasta donde mi capacidad lo
consintiera. Pero, poco después, don Manuel falleció.
Un encargado de oficina con un
sueldo de tres reales
—A los doce años, la situación económica de
mi casa me hizo empezar a trabajar. Y me coloqué en una oficina de la plaza de
Manuel Becerra, en la que me pagaban tres reales. Estaba lejos de mi casa y
había de ir en el tranvía. Pero tres reales no daban para costearme aquel
desplazamiento. Y hacía el viaje de ida y vuelta con «billete de tope». Aunque
luego, ya en la oficina, mis funciones adquirieran la máxima respetabilidad.
Porque a mi cargo estaba todo el trabajo de correspondencia, de contabilidad.
Hasta que me di cuenta de que era demasiada categoría para tan poco
sueldo.
Joaquín Rodríguez hubiera seguido siendo
oficinista. Le gustaba más que un oficio manual. Pero los padres creían que los
oficios son «más seguros».
—Y entré en un taller metalúrgico, como
ajustador. Allí estuve cuatro años. Después me especialicé en máquinas de
escribir y calcular. Y de afiliado que era al Sindicato Metalúrgico «El Baluarte»,
pasé a fundar el Sindicato de mi especialidad, que comenzó siendo
independiente, y luego quedó adscrito a la U.G.T.
Años de vida sindical y de acción
revolucionaria
Paralela a la instrucción escolar, está
trazada en la vida de Joaquín Rodríguez la formación sindical. El padre,
afiliado al Sindicato de las Artes Blancas —en su historia, toda la historia de
las luchas obreras—, mientras iba enseñando al hijo a descifrar el alfabeto,
modelaba ya en su sensibilidad tierna los contornos de un combatiente por las
reivindicaciones del pueblo trabajador.
—Luego pertenecí a los grupos de Salud y
Cultura, con los que, a la vez que satisfacía mi afición al deporte y al campo
y a la montaña —en que se había cambiado aquel gusto por las orillas y el baño
en el Manzanares de mi niñez—, iba haciéndose más determinada y más resuelta mi
actitud revolucionaria. ¡Buena escuela de socialistas los grupos de Salud y
Cultura! Y de ellos salí para ingresar en la Juventud del partido, de la que yo
era presidente en la barriada del Puente de Segovia al llegar los sucesos de
Octubre de 1934. Entonces, con otro hermano mío más pequeño, me procesaron por
agresión a la fuerza armada, tenencia de armas y propaganda ilícita. Pero mi
hermano se declaró responsable, y yo quedé en libertad. Así pude seguir
actuando en una labor de agitación y propaganda, trabajando para las
elecciones, hasta el triunfo decisivo de las candidaturas del Frente Popular.
El movimiento popular frente a la
sublevación de los militares
Al estallar el movimiento militar, acudió
al Círculo Socialista de la Puerta del Ángel, donde estaban entregándole
algunas armas al pueblo. Y de allí salió, con otros camaradas para tomar el
Campamento, y luego, Villaviciosa de Odón, Brúnete, San Martín de
Valdeiglesias, El Tiemblo, Navalperal...
—Era cuando constituíamos el
Grupo Jaime Vera, que más tarde —recuerda Joaquín Rodríguez— sería la base
de la columna Mangada.
Y ya formada la columna, volvió con ella a
Navalperal, donde ascendió a alférez, en el Batallón Largo Caballero, al mando
de una compañía que hubo de permanecer durante tres días defendiendo la
posición frente a los primeros moros que en el ejército enemigo pretendían
acercarse a Madrid.
—Los moros del cuarto tabor de Regulares de
Larache —añade—, que se batieron bien, aunque no lograron rebajar con su
prestigio de guerreros feroces la moral de victoria de los defensores del
pueblo. Y cuando el enemigo había tomado Peguerinos, allá fuimos los de la
sexta compañía del Batallón Largo Caballero, en la que yo hacía las veces de
capitán; otra compañía de Acero y unos cuantos carabineros y guardias de Asalto
de Guadarrama, y con bombas de mano y machetes caímos sobre una masa de moros
que lo defendían, y los arrebatamos, con una gran cantidad de material de
guerra, aquella importante posición. Ni uno sólo de aquellos mercenarios
marroquíes escapó con vida.
De campeón de deportes de montaña a
creador del Batallón Alpino
En los tiempos de paz, Joaquín Rodríguez
fué un entusiasta montañero. Campeón de marcha, campeón de esquí, audaz
escalador de cumbres.
—Y el 5º Regimiento me llamo para organizar
el Batallón Alpino, del que se me eligió comandante. Con él volví a la Sierra.
Y allí, aunque al principio se nos acogió un poco recelosamente, porque para
casi todos el deportista montañero era «el señorito» de las meriendas caras en
el chalet del Club, pronto los del Alpino supimos hacernos estimar como una unidad
de considerable eficacia para la lucha en aquel terreno, que tan bien
conocíamos. Y con el Batallón Alpino seguí hasta que se me destinó al Estado
Mayor del comandante Modesto —ese jefe admirable que tiene una rara intuición
de la estrategia y la táctica militar—, a Humera y Fuenlabrada, por donde
estaba intentándose impedir que se acercara a Madrid el enemigo. Pero ya aquel
intento tenía que resultar inútil. Y a las puertas de Madrid estaba cuando se
logró, al fin, pararlo,
Con Lister, en la Primera Brigada
Mixta del Ejército regular
Cuando Madrid estaba cerrando su defensa en
la misma boca de los cañones del enemigo, el comandante Rodríguez fué destinado
como ayudante del Estado Mayor de la Primera Brigada Mixta, que entonces
mandaba Enrique Lister.
—La que después de haber sido jefe de su
Estado Mayor, y luego del Estado Mayor de la II División, se encuentra hoy bajo
mi mando, encuadrada en la División Lister con la definitiva organización del
Ejército regular.
Y el comandante Joaquín Rodríguez hace un
expresivo elogio de este Ejército.
—Un Ejército en el que todo el
antimilitarismo acendrado en las clases populares ha de cambiarse en vocación y
en entusiasmo militar. En la guerra y después. Cuando acaso sólo deban quedar
en él los indispensables —dice.
Y añade:
—Los que se hayan ganado el derecho a
quedar.
Y el comandante Rodríguez no sabe recatar
la legítima ambición de ganarse para aquel después este derecho.
J.R.C.
Mundo Gráfico, 14 de julio de 1937
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